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14.12.2019 Críticas  
La lista es corta

Las cosas que sé que son verdad se estrenó dentro de la programación del Festival de Otoño, en la Sala Verde de los Teatros del Canal. Julián Fuentes Reta vuelve a obrar la magia. Si hace unos años nos dejó impresionados con Cuando deje de llover, ahora, con otro texto del mismo autor de aquella, vuelve a dejar al público encogido.

Una familia, un jardín con rosales, un árbol presidiendo el jardín. Un padre jubilado y dedicado a cuidar ese jardín. Una madre trabajadora, de carácter. Y cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. El regreso inesperado de la menor de la familia tras un malogrado viaje por Europa es el punto de partida de un relato que escala y escala hasta un desenlace que sobrecoge y noquea.

El texto de Andrew Bovell tiene toda la cotidianidad de la vida. Pasado por el tamiz dramatúrgico de Julián Fuentes Reta, el texto ya de por si excelente, se transforma en un acontecimiento teatral. Parte del equipo que en 2015 fue premiado por aquel impresionante montaje de Cuando deje de llover en las Naves del Matadero (cuando en ese olvidado sitio se programaba teatro), ha vuelto a reunirse para esta propuesta que tiene mucho en común con aquella y que ojalá se vuelva a programar, tres semanas son pocas para un montaje de esta altura.

Un elenco de esos de quitarse el sombrero. Verónica Forqué en uno de sus mejores papeles. Esa madre magnética, centro y pilar de la familia, la que no se rompe, la que sentencia, la que sabe bastantes cosas que son verdad. Lo que hace Verónica es simplemente apabullante. Provocando la carcajada y la sorpresa. Deberían caerle unos cuantos premios por este papel, que sin duda es un hito en su carrera. Julio Vélez es el padre, y es tan real, tan padre, dan ganas de correr a abrazarle cuando su mundo se desmorona en una de las escenas más duras que yo recuerdo, y en la que él no habla, pero su gesto es tan desolador que el público no puede más que secarse las lágrimas.

Borja Maestre es el hijo mimado y consentido que deberá enfrentarse a las consecuencias de sus acciones, eso provocará una brecha en los sentimientos de sus padres. Grande Borja, todo lo que hace suele impresionar, pero claro, cuando el conjunto es tan perfecto todo luce mucho más. Jorge Muriel, otro hijo con un tormento que cuando sale a la luz provoca una tormenta inesperada (los rosales se cubren). Además Jorge se ha hecho cargo de la adaptación y ha hecho un trabajo impecable. Pilar Gómez, la hija que decide huir, abandonando marido e hijas. Decisión que la madre nunca aceptará, y Candela Salguero como la menor de la familia, la hija que vino por sorpresa y que da el pistoletazo de salida a la obra con su regreso al hogar. Tanto Pilar como Candela están fantásticas en sus papeles, mezclando ternura, rabia. Un complicado retablo de emociones reales.

Las cosas que sé que son verdad es de ese teatro que no parece sesudo, no hay grandes reflexiones, ni monólogos de palabras rebuscadas. Es teatro de la vida, es verse reflejado en sentimientos y emociones tan comunes, tan de verdad. Toca al espectador por varios flancos, nos hace pensar en nuestros padres, en nosotros como hijos. Es de un realismo que asusta. Saliendo del teatro más de uno se encuentra haciendo la lista de las cosas que sabe que son verdad y sorprendiéndose de lo corta y volátil que es la lista. Estoy convencido que el montaje se repondrá en un futuro no muy lejano (o por lo menos eso me gustaría que fuera verdad). Y si tal y como dice el programa de mano Bovell está escribiendo una obra sobre la historia española del siglo XX, eso puede ser un locurón. Mientras, aún siguen clavadas en la retina y en la memoria teatral algunas de las escenas de Las cosas que sé que son verdad, que tardarán en borrarse.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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