El Tantarantana del Raval abre sus puertas esta temporada con Preses, una producción conjunta de las Cías Ella y Kaddish, donde Laura Giberga se sienta a escribir y ella misma dirige y protagoniza este montaje-homenaje a las mujeres que fueron encarceladas después de la Guerra Civil.
Arranca así el curso para mí. Con una obra que toca temas ampliamente tratados en teatro, pero que consigue hacerlo imprimiendo personalidad tanto al texto como a la ejecución.
La historia de 5 mujeres que son encerradas en prisión por delitos tan diversos como los ideales políticos (anarquismo, comunismo) o por verse obligadas a realizar actos severamente castigados, como robar o prostituirse para alimentar a sus familias. Coinciden en una celda de una cárcel de mujeres de Barcelona, la Prisión de Les Corts (ahora, El Corte Inglés de la Diagonal), que controlaban Las Hijas de la Caridad, orden religiosa.
Lo que se cuenta en Preses ocurrió durante esa parte de la historia. Miles de mujeres (muchas de ellas arrancadas de la Colonia Americana de El Prat) fueron despojadas de sus familias y sus bienes, sus hijos fueron dados en adopción, fueron rapadas y humilladas, violadas y ultrajadas, y explotadas para el beneficio de su opresor. Aún en medio de esas condiciones su historia cuenta cómo, hasta en las situaciones más denigrantes, fueron capaces de sacar lo mejor de ellas y convertir un infierno en un pequeño oasis de cariño y de amor, como lucharon por no perder de vista los valores esenciales que le dan sentido a nuestra existencia. Todas están magníficas, pero Rocío Quesada, con su acento andaluz, quizá porque es la que lidera los momentos cómicos en medio de la adversidad y por la energía que impregna todo el tiempo en el ambiente, destaca en su interpretación. Eso no desmerece en absoluto el trabajo de la propia Laura Giberga, artífice de todo el montaje, de Dúnia Pellisa (imposible no enamorarse de su Dolors), y de Marina Mora y Laura Llimona (quienes protagonizan una escena potente de discusión entre comunista y anarquista) que consiguen transmitir, sin grandes abalorios pero con gran realismo, las vivencias de toda una época.
Giberga, inspirándose en libros que cuentan historias como esta, ha creado un pequeño universo dentro de esa prisión. Nos presenta 5 historias con sentimiento, intercalando la dureza de los relatos con momentos de humor que dan un respiro al espectador. Los encontramos no solo en la palabra, sino en la expresividad corporal y facial de las 5 actrices que, durante los 90 minutos de función, pasan de la pena a la alegría y de ahí, al dolor. Es una interpretación muy trabajada, no solo para recordar las vidas de esas mujeres sino también para remover al espectador y conseguir su objetivo.
Aparte de las 5 actrices, 2 protagonistas más adquieren una tremenda fuerza en este relato: la iluminación y la música. La escenografía de Xavi Mateo es sencilla y funcional (suficiente para lo que hay que explicar) y consta de 3 paneles que sirven tanto de paredes de celda como de sus rejas y una cruz, símbolos más que suficientes para trasladarnos a la Prisión de Les Corts. Pero precisamente por eso, el trabajo de iluminación de Marina Mora y el poder contar con el lujo de la exquisita composición musical de Clara Peya (tremendo comienzo de obra con una de sus piezas musicales y una coreografía de Maria Salarich que resume con movimiento lo que se nos va a contar) adquieren relevancia y se mimetizan con las protagonistas para acabar de darle al conjunto una fuerza singular.
No quedan muchos días, pero les deseamos lo mejor al equipo de Preses. Por ser tan valientes de recordar historias que no deben ser olvidadas en los tiempos que corren y por hacerlo en un época incierta pero luchando por seguir dando la tan necesaria cultura al público. Gracias también al Tantarantana por hacer que esa cultura siga siendo segura.
Crítica realizada por Diana Limones