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09.03.2020 Críticas  
¿Quién mató a España?

Años después de Eroski Paraíso, Chévere vuelve a Madrid, esta vez a los Teatros del Canal, con el estreno de Curva España y su peculiar humor gallego. Un particular “si hay que ir se va” que les sirve para elucubrar, imaginar y ficcionar la Historia (con mayúsculas) para dar con las claves que explican y ejemplifican muchas de nuestras incompetencias y miserias.

En 1927, José Fernández-España Vigil, el ingeniero que dirigía las obras de construcción de la línea de ferrocarril entre Zamora y Orense, murió en un accidente de coche en un lugar en el que los lugareños dicen desde entonces que “allí se mató España”, lo que dio pie a que dicha curva tomara el apellido del fallecido y el nombre de nuestro país. Un acontecimiento real y un dicho popular sobre el que se sustenta una divertida y concienzuda dramaturgia que tiene mucho de costumbrismo, pero también de crítica política a través de una puesta en escena que juega muy hábilmente con los diversos registros y usos de lo documental.

De un lado, la propuesta de Xesus Ron se sirve de la sentencia “allí se mató España” para entrar de lleno en estos tiempos de eufemismo y corrección en que hay cosas que no se deben decir ni hacer, ya sea por postureo personal, por la descontextualización que terceros puedan hacer de tus publicaciones y reacciones en redes sociales o por el riesgo de que el ordenamiento jurídico amordace tu libertad de expresión. Y de otro, ¿aquel accidente fue tal o hubo algo más tras él? ¿Tuvo que ver el que Fernández-España fuera el encargado de materializar un trazado cuyo único fin parecía ser su construcción y no crear una red de comunicación que beneficiara a los vecinos de muchas localidades que ya entonces se quedaron sin acceso al ferrocarril?

Dos pilares desarrollados tanto de manera individual como entrelazada, mostrando progresivamente los puntos en común y cómo, de alguna manera, la actualidad es actualización y/o consecuencia de lo sucedido noventa años atrás. A su vez, con una puesta en escena, también labor de Ron, que hace del escenario un espacio versátil y dinámico en el que la acción real se simultanea con la transmitida -al modo en que lo hacen los medios de comunicación- y se combina con la grabada -al más puro estilo del periodismo documental-. He ahí la labor más bien técnica de Lucía Estévez y Leticia T. Blanco, pero plenamente integradas en el desarrollo de la acción.

Un conjunto formal que va generando una atmósfera que va y viene entre la comedia con sus puntos de hilaridad y la intriga con un tono thriller, que no solo juega con los elementos de que dispone, sino que toma también datos reales formando un todo que genera dudas e incertidumbres implicando al espectador, al verse este suponiendo hipótesis y posibilidades a partir de lo que le están contando. Una representación en la que Patricia de Lorenzo y Miguel de Lira brillan en cada uno de los papeles que interpretan, roles de lo más dispares, pero a los que sacan el máximo partido con unas interpretaciones sencillas y cercanas, casi humildes, siempre al servicio del texto y del universo de corrupción, caciquismo, costumbrismo y españolidad en el que este pretende y consigue adentrarnos.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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