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24.02.2020 Críticas  
Buen teatro casi al precio de un gin tonic normalito

La sala de El Maldà de Barcelona se transforma en un local de hostelería para alojar a la Cía. La ruta 40 y su nuevo proyecto: Sacarina. Un texto de Davide Carnevali, en un fantástico tono irónico, con el que se estrena Sergi Torrecilla a la dirección.

Entre el autor, Albert Arribas y la propia compañía, han adaptado este texto a Barcelona, ya que originalmente trataba sobre la idiosincrasia de la ciudad de Milán. Años de crisis en los que se ha levantado la cabeza muy poco a poco y en los que muchos sectores se han visto afectados, en especial el cultural. Actores que no encuentran papeles dignos para representar que a duras penas se pueden mantener viviendo en una ciudad donde un croissant y un café con leche ya casi cuesta tanto como una operación estética. Todo eso, al final, ve afectada la moralidad y la convivencia hasta el punto de luchar por la supervivencia sin importar el coste.

En este contexto Albert Prat y Lara Salvador son Bertu y Lara, dos actores de formación principalmente teatral a los que les han ofrecido un papel para una serie de TV. Aunque no entra dentro de sus preferencias, hace falta dinero. Así que la obra transcurre en los días previos a grabar el piloto. La dramaturgia baila entre los entresijos de esa producción, el estado de la Barcelona actual y el sentir de los protagonistas. No sé como sonaba el original de Carnevali pero la adaptación es impecable y realmente cercana al espectador catalán. Es comedia inteligente y transcurre con tal agilidad y dinamismo que es imposible que ni un solo asistente se aburra. Yo me prometía en cada escena que iba a aguantarme la risa y que mis carcajadas no iban a sonar tan fuerte. Pero, evidentemente, perdí una y otra vez.

El estreno de Torrecilla como director, se salda con una nota excelente. La química de los componentes de La ruta 40 es evidente. Y conocer bien hasta donde pueden llegar tus compañeros te da ventaja. Eso, Torrecilla, lo ha sabido aprovechar. Además, ha sabido encontrar el equilibrio para contar una triste realidad sin olvidarse de reírse con respeto de ella.

En cuanto al trabajo actoral, la capacidad de Alberto Díaz de soltar largos textos con tanta presteza se vuelve a evidenciar. Aquí, además, consigue con gran éxito ese tono del que lo sabe todo pero con tanta naturalidad que parece que, de verdad, te está hablando el cuñado por excelencia. Llega el momento en que sabes que va a abrir la boca y la comisura de la tuya, inconscientemente, ya se empieza a elevar. Albert Prat demuestra su multiplicidad de registros. En este caso, tanto el cómico como el dramático. Tiene la extraordinaria habilidad de que consigamos empatizar con sus personajes, sean cuales sean. Crea ese invisible magnetismo actor-espectador que siempre esperamos y no siempre sentimos. Y Lara Salvador, como parte femenina de la pieza, es un acierto y ha sido muy bien seleccionada para el papel de esa actriz que vive de las apariencias pero que en el fondo es bastante naïf. Salvador también se distingue, como en el caso de Díaz y Prat, por esa gran vis cómica que encaja con el resto a la perfección. En definitiva, un tridente de lujo que no podía haber estado mejor elegido.

A todo esto, se le suma la originalidad y efectividad de una escenografía, de la que se ha encargado Clàudia Vilà, en la que el público es parte del escenario. Sentados en las mesas de la sala de un bar cualquiera, que compartes con los actores, se consigue una inusitada cercanía que siempre se agradece. Y aunque esto pueda generar cierta dificultad para los actores, de los que se requiere aún más concentración por tener público y ruido más cercanos, Díaz, Prat y Salvador nos entregan interpretaciones excelentes a tan solo un paso de distancia.

Sacarina es el tercer montaje que veo de esta compañía esta temporada y todos los han aprobado con sobresaliente. La originalidad que presentan en sus textos propios o en la selección de sus adaptaciones los está desmarcando, para bien, de la mayoría. Teniendo en cuenta que a mí me tira más el drama y la tragedia, hay unas pocas compañías catalanas que están consiguiendo hacerme la comedia realmente atractiva y que empiece a fijarme en ella con más asiduidad. La ruta 40 es una de ellas. Ni que decir que su valor no radica solo en lo mucho que me puedan hacer reír, como habréis visto si habéis leído la crítica entera, pero reconozco que les debo una (y muy grande) por ayudarme a acabar una mala semana con buenísimo teatro y muchas risas.

Crítica realizada por Diana Limones

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