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13.07.2020 Críticas  
La sinuosa desnudez de Daniel Abreu y Dácil González

El Premio Max 2018 al mejor espectáculo de danza, coreografía e intérprete masculino de danza triunfó este miércoles en la sala roja de los Teatros del Canal de Madrid. La compenetración entre Daniel Abreu y Dácil González se aunó con la belleza de la escenografía para ofrecer un espectáculo tan sensorial y visual como corporal.

El movimiento, la presencia humana y la coordinación que se ven en La desnudez no son las habituales de una representación de danza. Va más allá de lo expresivo, para convertirlo en elementos que interactúan con el resto de recursos ideados por Daniel Abreu (también director y creador del concepto espacial). La escultura diseñada por David Benito y el vestuario de Ángeles Marín, junto con la coordinación técnica del primero, hacen que el resultado final sea más que la suma o la simple interactuación de todos los elementos.

Sumado esto a la iluminación de Irene Cantero, el escenario se convierte en un lugar en el que la belleza fluctúa, pero es continua. Gracias al juego inicial con las maderas pero, sobre todo, al asombroso uso de la tela que cubre el suelo que pisan, haciendo de esta unas dimensión absorbente e hipnótica que hace que lo figurativo torne, jugando a los símiles pictóricos, en pincelada impresionista para derivar casi en abstracción.

Como colofón de esta introducción, la explosión de elasticidad y flexibilidad de Daniel y Dácil convirtiendo su fisionomía en juncos que se doblan pero que vuelven a ponerse en pie, en cintas que se estiran, se pliegan, se curvan y se alborotan según marque el capricho de la emoción que sople en ese momento. Resulta asombroso ver cómo su capacidad parece ser más un antojo de la naturaleza que el producto de una técnica muy lograda, un don innato y, hemos de suponer, muchas horas de ensayo.

La alternancia de músicas, entre lo atmosférico y lo electrónico (evocador de Gerard Richter), y las composiciones más clásicas de Tarquinio Merula, Claudio Monteverdi, Gabriel Fauré y Henry Purcell interpretadas en directo por Hugo Portas a la tuba, constituyen el envoltorio perfecto, las coordenadas que marcan el ritmo y el tono de una visualización que se hace así seductora y sensual. El colofón es la pieza final, en la que la agresividad y el artificio de las luces estroboscópicas se convierten en la base sobre la que estos dos Premios Nacionales de Danza (él en 2014 y ella en 2019) crean una enigmática narración que interpretan a la perfección.

Un espectáculo diferente pero que no rompe con la tradición de esta disciplina. Una coproducción de los Teatros del Canal y el Festival Danzatac (con la colaboración del Auditorio de Tenerife y el Centro Coreográfico Canal) que amplía límites, explora relaciones y busca coordenadas emocionales que convertir en lugar de encuentro, experiencia e intercambio con el espectador.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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