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03.02.2020 Críticas  
Las tres hermanas estroboscópicas de Chéjov

Clásicos reversionados, actualizados y reinterpretados solemos tener cada temporada. Algunos, incluso muy modernizados. Pero nos ha llegado a través del Teatre Lliure, y desde Alemania, una versión de Las tres hermanas de Chéjov, Drei Schwestern, que ha dejado al público en estado parcialmente catatónico.

Una excéntrica apuesta con un alto nivel de riesgo, por cierta falta de costumbre de piezas así en nuestros teatros, pero que se salda, creo yo, con una buena respuesta por parte del espectador. El encargo viene del Münchner Kammerspiele a Susanne Kennedy para dirigir esta dramaturgia escrita en alemán e ingles de Helena Eckert, futurista y muy alternativa.

Con la idea de que el tiempo es un círculo y que se repite constantemente, Eckert y Kennedy reviven el texto de Chéjov presentando una suerte de experimento visual en el que Maixa, Olga e Irina (las tres hermanas) reviven una y otra vez los mismos momentos. En la historia original del autor, las tres muchachas sueñan con los ojos abiertos con un futuro mejor pero atemorizadas de cómo será ese porvenir. Eckert le ha dado una vuelta, haciendo que sus historias se repitan una y otra vez y enfrentándolas a decidir si, en ese caso, tomarán las mismas decisiones. Nos hace reflexionar en el hecho de que, al final, el ser humano vive en una reiteración inexorable, independientemente de lo que uno desee cambiar. Todos, al final, tenemos los límites acotados del tiempo y el espacio, muy bien escenificado cuando ellas aparentan ser unos relojes y porque todo transcurra en una caja en el centro de todo ese universo óptico.

El conjunto es muy potente, en lo que se refiere a originalidad. Si no conoces la obra de Kennedy (que tiene un sello personal), las máscaras que llevan los actores, el playback para todas las voces y los movimientos robóticos se te hace ajeno. Pero todas esas innovaciones como apuesta escénica, junto al enorme despliegue audiovisual y lumínico que han ideado Rodrik Biersteker (quien junto a Richard Jansen han sido los colaboradores artísticos de Kennedy) y Reiner Casper, ese espacio vanguardista de Lena Newton y un vestuario del que se ha encargado Teresa Vergho, que navega entre parquedad y una psicodelia moderada dependiendo de la escena, resultan en una pieza de belleza extravagante pero gran magnetismo.

Kennedy trabaja con 6 actores, 3 hombres y 3 mujeres: Marie Groothof, Walter Hess, Eva Löbau, Christian Löber, Benjamin Radjaipour y Anna Maria Sturm. Y como colaboración especial, la directora ha contado con Manuela Clarin, Kristin Elsen y Sibylle Sailer. El gran valor de todos ellos es el cambio de escena y vestuario continuo al que se someten (la obra está compuesta de gags de principio a fin), la excelente ejecución de la lenta coreografía de cada escena que crean impactos fotográficos en la mente del espectador y la realización del playback sin equivocación.

Martel Bayod se apunta un tanto más con la programación de esta temporada en el Teatre Lliure. Aunque solo hubieron dos funciones, se agradece la variedad, la apuesta por el teatro europeo y por los riesgos de estas instalaciones performativas tan diferentes de lo que estamos acostumbrados.

Crítica realizada por Diana Limones

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