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04.03.2020 Críticas  
Exceso italiano

Una novelita lumpen, la última narración publicada en vida por Roberto Bolaño, llega al escenario del Teatro Kamikaze en una adaptación con aires fellinescos, firmada por Rakel Camacho, rebosando carne, declamación y salvajismo social.

Bolaño es uno de esos muchos autores que tengo pendientes de conocer en mi faceta de lector, so many books, so little time, parafraseando una conocida canción. Después de esta función es probable que este sea el título con el que me adentre en el universo del chileno fallecido en Barcelona en 2003. Será también la mejor manera de resolver las sensaciones contradictorias con que me ha dejado este montaje dirigido por Camacho y producido por La Intemerata Teatro.

El punto de partida son dos adolescentes huérfanos, Bianca y su hermano, que se ven obligados a buscarse la vida en su ciudad, Roma, tras la muerte de sus padres en un accidente de tráfico. Tarea complicada y en la que optan por el escapismo fácil, las malas compañías y actuar al margen de la ley. En lo primero abren su casa a un colega de gimnasio, en lo segundo en poner en su punto de mira a una antigua estrella del cine venida a menos. Un argumento que sea por la narrativa de Bolaño, sea por el prisma de Camacho, sea por ambos, da como resultado una función con tintes bizarros y excesivos, cercanos a una provocación con fines difíciles de definir.

Pero a pesar de ello, Una novelita lumpen se mantiene firme y te hace estar alerta y pendiente de su devenir. Puede ser la erótica de los cuerpos desnudos mostrados, el eco vintage de las emisiones en monitores televisivos que recuerdan a las madrugadas pretenciosamente sensuales de Mediaset en los inicios de los 90, la escenografía de postal quemada por el efecto de la luz estival y el aire kinki del mobiliario de gimnasio y peluquería que ocupa el escaso espacio del ambigú del Teatro Kamikaze.

Lo que choca en esta miscelánea es el tono de sus personajes, la manera tan extrema con que se manifiestan verbal y corporalmente, evocando casi más la tragedia griega y la oratoria clásica que lo que podría haber sido algo así como un Historias del Kronen o un Trainspotting a la italiana. El inicio, más narrativo, podría pasar por hijo de Fellini y su gusto por protagonistas de gustos, hábitos e improntas de lo más peculiar. Pero una vez entrados en acción, esta se centra más en el cómo, en lo performativo y lo plástico, en la impresión y el deseo de impregnar las retinas que en relatar, explicar, exponer y desarrollar.

Un carnaval de sensaciones expuesto sin delicadeza alguna, pero cuyas piezas son manejadas de una extraña y coordinada manera que hace que encajen. Un resultado en el que tiene mucho que ver la total entrega de sus intérpretes, con una extraordinaria Rebeca Matellán a la cabeza y unos compañeros –Jorge Kent, Diego Garrido y Trigo Gómez– que, al igual que ella, se dejan la piel sobre el escenario.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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