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21.09.2020 Críticas  
El oscuro bosque genealógico

Infancia, adolescencia, trauma, frustración. Mirar hacia dentro, a nuestros fantasmas impuestos no es fácil. Delicuescente Eva, en el Teatro de la Abadía es un viaje a nuestro bosque oscuro, para perderse y renacer.

La compañía Grumelot cierra su trilogía de Lo propio con Delicuescente Eva, que sigue a Tras mis pasado en B y Scratch. (Ojalá recuperar Scratch y sus croquetas en algún momento). Con esta Delicuescente Eva volvemos a encontrarnos de lleno en el entorno familiar. Un bosque denso cubierto de niebla, un accidente que deja a dos hermanos en estado de shock. Un estado que les permite revivir su pasado. Su infancia en Barcelona, su infancia de andaluces en Barcelona, que es distinto. Eva, la primogénita que tenía que haber sido niño, Javier el pequeño, con la inocencia truncada y vapuleada por un padre castrador. Todo eso se guarda en la caja de juguetes que nunca se espera volver a abrir, hasta que un día, los recuerdos aparecen, y con ellos las preguntas sin respuesta.

Delicuescente Eva nos propone un viaje en el que dejarse llevar. Un viaje con algunas curvas cerradas y más de una pendiente pronunciada. No es un viaje cómodo. Es un viaje en el que hay que estar pendiente de la carretera. Sabemos que en cualquier momento ocurrirá el accidente. Metáfora de la vida. En cualquier momento un bosque oscuro se nos echa encima y nos obliga a aminorar la velocidad y repensarnos.

En escena tres hachas del teatro dispuestos a perderse en la humedad del bosque. Javier Lara, grande, imponente, frágil a la vez. Javier posee esa virtud de la veracidad, de honestidad escénica. Le acompaña María Morales, una de esas actrices que nunca defrauda. El simple hecho de que ella esté en el elenco de cualquier montaje es motivo más que suficiente para acercarse al teatro. Enorme, cómica, dramática, todo lo hace bien. Si Javier es verdad, María es certeza. Natalia Huarte da el contrapunto místico, con un personaje que transita entre hada del bosque y perverso duende. Ligereza, etérea, delicuescente.

Paola de Diego firma una escenografía realista, quizá un poco excesiva en detalles para una historia que no requiere de mayor artificio. La dirección corre a cargo de Carlota Gaviño, quien ha sido capaz de dar cuerpo y vida al personal texto de Javier Lara. Música en directo de José Pablo Polo, un punto más para la ensoñación irreal. Yo incluso lo habría aprovechado mucho más.

Delicuescente es la propiedad que tienen algunos cuerpos de absorber del aire la humedad suficiente para dar vida a un tiempo o a un espacio decadente, sin vigor. Si lo pensamos, todos somos delicuescentes, absorbemos vivencias, para seguir viviendo. traumáticas o insulsas, pero absorbemos y sorbemos. Solo cuando paramos nos damos cuenta de donde venimos y que nos hace ser como somos.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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