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23.10.2020 Críticas  
Matemáticas y filosofía

El chico de la última fila que presentan Sala Beckett y el Centro Dramático Nacional hace que el texto de Juan Mayorga brille tal y como merece, demuestra porqué Andrés Lima es uno de los mejores directores del panorama patrio, revela cuán espléndido es Alberto San Juan y el talento que tiene Guillem Barbosa.

La propuesta original de este montaje se estrenó en Barcelona en enero de 2019. Ahora, casi dos años después y con retraso pandémico de por medio, el tándem Mayorga & Lima llega a la sala principal del Teatro María Guerrero manteniendo a los dos amigos y compañeros de clase -Guillem y Arnau Comas– y cambiando a los adultos por un nuevo elenco formado, junto a San Juan, por Natalie Pinot, Pilar Castro y Guillermo Toledo. Sea por el rodaje que lleva y lo engranado de sus piezas, sea por el saber hacer de cada uno de sus nombres, el resultado es vibrante.

El punto de partida es una historia absorbente y seductora que juega con multitud de planos. Adultos vs. adolescentes, padres vs. hijos, profesores vs. alumnos, realidad vs. ficción, la originalidad y la autenticidad vs. la falsedad y la apostura. Y planteando debates éticos y morales como el derecho a la intimidad, la libertad de creación y expresión, los límites del sistema educativo y el papel de los formadores. Multitud de capas y prismas tan bien planteados como entrecruzados en una propuesta que juega a la literatura como argumento y como coordenadas de vida, como guía espiritual y como faro alumbrador de situaciones, personajes y aspiraciones.

Un maremágnum que podría sepultar a quien no supiera gestionarlo, pero que en las manos adecuadas es material de primera. Y eso es lo que consigue Andrés Lima con su trabajo en varios frentes. Tridimensionalizar la escritura de Mayorga, visibilizar la multiplicidad de su propuesta e introducir al público en todas sus dimensiones (física, visual e intelectual). Un logro conseguido por la pulcritud con que maneja los elementos escénicos e interpretativos con que cuenta.

Alberto San Juan es pura presencia. Él es el vehículo, la forma y el ser en el que se materializa el texto. Habrá quien diga que está genial y quien lo dude por lo fácil que parece hacerlo. Consigue una credibilidad máxima como profesor, tutor, marido, admirador del arte literario y denostador del mal llamado arte contemporáneo. Y además, transmite algo que solo los grandes son capaces de hacer. No solo resuelve bien su trabajo, sino que lleva el control de la situación para que Guillem Berzosa pueda desplegar sus capacidades y conseguir la certera multiplicidad de registros tonales y corporales con que coprotagoniza y conduce la representación por sus múltiples curvas y zonas oscuras.

Una atmósfera coral que envuelve al resto del reparto. Arnau Comas no resulta menos por su papel secundario. Su amistad, combinada con el intercambio de filosofía por matemáticas con su compañero de clase, tiene el punto exacto de abstracción y visceralidad adolescente, como el cuñadismo de su padre (perfecta casi caricatura de Guillermo Toledo), para sucederse junto a la ambigüedad provocada por su madre. Una muy correcta Pilar Castro que mantiene una tensión que no sabemos si tiene tintes eróticos, atmósfera de thriller o es resultado de un drama de imprevisibles consecuencias.

El punto cuarta pared de las intervenciones de Natalie Pinot y la esteticidad, sin menoscabar su papel narrativo, de la escenografía (Beatriz San Juan), la iluminación (Marc Salicrú), el vestuario (Miriam Compte) y el espacio sonoro (Jaume Manresa) completan una apuesta con multitud de papeletas para que todas las funciones de este chico de la última fila cuelguen el cartel de “localidades agotadas”.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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