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08.01.2020 Críticas  
Maravillosa singularidad interpretativa elevada al cubo

La Sala Beckett nos ha regalado la posibilidad de redescubrir cuatro piezas breves de su padre fundacional. Beckett’s Ladies reúne a unas excelsas Sílvia Bel, Míriam Iscla y Rosa Renom. Bajo la visión de Sergi Belbel la jornada teatral se convierte en una suerte de espectáculo itinerante que ofrece aproximaciones impecables, precisas, inesperadas y asombrosas.

Decir que la obra de Beckett es prolífica puede parecer algo absurdo a día de hoy. Sin embargo, la elección de estos títulos resulta un gran ejercicio de rescate. Passos (Footfalls, 1975); Bressol (Rockaby, 1980); No jo (Not I, 1972) y Anar i tornar (Come and Go, 1965) componen una ruta escénica fascinante ya a partir de la traducción de Belbel. Sin convertirlo en un aspecto evidente durante la representación, su labor en este sentido supera lo meritorio, metódico o procedimental para situarnos (si sumamos su dirección escénica) en un terreno cercano a la traductología. Saliéndonos del marco específico de la representación, la oscura aproximación y la presencia (física y/o vocalmente artículada) de las distintas intérpretes en las piezas que protagonizan sus compañeras, así como la vinculación que esta característica promueve entre personajes, contenido, formalismos y relatos, podemos analizar y enriquecer nuestro análisis durante y tras la recepción a través también del psicoanálisis, incluso la filosofía.

Tras la luminosidad apocalíptica de su aproximación a Els dies feliços (Happy Days, 1961), Belbel demuestra una intuición especial y sabia al acercarse de nuevo al autor. Transmite ese característico mundo de Beckett sin retocar el estilo para (con respeto) escenificar tan particular universo y, al mismo tiempo, parece moverse con cierta y oscura libertad. Y se centra en lo esencial del lenguaje, de la (in)acción y del concepto de personaje. Sumergiéndose (y a las actrices con él) en un abismo que parece imposibilitar la salida, hay una cierta contingencia de redención existencialista. Para todo ello (y más en estas puestas), la escenografía de Max Glaenzel, la iluminación de Kiko Planas, el vestuario y sombreros de Nina Pawlowsky y el espacio sonoro de Jordi Bonet son imprescindibles para hacer convivir la presencia de voces y cuerpos en escena y superponer, rematar, mudar, abandonar o retomar un papel más protagónico o de refuerzo. Incluso para remarcar u ocultar movimientos, miradas o partes del cuerpo y el rostro, en función de los requerimientos de cada pieza.

Juntos consiguen de cada acotación una oportunidad. Casualmente (o no), el número 4 está muy presente en este espectáculo. Un número que representa la creación y la construcción, así como lo práctico, rígido y represivo. También la lealtad, en este caso hacia el autor. Belbel y todo el equipo luchan contra cualquier límite preconcebido de la representación con una atención para el detalle inquebrantable y firme, prácticamente científica. Un paseo constante entre lo inquietante y el recreo de los sentidos. De este modo, Passos mantiene su división en cuatro partes. Una estructura muy musical en la que el tempo es básico. Un sonido de campana da el pistoletazo de salida para que, hacia delante y hacia atrás, una impecable Rosa Renom deambule dando un mismo número de pasos, midiendo la duración de los mismos. Cuando más débil es la campanada más oscuro deberá verse el fragmento y esto aquí se ha captado y transmitido a la perfección en unísona comunión con la transmisión del texto y la audición. Un trabajo físico importante y una elocución que nos atrapa a través de la aparente perplejidad que muestra el personaje.

En No jo se abandona el primer plano de significado de lo que se dice para evidenciar y centrarnos en el cómo. Míriam Iscla consigue que la pieza cale en la nervatura del público y que a partir de ese estado (y en segunda instancia) se alcance el filtro de la razón. Una pieza totalmente centrada en el emisor que recupera para la ocasión la presencia del oyente, superando la dificultad de evidenciar su posición y colocándolo en un penumbroso e insinuado centro escénico. Y llegamos a Bressol, obra que también se divide en cuatro segmentos. En esta ocasión cada una de las partes empieza con una demanda. Una única palabra: «més». Sílvia Bel realiza una labor heroica y convierte cada acotación en algo corpóreo. Su capacidad elocutiva se transforma en algo multidimensional y consigue con su rostro elevarse como la máxima abanderada beckettiana. Domina las intermitencias con maestría y se une a las líneas de texto que recibimos a través de audición, actuándose sobre o a sí misma y a partir del ritmo del balanceo de la mecedora. Cada vez algo más leve, pero con una intensidad creciente. Ella se convierte en la cadencia de Beckett. Juega, abraza y navega por y a través de su lenguaje. Cada coma, cada pausa y cada palabra las convierte en un mordisco de realidad que refleja una devoción inquebrantable hacia su personaje y hacia la pieza que lo contiene, que lo retiene. Ver para creer. Realmente, un sueño de interpretación.

Independientemente del itinerario seguido, la jornada termina con Anar i tornar. Las actrices consiguen naturalizar e integrar toda la numerología de esta pieza que se nos plantea con más acotaciones que líneas de texto. Las tres llegan a formar auténticos diagramas con la posición y el movimiento de sus manos. Movimientos que de tan precisos son prácticamente imperceptibles y enhebran un constante juego de colocaciones intercambiadas, entradas y salidas. Bel, Iscla y Renom asumen esa «semejanza» entre sus segmentos y aprovechan la luminosidad de vestuario y caracterización para cerrar la velada por todo lo alto. Esta expresividad cromática y escénica nos remite de nuevo a la visión que Belbel mostró en Els dies feliços, referencia que también está en la pieza que nos ocupa cuando se habla de ese «a l’estil antic» de nuestra querida Winnie. En definitiva, teatro y existencia en esencia.

Finalmente, Beckett’s Ladies se posiciona como una de las propuestas más relevantes de la temporada. Por visibilizar un material de un autor del que se suele conocer mucho menos de lo que pensamos, la visita ya resulta de interés. Si además se escenifica con un resultado tan especial y contundente como sucede aquí, el regalo es considerable. Singularidad interpretativa elevada al cubo para un espectáculo fantástico y que, muy probablemente, ya haya delimitado un antes y un después en la aproximación a cualquiera de los cuatro títulos que lo componen. Realmente fascinante e impresionante colofón para el ciclo dedicado al autor, tras Words and Music y Esperant Godot.

Crítica realizada por Fernando Solla

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