Desde su anuncio en la presentación de la temporada del Teatro María Guerrero, Taxi Girl ha estado en boca de todos, y hype en torno a su estreno solo lo podemos equiparar con el estreno de algunas series en Netflix. Sexo, amor, lujo, y bajos fondos: ¿a quién no le puede gustar entonces Taxi Girl?
Anaïs Nin (Celia Freijeiro) invita a June Mansfield (Eva Llorach) a que se reúna con su marido Henry Miller (Carlos Troya) en su residencia de Louveciennes. Este (re)encuentro es Taxi Girl, donde todo lo que ocurre antes y a partir de él, marcará la vida de tres vidas en constante búsqueda de su verdadero yo: la inspiración, la libertad y el amor.
Tengo una cruzada personal reivindicando que «Fuga de cuerpos» de María Velasco, que firma este Taxi Girl, y cuya lectura dramatizada dirigió Javier Giner, llegue en algún momento a escena; pero me conformo con que este tándem Velasco-Giner se una para resucitar a estar tres leyendas de la libertad y el libertinaje. Mansfield, Nin y Miller fueron un buen y mal ejemplo de las consecuencias de vivir bajo los preceptos de la bohemia, que años antes, en el mismo Paris que ellos transitan, eran el motor creativo y vital de toda una serie de creadores excelentes que dejaron su impronta en la historia. La Verdad, la Belleza, la Libertad y el Amor son los ideales que Anaïs, June y Henry perseguían, aunque algunos de ellos les hiciesen colisionar, y precisamente, de esos violentos (des)encuentros, surgió el genio de Henry Miller, y alimentó la leyenda de Anaïs Nin: en toda esta historia June Mansfield fue el animal mitológico, cuya simple existencia justificó las vidas de los otros dos.
Taxi Girl no es la historia de cuando Henry conoció a June, ni gira en torno a este hombre, que como un vampiro emocional, se alimentaba del sufrimiento y desasosiego por ejercer su libertad, y cuando digo ejercerla me puedo referir a “encender un coño (…) y dejarte la matriz del revés”, como él mismo se jactaba en sus escritos. Carlos Troya enciende a la June de Eva Llorach, y al público asistente; Javier Giner ha impreso en Troya el carácter de un personaje de Tennesse Williams en el cuerpo hipermasculino de Carlos Troya. El Henry Miller de Taxi Girl, es un Stanley Kowalski ilustrado; un bruto que no solo sabe utilizar su pene con destreza y sin descanso, sino que potencia su natural atractivo con psicología y agilidad mental. Una agilidad y un imaginario vago, que necesita de palabras de admiración y que se descongestiona como un pene tras eyacular; su vitalidad se nutre de la admiración femenina y el elogio constante de sus mujeres.
Eva Llorach es una June Mansfield perfecta, tanto en su decadencia que prologa el montaje, como en su plenitud inmersa en este menage à trois fallido. La tanguista de los años 20 sufrió una vida en la que desde joven fue chuleada por todos los hombres de su vida, desde su padre, al mismo Henry. Aunque quizás no sea del todo cierta la expresión ya que June decidió ser la chula de esos peleles que pensaban estar controlando la vida, y las entradas y salidas de ingresos que pasaron por su vagina. Su fertilidad no vino de traer mas que un hijo muerto al mundo, sino de hacer de mecenas a un puñado de ingratos living la vida loca. La fragilidad física y los estragos de la perra vida de June en su rostro y movimientos, son un excelente trabajo de la propia Llorach y de la caracterización de Jonathan Sánchez.
La Anaïs Nin de Celia Freijeiro da una carácter al personaje, que me desmonta por completo la idea mental y la imagen creadas a partir de otro montaje teatral con ella como protagonista. La carnalidad y el trauma que Anaïs arrastraba quedan relegados para presentar a una mujer fuerte, distinguida, extremadamente culta y referente feminista como pocos. Anaïs se rinde a la sexualidad del escritor y al ingenio que vislumbra, pero sabe ponerle sus límites, como haría una domadora ante semejante Semental Miller dispuesto a montarla sin previo aviso. No podré volver a ver una portada de Le Figaro sin que venga a mi mente a esta dama perfectamente perfumada, leer una reseña mientras disfruta del sexo oral que le proporciona Carlos “Henry Miller” Troya.
El trío actoral está espléndido en Taxi Girl y no puedo concebir mejor elección que este elenco final que ha quedado. Javier Giner, ayudado por mi adorada Marta Matute a la dirección, consiguen poner en pie algo que María Velasco ha creado involuntariamente como es «Un Tranvía Llamado Deseo» para el siglo XXI. Es impecable la escenografía de Elisa Sanz, para enmarcar el diseño del cartel de Javier Jaén (considero urgente una venta del mismo); y un sueño de buen gusto y evocación el vestuario de Jonathan Sánchez, con esas donaciones recibidas gracias a Christian Louboutin de un calzado que se merece enmarcar. Los armarios de Elisa Sanz habitados por el vestuario de Jonathan Sánchez son un sueño homosexual casi más lúbrico que fantasear con Henry Miller golpeando con fuerza nuestras teclas y dejándonos el carrete seco de tinta.
Puedo llegar a entender todo lo negativo que sobre Taxi Girl se vierta, que es lo más parecido a toda la censura que recibieron los tres protagonistas en su época, por ir en contra de lo establecido. Todas las imperfecciones que pueblan este montaje, y que para mi quedan maquilladas por la entrega incondicional de Troya, Llorach y Freijeiro (porque muy pocos actores están dispuestos a pasar por este nivel de exposición física, principalmente) forman parte de la voluntad y el mensaje de Taxi Girl. Todas las pequeñas batallas se han forjado a través de la provocación y rompiendo los esquemas de la sociedad mayoritaria, de esa masa que sigue considerando provocador un desnudo gratuito, o que alguien disfrute de su sexualidad sin tabús.
Las palabras finales de Anaïs son la clave de Taxi Girl, de este cuento feminista, de esta historia de mujeres desfiguradas ante el espejo del patriarcado y “donde la libertad está por inventar. (…) Hay tantas niñas que van a nacer, y yo lo que quiero es que vuelen.”
Crítica realizada por Ismael Lomana