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23.10.2020 Críticas  
Amor y dolor en tiempos grises

Numerosas propuestas en Madrid para conmemorar el centenario de uno de los mayores novelistas españoles, Benito Pérez Galdós. Una de ellas, dentro del ciclo Desembarco Galdós del Teatro Fernán Gómez, incluye la obra teatral Ana, también a nosotros nos llevará el olvido.

Partiendo de un texto inspirado en el clásico Tristana de Pérez Galdós y con reminiscencias de Casa de Muñecas de Ibsen, la dramaturga Irma Correa narra la historia de una mujer de los años sesenta atrapada por los convencionalismos de un matrimonio tradicional en el que está sometida a los proyectos de su esposo.

Esta producción que dirige Mario Vega supera el mero entretenimiento y transmite una profunda reflexión sobre toda la lucha de las mujeres en una sociedad machista que, desgraciadamente, sigue siendo necesaria. El teatro también puede ser una invitación a pensar, una contundente realidad dispuesta a remover conciencias aunque para muchas personas lo que le sucede a la protagonista de esta obra parezca algo del pasado.

El montaje aprovecha muy bien la inmediatez del medio para hacernos llegar hasta el fondo de la cuestión gracias, entre otras cuestiones, a las maravillosas actuaciones de Marta Viera, María de Vigo, Rubén Darío y Ruth Sánchez. Todos logran tener una gran compenetración sobre el escenario de la Sala Guirau del teatro madrileño, y es que da gusto ver a un elenco con tanta química y dispuesto a acariciar el alma de los espectadores y espectadoras.

Marta Viera, la protagonista, trabaja de manera extraordinaria los gestos y movimientos; Rubén Darío pone su saber hacer al servicio de su personaje y se desenvuelve realmente bien y Ruth Sánchez recrea esa voz llena de emociones y pensamientos. No obstante, quien brilla con su talento en numerosas ocasiones es la actriz María de Vigo porque nos fascina con la representación de dos personajes prácticamente antagónicos. Es capaz de interpretar dos acentos muy diferentes y su trabajo sorprende muy gratamente y no deja indiferente a nadie.

Entre todos consiguen que el ritmo no decaiga en ningún momento aunque el mérito de este asunto también radica en el original y dinámico espacio escénico creado por Mario Vega. El director del montaje juega con un muro que se mueve y se eleva para integrarse en todo momento con los propios actores que se desplazan por su superficie y en el que se proyectan imágenes que lo transforman en el comedor del hogar familiar o en una sala de exposiciones, entre otros espacios, a conveniencia de la trama de Ana, también a nosotros nos llevará el olvido.

En definitiva, todos los aspectos técnicos se complementan maravillosamente porque el conjunto visual ayuda adentrarse en la obra y matiza el ambiente en el que se desarrolla la acción. La iluminación cumple perfectamente su labor y dota de fuerza e importancia cada movimiento escénico mientras que la música refuerza este atractivo montaje. Recursos escénicos que fluyen dinámicamente con la máxima comodidad del público.

Ana es una obra que pasa fugazmente sobre las tablas del Centro Cultural de la Villa de Madrid y sería un error no aprovechar su breve estancia en la Sala Guirau.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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