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27.01.2020 Críticas  
La vida es propia y de cada uno

La Sala Beckett acoge la visita de nuestro vecino Teatro del Barrio en su Sala de baix. Celebraré mi muerte es una estimable muestra de teatro documental que, sin excusas o pretextos superfluos, se centra en el delicado tema de la ilegalidad de la muerte ejemplificado a partir de la acusación de homicidio hacia el cirujano Marcos Hourmann en 2005.

Él mismo nos explicará su planteamiento ideológico y vital antes, durante y después de ese momento. Sin miedo a una condena vinculante y, por tanto, podríamos decir que libre. Hay un ejercicio entre autoría y dirección muy próximo y cercano que sanea la impostura (por lo menos explícita) del formato dramático. En este caso, Alberto San Juan y Víctor Morilla se han centrado en el contenido y en el protagonista y no han querido diseñar una puesta en escena abarrotada que nos distraiga de lo primordial. Se intuye un proceso honesto y una voluntariosa fluidez para dar, procesar y devolver no tanto los hechos sino el punto de vista y, de nuevo, un fundamental posicionamiento vital.

La presencia de Hourmann en escena va mucho más allá del sometimiento voluntario al juicio diario del público. Decir personaje quizá rompería con la intención de la propuesta pero, en paralelo al desarrollo de la pieza, vemos cómo se ha configurado su personalidad. Recuerdos de infancia, visión de la relación, actitud y recorrido de las figuras materna y paterna. ¿Se puede hablar de spoiler cuando se trata de un documental? Por si acaso, huiremos de la enumeración manifiesta. Lo que sí que debe mencionarse es que nos parece de una sensibilidad misericordiosa e inaudita la de San Juan y Morilla para con su compañero en esta gran aventura. Mención para la iluminación de Raúl Baena y Tony Sánchez, que aportan y sitúan en el plano necesario a personalidad y fuentes o material de archivo. Convivencia que difumina las fronteras entre teatro y audiovisual.

A partir de una base audiovisual muy presente que nos mostrará tanto fragmentos de reportajes como material gráfico sobre las distintas etapas vitales enumeradas, se aporta el contexto que juicios y legislaciones no contemplan. No se trata tanto de una defensa de la libertad de expresión, que por supuesto, sino a la coherencia de actuación en función de una construcción y configuración del mundo individual y la consiguiente manera de relacionarse con el colectivo. Hay ahí una fuerte custodia y amparo de una actitud vital que integra los valores humanos en su concepción. Y esto es el humanismo que acostumbra a faltarnos transversalmente en nuestro día a día. Aquí lo encontramos en escena. Teatro como foro y lugar que promueve e incentiva el debate y lucha contra disciplinas e instituciones con la palabra y el razonamiento como herramientas. Si Erasmo mirada hacia aquí, qué contento estaría.

Finalmente, Celebraré mi muerte nos presenta a un Marcos Hourmann que sabe cuándo debe prestarse al «juego escénico», incluso lo incluye dentro de la representación. Y, sobretodo, lo más importante. Un narrador diligente, resuelto, enérgico. Raudo y veloz a veces y más reposado en otras. Generoso para compartir(se) y explicar(se) y valiente para enfrentarse de nuevo a un jurado, que convierte y reformula también el significado de lo que significa ser «público» y sentarse a escuchar y valorar al ciudadano que tenemos delante. De nuevo, aquí va el veredicto: Inocente. Muchas gracias. Si llegara el momento, me gustaría poder contar con la humanidad, coraje y consecuencia de alguien como usted.

Crítica realizada por Fernando Solla

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