novedades
 SEARCH   
 
 

18.02.2020 Críticas  
La vida como juego de azar y resistencia

La Villarroel devuelve a nuestra cartelera a David Greig. El escocés encuentra en la versión de David Selvas y La Brutal una sugestiva puesta de Aquella nit (una obra de teatre amb cançons). Una comedia romántica que llega a encandilarnos por el buen entendimiento de una de las parejas escénicas más explosivas de la temporada: Marta Bayarri e Ivan Massagué.

Una de las mayores virtudes de la propuesta es que revivifica un género teatral prácticamente extinto en autores contemporáneos, por lo menos con esta concepción. Las canciones de Gordon McIntyre (compositor y letrista) salpican este romance de realismo urbano y probablemente eso sea con lo que realmente conectamos. Una combinación ganadora que la escenografía de Blanca Añón, la iluminación de Mingo Albir y el sonido de Roger Àbalos visten con apariencia de concierto y sobretodo de late night show, propiciando la necesidad de interactuar y de establecer un contacto «real» de los protagonistas. Una especie de Edinburgh state of mind que el espacio evoca como si de ese tiempo entre templado y cálido (en verano) y plagado de días cortos, húmedos y lluviosos (en invierno) se tratara. En esta ocasión, la posibilidad de la doble grada queda especialmente bien aprovechada. La sala se convierte en resorte del garage rock.

En escena, la banda. Aurora Bauzà y Pere Jou acompañan a los intérpretes, que cantarán «sus» propias canciones, las que los personajes necesitan expresar. Una estética que podría recordarnos a una banda indie, como si los Pixies vivieran sus particular documental ficticio (y en este caso teatral) de «dos días en la vida de» a lo A Hard Day’s Night (1964) de Richard Lester/The Beatles. Teniendo en cuenta que se mantiene la localización original, la decisión de traducir las canciones puede descolocarnos en un primer momento aunque también es cierto que el trabajo por adaptar los registros más informales del lenguaje que caracterizan a la pareja protagonista de un modo más cultivado o descuidado según corresponda se consolida en los momentos musicales. En este sentido, la traducción de Cristina Genebat es destacable. También la contextualización musical previa al inicio de la representación, que nos sitúa de un modo muy acorde con lo que vamos a presenciar.

Dos factores anclan este sueño romántico a nuestra realidad más inmediata. Y es, en primer lugar, la fuerte impronta de la diversidad urbana, en este caso de Edimburgo. El ritmo de la dirección marca la acción apresurada que lo abarca todo, desde los lúgubres pisos de Leith Walk hasta el estacionamiento exterior de una gran superficie de muebles del hogar, hoteles de lujo y clubes fetichistas orientales. Que todo esto suceda en un solo fin de semana es posible gracias a la habilidad del autor para integrar fantasía y un fuerte compromiso hacia un espacio geográfico que parece conocer muy bien. Sabia decisión la de mantener la localización, ya que de modo implícito se evoca una estética cinematográfica en la que todos los que ahora estamos entre los 35 y los 40 hemos crecido y hemos desarrollado nuestra experiencia con el género en cuestión. Un pulso constante y bien jugado por Selvas y los intérpretes entre la perpetuación del género y la ruptura de las manifestaciones al uso de cualquiera de los lugares comunes que necesariamente han de coincidir para su desarrollo.

El otro ingrediente crucial e imprescindible es la fascinación que provocan Bayarri y Massagué. Ambos reafirman algo muy presente en el texto y es el recordatorio constante de que estamos viendo a dos solitarios conscientes de sí mismos y de su momento vital. Cada uno a su manera pero con una compenetración y una adecuación estratosférica al ritmo y a los códigos genéricos expresan y transmiten sus deseos secretos y subtextuales, especialmente en los monólogos interiores. Momentos como la severa conferencia sobre la destartalada vida por parte del miembro erecto de él y todas y cada una de las apariciones de ella (además, gran dinamizadora del público) subrayan claramente el triunfante punto de encuentro escénico entre estos dos solitarios que buscan consuelo mutuo. El vestuario de Maria Armengol y la caracterización de Paula Ayuso ayudan a que el «rollo» de su actitud sea el ideal para que su historia nos llegue. También su integración de los cambios a la vista del público y su interacción con algunos elementos escénicos como el frigorífico o la cinta de correr (gran momento el de la carrera inicial de ambos) como, por supuesto, la interpretación de las canciones con y sin instrumento. Pura magia escénica. Como si la Julia Roberts de Pretty Woman (1990) o, todavía mejor, Novia a la fuga (1999) y el Ewan McGregor de Trainspotting (1996) se juntaran y renacieran en algo nuestro y mejorado en esta particular historia. ¡Bravo!

Finalmente, celebramos la posibilidad que La Brutal ofrece a pieza y autor de dar el salto al circuito de exhibición comercial, en el más amplio y saludable sentido del término. Aquella nit (una obra de teatre amb cançons) demuestra que Greig es un autor a descubrir para el gran público y a seguir explorando para todos aquellos que ya lo conocíamos vía Roberto Romei en el Teatre Tantarantana. Precisamente, la temporada pasada pudimos ver Monster (de prop ningú es normal) y en un no tan lejano 2003 Midsummer, otra aproximación del original que nos ocupa. From Edinburgh with love comprobamos cómo las propuestas del escocés son susceptibles de ser interpretadas desde distintos puntos de vista o formatos. El de Selvas acierta (sobretodo y una vez más) en la elección de una pareja protagonista cuya conexión es el encantamiento que consigue explicar por sí mismo al genero al que representa. Impresionante.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES