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02.12.2019 Críticas  
Esperas de bombín

Ya tocaba que la Sala Beckett subiera a las tablas el clásico del dramaturgo del cual han tomado su nombre. Esperant Godot, que yo llevaba tiempo esperando (no al personaje, sino a la obra), por fin se representa. Y, como cabía esperar, no me ha defraudado.

Normalmente, solo por costumbre, suelo dejar el trabajo actoral para el final cuando escribo. Pero es que hoy tengo que hablar de la labor que hacen estos cuatro monstruos de la escena en primer término, porque lo valen y lo merecen.

Con tal elenco en cartel se podía imaginar que, seguramente, cuando bajara el telón una iba a sentirse completamente satisfecha de lo que hubiera visto. En esta función, todo ocurrió según lo previsto. Pol López, Nao Albet, Aitor Galisteo-Rocher y Blai Juanet realizan unas interpretaciones para quitarse el sombrero (en este caso el bombín).

Teniendo en mente que los personajes de Beckett eran de edad avanzada, conseguir ver un Vladimir, un Estragón, un Pozzo y un Lucky en estos actores relativamente jóvenes es un gran logro. Una se sienta en la Sala de Baix de la Beckett, se relaja y disfruta escuchándoles y observándoles interpretar. La naturalidad que han conseguido imponer a un texto que, independientemente de todas las explicaciones que le hayan podido dar, representa por encima de todo el absurdo sentido de la espera es pasmosa. La conexión Albet-López como Didí y Gogó es evidente. La enorme tarea de coordinar todas sus conversaciones de manera que presenten material para darnos que pensar, aunque en ocasiones no son más que un sinsentido, es sorprendente. Y no solo destaca la parte verbal. En las partes no habladas, donde adquiere todo el protagonismo la gesticulación, el derroche de humor al estilo clown que intercalan consigue arrancar las risas de la platea. Es un trabajo del que tenía altas expectativas (no sé si eso era bueno o malo) pero que las ha alcanzado, y sobrepasado, por completo.

En el caso de Galisteo-Rocher y Juanet, que en ambos actos tienen menos tiempo de aparición, hay que decir que se suman al dúo Albet-López con la misma calidad que estos. El primero ya sabemos que es un rey de la palabra, aparte del inmenso torrente de voz que le acompaña. En Fairfly, en Els Ocells y de nuevo aquí, hace gala de su facilidad para llenar la escena cada vez que aparece. Sus interpretaciones, que casi siempre requieren de cierta sobreactuación, se convierten siempre (subrayado y en negrita) en retos conseguidos y con nota. Por ser personajes con mucha fuerza en el escenario, pero también por la intachable ejecución. Finalmente, el Lucky que ha creado Blai Juanet estoy segura que va a permanecer inolvidable para el público catalán. Era apuesta segura teniendo en cuenta que viene del mundo del clown y casi toda su interpretación es muda. Pero en su “pequeña” parte hablada, su agilidad para arrojar con tal rápidez el texto al público (y no digo nada más) es sencillamente deslumbrante. Completan el elenco Martí Moreno y Eric Seijo alternativamente en el papel del niño que trabaja para Godot y que viene a avisar a estos dos pobres que un día más el misterioso personaje no va a venir (esto no es spoiler).

No me cansaría de seguir hablando de los actores, pero no sería justo seguir hablando de ellos sin mencionar al artífice que los ha guiado hasta aquí, hasta este Esperant Godot: Ferran Utzet. Como director de actores, es evidente que es sobresaliente. En todos sus trabajos anteriores que he podido ver (Un, ningún i cent mil, Un obús al Cor, Sopa de pollastre amb ordi…) siempre me ha encantado su profunda visión de los textos y como consigue transmitírsela al actor. En este caso, además, hablamos de interpretar uno de los paradigmas del absurdo, que lo complica todo mucho más. No es lo mismo una tragedia o un drama o una comedia realistas que darle la naturalidad que Utzet ha conseguido con diálogos que a veces solo dan vueltas sobre sí mismos y que no parecen llevar a ningún sitio. En su primer Beckett demuestra su gran aptitud para dirigir. Y, junto a él, el buen trabajo de adaptación al catalán de Josep Pedrals.

Finalmente, resaltar el gran trabajo de vestuario de Berta Riera y de movimiento de Marta Gorchs, que consiguen caracterizar a los cuatro personajes de forma excepcional. Por su parte, la escenografía de Max Glaenzel, que siguiendo el patrón de la obra original, se limita al árbol donde Didí y Gogó esperan y una piedra donde descansan. Interesante la visión de Glaenzel de reducir el espacio escénico a un rectángulo de relativamente pequeñas dimensiones, que bien podría representar el sitio que ocupan nuestras vidas en el inacabable universo. Muy atractiva también la simplicidad aplicada para conseguir la bella fotografía que queda impresa en nuestra retina del momento en que cae la noche ante Vladimir y Estragón.

Ha sido todo un acierto que la Beckett le encargue este trabajo tan especial a Utzet. Y que Utzet, con ojo clínico, haya elegido a López, Albet, Galisteo-Rocher y Juanet para mostrarlo al público. Un trabajo que, dentro del teatro del absurdo, es una obra de arte de los clásicos contemporáneos. Y esta versión de Utzet está a esa altura. Yo lo tengo claro: esta temporada va a triunfar el bombín.

Crítica realizada por Diana Limones

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