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19.02.2020 Críticas  
Cinco horas con Concha

Ha muerto Lucrecia Conti, la gran dama del teatro y estrella de la televisión y cine que era el vivo retrato de Concha Velasco. Están todos invitados al velatorio público que se celebrará, el día que les vaya bien, en el Teatre Borràs de Barcelona. La familia agradece el calor del público pero avisa que es probable que el fantasma de la actriz se presente para decir su santa voluntad.

Pentación Espectáculos trae a Barcelona esta obra encargada por la propia Concha Velasco a su hijo Manuel M. Velasco, que la firma doblemente como autor y director. Se trata de una comedia sobrenatural blanca (muy blanca) sobre la relación de la gran actriz fallecida con su representante (Pepe Ocio), sus dos nietas (Irene Soler e Irene Gamell), el primo-novio de una de ellas (Emmanuel Medina), y por supuesto el público, la profesión y los medios. Sirve, en cierto modo, para que Concha Velasco se despida de los escenarios (o como excusa para no abandonarlos a sus 80 años) haciendo sutiles y no tan sutiles referencias a toda su carrera, sus filias y sus deseos incumplidos, con la pequeña distancia que permite el personaje; también es una humorístico sic transit gloria mundi, lo que subraya la frase que dramáticamente repite el espectro de la gran actriz, «tiempo es lo que ya no tengo», y que nos remite al Hamlet envenenado del último acto de la tragedia de Shakespeare.

Dentro de la blancura de la trama, los personajes y sus relaciones están claramente dibujados e interpretados, con un punto de realismo y otro de farsa. La nieta que no se entera, la que lo controla todo, el novio extraterrestre, el representante caradura y el espectro intrigante, para quien estar muerta no es motivo para dejar de ser el centro de atención. ¡Que tiene un Goya, coño! El público tiene muchas ganas de Concha e interactua todo lo que puede. Son muchas las ocasiones que el espectáculo lo propicia. Los diferentes trucos espectrales e interacciones audiovisuales se desarrollan con bastante sorna, pero cumplen su función en la trama.

El único problema que le vi a El Funeral el día de la previa a la que acudí en Barcelona fue una falta de ritmo. Y la comedia, por muy «nívea» que sea, necesita ritmo, lo necesita de forma vital. Entradas, salidas y perambulaciones se sucedían como si todo el mundo estuviera improvisando en respuesta a los demás. Es posible que se debiera al asentamiento del elenco a su llegada a Barcelona (lleva ya casi dos años fuera, con algunos cambios de reparto), y que a base de funciones ya lo vayan solventando.

Este no va a ser, realmente, el adiós de Concha Velasco a los escenarios: aun tiene pendiente un proyecto más, La habitación de María. Pero si lo fuera daría igual, porque aquí está arropada por el cariño de su compañía, del texto y de los espectadores en cada momento de la obra, y tras tantas décadas dedicadas a la interpretación, despedirse aprovechando para simular la muerte de una misma (aunque sea otra) hasta tiene su punto. Esto es más un happening que una obra de teatro pero, en cualquier caso, gracias, artista.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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