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15.11.2020 Críticas  
Descubriendo verdiales

En el marco de la 38 edición del Festival de otoño llega al Teatro de la Abadía Toná. Un espectáculo visceral, ancestral, liberador. Luz Arcas y su compañía La Phármaco consiguen una atmosfera reverencial y solemne.

En preparación para el espectáculo que iba a presenciar, descubrí que Toná es uno de los palos matriz del flamenco. Un palo poco conocido, un estilo de cante que no se acompaña de guitarra. En cuanto a los verdiales he aprendido que son un fandango acompañado de violín y pandero, y en el que está la figura del abanderado, que baila acompañado de una bandera, ya sea la española, la andaluza o la de la patrona.

Pues bien, Toná es un viaje al folclore más ancestral. Un homenaje a ese arte tan nuestro, tan universal y a veces tan poco conocido en profundidad. Cuenta la artista que el espectáculo se creó gracias a varios viajes a Málaga para visitar a su padre. Allí se reencontró con referencias e iconos que tenía casi olvidados. De esas sensaciones surgió lo que ahora pisa las tablas de La Abadía.

El espectáculo se inicia con Luz Arcas vistiéndose para torear. Luego torea, y completa la faena. Se ve la sangre, la muerte y la arena. Impactante comienzo. Todo el espectáculo se acompaña al violín en directo por Luz Prado, a la que luego se une con las palmas, el pandero y desgarradora voz Lola Dolores. Le seguirán otros pasajes en los que la visceralidad y verdad de la artista quedan más que patentes.

Una preciosa luz acompaña el baile. La culminación es el baile con la bandera. Todo ese apartado es de gran belleza. La fuerza de la música, la entrega de la artista, la atmosfera, todo se va cargando de electricidad hasta llegar a la liberadora y merecida ovación. La Phármaco con esta Toná hace gala de su buen nombre internacional.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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