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21.10.2020 Críticas  
Ser o no ser actor

En una de sus últimas funciones, ya formando parte de la programación de Nave 73 en Madrid, pude asistir a Las uñas rojas, que tras abrir funciones formando parte de la programación de la VII Muestra de Creación Escénica, Surge Madrid, ha sido una de las propuestas más mediáticas y que más “ruido” ha provocado en redes sociales.

Una sala de teatro alternativo de Madrid, como cuna de la creación y dinamización de la escena actual, programa “Hamlet El Retorno”, y Emilio Gómez interpreta al príncipe de Dinamarca en pleno drama existencial galáctico. El actor va a tener una epifanía durante la representación y nosotros vamos a ser los asistentes a su relato personal, desde su infancia castellana donde a Emilio “le crecen” Las uñas rojas hasta su crisis profesional delante de nuestros ojos.

Emilio Gómez, autor y protagonista de Las uñas rojas, dirigido por Jacinto Bobo, reflexiona sobre dedicar tu vida al arte, la llamada de ser actor y lo que esta profesión te devuelve, y el sentido que tiene todo esto en su vida. Grandes incógnitas vitales de todos y cada uno de nosotros, ya nos enfrentemos a una profesión vocacional o a nuestro día a día en pleno año de recogimiento e introspección provocado por la pandemia que nos sigue acompañando. Nunca es mal momento para pararnos a pensar si lo que estamos haciendo en y con nuestra vida tiene algún tipo de valor, al menos personal, pero Las uñas rojas llega en el momento exacto para exponer este ejercicio personal del autor, y animarnos a hacer el nuestro.

Las uñas rojas es un montaje que se disfruta en todo su comienzo meta teatral con ruptura de la cuarta pared, y sobretodo cuando comienza a “derramar el té” sobre la profesión, momento que todos los aficionados y profesionales del mundillo disfrutarán muchísimo, siendo tantas las referencias al omnipotente Cimarro, al críptico Facal o al valor de revisitar, remasterizar, y adaptar a la actualidad clásicos sobre los que no deberían posar sus manos jóvenes promesas con carteras llenas gracias a papá. Toda esa autocrítica y espejo al que Emilio Gómez enfrenta a la audiencia pierde fuerza cuando se va al lado más personal que es su propia infancia, convirtiéndose el montaje en un conjunto anecdótico irregular y de poco calado.

Emilio Gómez no se enfrenta como su Hamlet inicial a una disertación sobre el suicidio, sino que se autoinmola con sus vivencias y terribles episodios de su infancia como niño homosexual en un entorno rural en los setenta, donde gran parte del público podría llegar a empatizar o sentir que los abusos y el maltrato son comunes, pero tras una introducción muy efectiva en la que la audiencia es un bully más en clave distendida con el actor, el hilo que atado a la audiencia se parte, y asistí a un relato ciertamente duro con la desconexión que puede provocar estar pendiente del feed de una red social mientras se ve un programa de cocina de famosos.

Me cuesta identificar si Las uñas rojas es una creación autobiográfica o de autoficción, pero no llega a sentir el vínculo obligado que estos ejercicios escénicos precisan, y que son fundamentales para que la atención y el interés no se pierdan, y yo lo hice. No sabría tampoco definir si el fallo viene de una dirección tímida de Jacinto Bobo en los momentos de vivencias íntimas de Emilio Gómez, quizás respetando que nadie conoce como es uno mismo mas que él (hecho falso en gran parte), porque precisamente la ironía y sátira teatral funcionan de forma estupenda en los momentos que corresponden; o que Emilio Gómez tuvo una mala función el día que asistí. El hecho de que haya tantos falsos finales lastra la experiencia del espectador, que se prepara mentalmente para unos aplausos y un final que no llegan hasta en tres ocasiones, y que generan una vez más desconexión con el texto y la escena.

No conocía a Emilio Gómez, quizás por no haberle disfrutado en ningún montaje de Narros, y me alegra haberle descubierto en Las uñas rojas, porque aunque yo no sea un miembro de ese público que tanto ha disfrutado el montaje según ha llegado a mis ojos por redes sociales, es innegable lo que disfruté esas perlas malévolas contra la profesión, porque no hay nada más sano que un ejercicio de autocrítica con humor, y todo eso me lo dio esta función.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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