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22.01.2020 Críticas  
Pincel y látigo

El hombre y el lienzo se representa hasta el 2 de febrero en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Alberto Iglesias, que terminó hace poco su gira con La Strada de Mario Gas, dirige al actor y pintor Javier Ruiz de Alegría en este unipersonal donde un pintor nos desvela lo más profundo de su trabajo, de su ser, de su pasado, mientras pinta en vivo y en directo su autorretrato.

Una sala repleta de pinturas, de pinceles, de cuadros, bocetos y lienzos en blanco que se asemeja a un taller. Un pintor dedicado verdaderamente a pintar, a su arte, que filosofa y se pregunta quién es él y por qué hace lo que hace, que se arrepiente de su comportamiento con sus seres queridos; un hombre, un ser humano que se desnuda ante el espectador, que se dirige a él, que lanza palabras y pensamientos, y, sobre todo, preguntas sin respuesta.

Este monólogo íntimo y cercano a una performance es una confesión en carne viva, una reflexión sobre la recepción del arte y su definición, entre el caos y el orden, entre el narcisismo y la empatía más sincera, entre el horror y la belleza del mundo. Según el protagonista, hemos nacido para amar la vida y su tristeza y su angustia son fallos, y aún así, se atreve a hablar de lo extraordinario, de los hombres que, como él, plantan cara al crítico y al académico, llegando a resultar seres intimidantes, incomprendidos, rebeldes, maleducados, fieros, que rozan la misantropía.

Ruiz de Alegría se mete en la piel de un hombre solitario, aislado, que necesita del silencio y de la soledad para trabajar y la rechaza al mismo tiempo, que quiere ser visto y no visto, que no puede evitar pintar, que concibe la pintura como una lucha, “en una mano el pincel, en la otra el látigo”, que desea verse en el lienzo, en la materia, la forma y los colores para saber quién es, y se pinta casi de manera obsesiva; el hombre derrotado y alabado; el hombre que trata de conciliar la seguridad y la libertad, que teme y adora el fracaso.

Este es el pintor al que nos enfrentamos en esta obra. Ácido, sincero, tremendista, dramático y pasional. Todos estos matices se trasladan a la música del espectáculo: una aparente frialdad y tranquilidad de su persona, una suave música clásica de violines, se combina con el sonido repetitivo de una sola nota de piano que se impone y denota la preocupación, la ansiedad, el desconcierto, la inquietud, el volcán interior del personaje, en constante erupción.

Él también tiene un pasado de drogas y alcohol porque “el que ve mucho, ve también mucha fealdad”; él también ha querido conectar y ser comprendido sin tener que mediar palabra y descansar; y es que es ardua la tarea del artista, de aquel que, como él dice, en palabras de Miguel Ángel, “vive de lo que otros mueren”, de aquel que vive y muere cuando pinta, cada día, cuando se pone delante de un lienzo blanco. De gran belleza son los momentos en que el artista se coloca de espaldas al público, bien para admirar el lienzo impoluto o bien para tratar de verse en su retrato, en que su sombra se confunde con la cara dibujada en el lienzo.

El hombre y el lienzo es una apología del artista y de su labor, a veces casi masoquista, de sus luces y sombras, de sus cavilaciones, de su sufrimiento y sus contradicciones, de lo diferente, de lo que se teme porque no llega a entenderse, del hombre lúcido y consciente; también es una defensa del arte como vía de acceso a la verdad, de alguna manera, como acto de fe en que el creador es su propio Dios. Toda una reflexión sobre las raíces y el origen, a veces desconocido, de uno mismo y del arte, sobre la utilidad de lo inútil, sobre el hombre que opta por la poesía y deja de lado el pan. Ya lo decía Lorca en la inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros, que no solo de pan vive el hombre.

Se trata de una obra visualmente impactante y sobrecogedora. Ruiz de Alegría e Iglesias unen sus fuerzas para desarrollar este original proyecto de arte en vivo, que conjuga la pintura y el teatro. Y es que asistimos a un proceso creativo en directo. La interpretación de Ruiz de Alegría es potente y segura, y ambos demuestran que tienen mucho que decir (¡y con qué profundidad y sensibilidad!), y que guerra y paz suelen ir de la mano. Saldrán inspirados de la sesión. Sin duda.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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