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16.12.2019 Críticas  
Una Mrs. Dalloway descafeinada

La sala grande del Teatre Nacional de Catalunya presenta su último montaje del año. Mrs. Dalloway, dirigido por Carme Portaceli, presenta una actualizada versión de la obra de Virginia Woolf en la que Blanca Portillo deslumbra en un texto demasiado modernizado que evita el drama original de la obra.

El TNC de Barcelona presenta una de las obras más conocidas de Virginia Woolf. En ella, la escritora hace un recorrido de 24 horas por la vida de Clarissa Dalloway, desde que se levanta de buena mañana y empieza a preparar una fiesta para su marido hasta el inicio de la fiesta por la noche. Un recorrido marcado por las horas que toca la campana del reloj del Big Ben en un Londres (situado en el fin de la Primera Guerra Mundial), por el tiempo que va pasando y que lleva a Clarissa a ir hacia delante y hacia atrás en el tiempo de su vida. El flujo de su consciencia, la consciencia sobre su vida, sus decisiones, llega en el mismo momento en que abre la ventana de aquel maravilloso día de primavera en que prepara la gran fiesta.

El actualizado montaje que presenta Portaceli, nos muestra una escena demasiado moderna que descontextualiza la historia que se nos presenta. Parece ser que Portaceli ha querido llevar a Clarissa Dalloway a vivir tiempos más modernos; algo que hace que perdamos gran parte de la carga emotiva que el tiempo teatral incluye en la obra.

La adaptación creada a tres bandas por Michael De Cock, Anna Maria Ricart y la propia Portaceli, deja una sensación extraña tras su disfrute. El ritmo manifiesto, el tono en el que se enmarca la trágica historia y una vistosa y moderna escenografía, hacen que la historia pierda su fuerza original. Una fuerza que puedes entrever y empatizar si has leído la obra de Woolf pero que no acabas de seguir con firmeza si no conoces el texto y acudes a disfrutar de la obra que nos ocupa. Sí, la historia es sencilla, una mujer que prepara una fiesta para su marido, un marido ausente (fue oficial en la guerra), en la que repasa toda su vida amorosa y se cuestiona si el camino que siguió es el correcto; si hizo lo que debía. Todo ello, regado con historias secundarias que no acaban de sobrepasar al público y que nos dejan con la intención de querer saber más. De querer saber porqué. Es como si las historias secundarias que nos presenta Woolf quedaran relegadas a la preparación de una única fiesta; lo importante y en lo que Portaceli se ha centrado. ¿Qué hay del tema de no sentirse querido, del sentirse abandonado, del suicidio inminente? Temas importantes que pasan por escena muy rápido y en los cuales se podría haber profundizado.

Aun así, el inconveniente más marcado a mi parecer, es la fallida actualización temporal. En un mundo post Primera Guerra Mundial no se entiende, por ejemplo, que tengan cabida los teléfonos móviles. Que los personajes toquen instrumentos en escena sin motivo, que sus interpretaciones como personajes fluyan durante unos minutos para quedar relegadas a coger una baquetas o una guitarra e interpretar una canción; eliminando cualquier carga emocional contenida hasta el momento. Estamos en un periodo entreguerras pero no lo sentimos como tal. La inmensidad de una casa en la que no falta de nada pero que, realmente, falta de todo; extraña una atmósfera poco propicia para escenificar el drama plasmado en la obra. Aun así, el trabajo de escenografía de Anna Alcubierre es sencillamente cautivador en su juego de cambio de escenas mediante la cortina (con algún problema que otro relacionado con el atrezzo de escena) y, el fantástico momento de las rosas sobre la mesa de la fiesta que, visualmente, encandilan al respetable.

Sobre las actuaciones, he de decir que no puedo poner peros a ninguna. Todos los actores y actrices ponen su total trabajo y corazón para dejar en escena lo que se les pide. Que Blanca Portillo es una grande, no tengo duda alguna. No hay interpretación que disfrute de ella que cojee. Todas, sin excepción, están llenas de una intensidad magnética que hace que te ofrezcas en cuerpo y alma, olvides el tiempo y disfrutes como nunca del teatro. Ella, es una de las pocas actrices que consigue que me pierda en sus versos de principio a fin. Pero no solo de Blanca Portillo se nutre la escena. Una maravillosa Inma Cuevas en su papel como Sally presenta una fantástica y magnética historia de juventud que la relaciona con Clarissa (Blanca Portillo) y Peter (Nelson Dante) que nos enternece y nos sorprende a la vez. Una historia que queda relegada para tratar la creada entre estos dos últimos personajes pero a la cual no se le da tampoco una importancia existencial. Pero si he de nombrar una historia importante que no acabó de llegar al espectador y cuyo personaje e historia es de vital importancia, es la de Angélica. Interpretada de forma impresionante por Gabriela Flores, su participación queda sombreada en escena y no acaba de seguirse con la intensidad que merece. El sentirse sola, abandonada, aun estar rodeada de gente para plantearse el suicidio para ser feliz, es un tema que hace falta que alguien toque de una vez en una dramaturgia directa y que nos haga despertar sobre el tema tabú de la depresión.

Efectivamente, Mrs. Dalloway tendrá una venta perfecta estas navidades en Barcelona y, estoy seguro, que será una de las obras más comentadas entre los asiduos al teatro pero eché en falta que Portaceli arriesgara en un tema espinoso y necesario. Que no se limitara a marcar como hilo argumental la fiesta y utilizara el buen hacer de Blanca Portillo para llevar una Mrs. Dalloway descafeinada. En sus manos tenía una historia poderosa con la que podría haber hecho más.

Crítica realizada por Norman Marsà

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