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24.02.2020 Críticas  
Antropoceno, el futuro será performativo

Como parte de la programación con motivo de su 25 aniversario, el Teatro de la Abadía de Madrid presenta este proyecto, Antropoceno,  que Thaddeus Phillips cuenta que surgió de una conversación entre él y José Luis Gómez en su anterior paso, hace dos años, por este antiguo recinto sacralizado.

En esta época de cambio, crisis y emergencia climática, sostenibilidad, activismo, ecología y Greta Thunberg, Antropoceno nos plantea cómo es posible, si es que lo es, la convivencia entre el hombre, la naturaleza y la tecnología. De ahí el título, término que la comunidad científica da para la siguiente época geológica que vivirá nuestro planeta tras los desmanes que nuestra intervención y modelo de vida están teniendo sobre sus ecosistemas.

Cada momento de la historia tiene sus fantasías sobre lo que está por llegar. Durante los 70 y los 80 imaginábamos la vida espacial, después llegó la domótica como consecuencia de la robótica aplicada a la cotidianidad para, entrados en los 90, volvernos locos con las infinitas posibilidades de las telecomunicaciones e internet. Hoy, en cambio, la ciencia-ficción parece mirar al pasado, al principio de todo con ánimo de querer hacer las cosas bien y de tener en cuenta a quien hemos ignorado y vilipendiado: la madre naturaleza. Esa es la búsqueda imaginativa, intelectual, intuitiva y conceptual de este montaje más corporal que textual.

En el centro del escenario un domo cumple una función de escenografía versátil adaptable a lo que requiere la narración ideada por Phillips. Y justo ahí es donde Antropoceno se queda encallado en su propósito, en intenciones que sobre el papel seguro que funcionan pero que desde el patio de butacas parecen más una serie de performances inconexas que tendrían más sentido como piezas sueltas en cualquier de las ferias artísticas que acoge Madrid esta semana que sobre un escenario teatral.

También hay momentos dialogados, que destacan porque aportan sentido, pero no queda clara su intención, más allá de la ironía alusiva al momento político que vivimos (eco de un pasado en blanco y negro), de las situaciones a las que nos lleva el consumismo promovido por el neoliberalismo económico que nos gobierna y de la suposición de un futuro que ya está aquí en el que lo humano quedará supuestamente supeditado a la inteligencia artificial.

Quizás los episodios más logrados sean los de mimo y clown, como el aeroportuario, en los que los actores ejercen realmente de intérpretes y no, como en otros pasajes, de presencias dinámicas más cercanas a una abstracción y simbolismo difícil de concretar. El resultado final es el de un espectáculo en el que lo experimental se queda por el camino y lo único que llega a término es la corrección de su elenco (Silvia Acosta, Julio Cortázar, Kateryna Humenyuk y Almudena Ramos) y las posibilidades técnicas de la sala principal de la Abadía (iluminación, proyecciones, escenografía, sonido…).

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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