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02.03.2020 Críticas  
Danzad danzad

Solo dos fechas se programa este 10000 gestes de Boris Charmatz en los Teatros del Canal, como todas las delicatessen de danza contemporánea que nos suelen regalar, aunque esta producción francesa deje con hambre.

Veintiun intérpretes se van concentrando sobre el escenario para reproducir 10000 gestes, sin repetirse una sola vez, en una pieza que por momentos roza lo performático mas que un acto coreográfico. No existe un hilo argumental que vertebre este flujo de huidas, gritos y carreras que durante una hora sucede en escena, utilizando todo el espacio de la sala Roja, desde el escenario al patio de butacas mismo, pasando los espectadores a formar parte de la maraña de cuerpos en danza.

Es necesario aproximarse al coreógrafo Boris Chartmatz con algún tipo de noción sobre su particular visión de la danza contemporánea, ya que su base teórica aspira a «democratizar la creación de discurso en relación a la danza». Este espectáculo, comenta Jordi Ribot en el programa de mano, «parece tener como único objetivo el ser una fuga de algo», y es así como se reciben estos falsos 10000 gestes, a no ser que nos llevemos por la literalidad de que cada uno de ellos, en cada uno de los individuos, cada vez que es repetido, es un gesto único; entonces si, son 10000 gestos que se reproducen de forma anárquica.

El «Réquiem» de Mozart, que se reproduce tras una introducción de lo que percibí como ruidos urbanos, vagones de metro que frenan, mientras que una joven circense, vestida de rojo, danza. Un sonido contemporáneo que hubiese acompañado esta coreografía, restándole la epicidad de lo clásico de Mozart, en un pretencioso esfuerzo de relevancia, hubiese sido la banda sonora perfecta para estos cuerpos que transitan el espacio, lo arrastran, lo gritan, lo gozan. Todo el tramo principal de 10000 gestes lo disfruté como quien se sienta en una plaza de una gran ciudad, y ve a la gente pasar: pieles, cuerpos, identidades de género distintas, y mayor o menor cantidad de tela que cubra sus personalidades únicas.

10000 gestes es un after a las 8 de la mañana, una estación de suburbano en hora punta, un festival de musica en un entorno rural, y una sala de recreo de una institución mental. 10000 gestes es tanto «Alguién voló sobre el nido del cuco» como el principio de «Closer» o el final de «Lost in translation».  Todo ello en su primera parte, que tiene hasta un final propio, antes de continuar un ejercicio que es un exceso en si mismo, y cuyo arte se derrama, literal, sobre la audiencia Y es justo en este instante cuando 10000 gestes me hace parpadear y distraigo plenamente mi atención y me desconecto del vínculo proto atávico que me había creado Charmatz.

Si con «Grand Finale» viví una experiencia religiosa en este mismo espacio (y siendo consciente que hacer esta comparativa roza lo absurdo), 10000 gestes se ha quedado en experiencia, curiosa, pero no extraordinaria. Los sesenta minutos de duración, si hubiesen podido ser 8000 gestos, y restarle un largo tramo que barre el dinamismo y la sensación de estupefacción magnífica y loca de todo el inicio, hubiese disfrutado más la propuesta. Hasta la imagen final, que propone en cierto aspecto que el escenario es un mágico entorno en el que los intérpretes viven, y solo se activan cuando se encienden las luces y entran en un letargo hasta la próxima función, cuando se produce el negro final, hubiese sido un buen cierre para esta anarcodanza.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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