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09.10.2020 Críticas  
El lento paso del tiempo

El director Pablo Messiez adapta y pone sobre las tablas del Teatro Valle-Inclán de Madrid la obra de teatro Los días felices, una pieza clave en el teatro del destacado dramaturgo Samuel Beckett.

Los días felices es una obra escrita en dos actos que se ha representado por todo el mundo en multitud de versiones y que sigue vigente en la actualidad.

Es cierto que esta interpretación teatral es una aventura sumamente arriesgada y ambiciosa pero la impecable dirección del argentino de nacimiento pero afincado en Madrid Pablo Messiez y el magnífico trabajo de su actriz fetiche Fernanda Orazi dan lugar a una exitosa combinación que no deja indiferente a nadie.

Este texto, traducido por Antonia Rodríguez Gago, invita a pensar sobre lo que está teniendo lugar en el escenario de la sala Francisco Nieva, es una mezcla explosiva de metáforas extrañas y emociones cambiantes que remueve el alma de los espectadores y espectadoras, atrapándonos a todos durante hora y media que dura la función.

Parece que el tiempo pasa y no sucede nada mientras que Fernanda Orazi junto a Frascesco Carril dan vida al matrimonio formado por la optimista Winnie y el depresivo Willie. Ella se encuentra semienterrada en un montículo de escombros y piedras, sin embargo siempre encuentra motivos para pensar que sus días son felices. Al otro lado de la loma de piedras su marido dormita o lee un periódico pero apenas conversa; todo lo contrario a su pareja que habla sin parar y es que la actriz argentina da toda una lección de dicción y de expresión. Demuestra una gran soltura y comodidad sobre las tablas y entre las piedras porque lo más difícil de interpretar a una mujer atrapada es no poder mover su cuerpo y su único trabajo interpretativo reside, además de en la voz, en la cara y en los brazos. Qué gusto da ver una actriz así de espléndida que pronuncia cada palabra en el tono y en el timbre adecuado, es una delicia fijarse en cómo vocaliza y hasta logra que se nos corte la respiración. Sin ninguna duda hay que quitarse el sombrero ante el excepcional trabajo que Fernanda Orazi realiza.

Estupendo también el actor Francesco Carril con un papel breve pero que resuelve notablemente y que se va moviendo entre los escombros de los que se encarga, junto al vestuario, Elisa Sanz. El montón de piedras hiperrealista tiene sobre sí una pantalla con tres soles abrasadores que logran una armonía visual para que nos impacte aún más el potente discurso de Los días felices. Luego, el trabajo de luces de Carlos Marquiere acompaña en el paso del tiempo hacia la noche y hacia el cegador pero esperanzador amanecer.

Si hace unos meses, antes de saber lo que se nos venía encima, asistí a una maravillosa versión de Esperando a Godot; aquí regreso al teatro del absurdo para volver a disfrutar y reflexionar sobre la demoledora búsqueda de felicidad incluso en las situaciones más desfavorecidas. ¿De qué me suena el asunto?

Crítica realizada por Patricia Moreno

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