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24.02.2020 Críticas  
Experiencia mítica

El Teatro Real de Madrid propone un viaje al fuego, al reino de los dioses. Esta segunda parte de El anillo del Nibelungo es una experiencia que deja al espectador sin aliento. Si en El Oro del Rin, representada la temporada pasada, nos quedábamos con ganas de más, aquí ocurre lo mismo y multiplicado. La Valquiria es un acontecimiento.

Richard Wagner estrenó esta pieza maestra en 1870, dudo que imaginara la repercusión mundial e histórica que su valquiria llegaría a tener. Esta pieza sublime forma parte de las cuatro óperas que forman El anillo del Nibelungo. El Teatro Real nos está dando el privilegio de conocer esa mastodóntica creación a razón de una por temporada. Esta Valquiria es sin duda una de las más esperadas, y la expectación se salda totalmente a favor. Las casi cinco horas de duración, que exigen al espectador un esfuerzo, no juegan en contra de una pieza que a medida que se desarrolla crece en intensidad y emoción.

Mucho tiene que ver en ello la batuta del maestro Pablo Heras-Casado, que al frente de una de las orquestas más grandes que se recuerda en el Real consigue la potencia, incluso desmedida en algún momento, pero para nada incomoda. Wagnerr quería una orquesta inmensa, y sin duda que con esta estaría más que satisfecho.

El talento necesario para La Valquiria requiere de unos cantantes potentes. Tienen el endiablado deber de cantar por encima de la inmensa y potente orquesta. No todos los tenores y sopranos se atreven con esta obra maestra. El elenco que se puede ver en el Real se crece a medida que pasan las escenas. En mi caso pude ver al segundo reparto, y debo decir que su interpretación fue sobresaliente. Por destacar a alguno de ellos y ellas me quedo con Elisabet Strid que compone una Sieglinde que crece exponencialmente a medida que el drama se desarrolla. Ricarda Merbeth como La Valquiria Brünhilde es espectacular. Sus momentos son de belleza eléctrica, divina y mítica como su personaje.

La historia de amor entre Siegmund y Sieglinde. Hermanos y amantes, que desata las iras de Fricka. Una revolución en el Valhalla, el olimpo divino y germánico. Dioses contra humanos, amores que truncan decisiones divinas. Un final apoteósico. El tercer acto de La Valquiria es en sí una obra maestra dentro de otra. Aunque el cine mucho ha tenido que ver en encumbrar la marcha de las valquirias, hay que reconocer que el ritmo imperial de esa marcha consigue erizar el vello de cualquier espectador.

La escenografía de Robert Carsen es sobria pero impactante. Guardándose momentos de gran belleza. La nieve y el fuego, símbolos de la tragedia y el amor, del poder, del destino en manos de los dioses.

La Valquiria que cabalga estos días en el Teatro Real de Madrid es digna de dedicarle las cinco horas que dura, la experiencia es de las que se recuerda durante tiempo. Una pieza magistral.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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