novedades
 SEARCH   
 
 

01.12.2019 Críticas  
Gritos que resuenan en la memoria

La Sala Beckett retoma Bruels tras su paso por el último Grec Festival de Barcelona. Un delicado espectáculo de La Llarga escrito y dirigido por Oriol Morales i Pujolar que se convierte en una estimable muestra de la vinculación entre teatro y territorio y nos sitúa en lo que podríamos denominar como «l’Empordà State of Mind».

En general, un clima seco con algunas precipitaciones acompañado por esa «tramuntana» que tanto nos inspira y enloquece. Frío y turbulencias que en esta pieza entroncan dramáticamente con la característica meteosensible tanto de los creadores como de los espectadores. Así podríamos describir Bruels. Estamos habituados a que la identidad se trabaje y muestre a nivel colectivo pero no a vincular un espacio mental con las características geopolóticas de un lugar. A partir de una historia que en un principio no sabemos muy bien por qué se nos está explicando (ni el motivo de que se relate así) pasaremos a conocer la propia de cada una de las cuatro presencias convocadas en escena. De un modo prácticamente imperceptible, se establece un juego identitario entre la confrontación, el discernimiento y la asimilación que cala en todos los allí presentes. Trasladándonos e implicándonos.

Hay un uso muy interesante del punto de vista. Autóctonos y foráneos pero siempre en primera persona. La dirección de Morales i Pujolar renuncia a que el texto se «interprete». De este modo, Rebecca Alabert, Iona Balcells, Joan Marmaneu y Juan Pablo Mazorra (en algunas funciones José Pescina) nos explicarán cuál es su modo de aproximación tanto a la historia principal como su nivel de implicación hacia y/o desde el territorio elegido. Familia, raíces, amor filial, muerte… Diversas temáticas que irán surgiendo por necesidad expresiva de cada uno de ellos. Los cuatro captan y se adaptan a este requerimiento de dirección desde el primer momento y consiguen que realicemos todas y cada una de las paradas emocionales de este viaje. La mirada hacia esa casa que fue algo que ya no será más de Alabert, la generosidad de Balcells al compartir su modo de vida prácticamente ermitaño (y revolucionario), el evocador recuerdo a esa mirada que nos permite descubrir lo que puertas y paredes esconden de Marmaneu y el impresionante desnudo emocional de Mazorra al explicarnos su particular «bruel» hacia el amor materno. Momentos que nos acompañarán mucho después de abandonar la sala.

La escenografía e iluminación de Ona Grau juegan un papel muy importante para naturalizar la condición de manipuladores y relatores de los intérpretes y ayuda a la voluntad de dirección de que la parte interpretativa sea un elemento más de todos los elegidos para explicarnos este relato dramático. El diseño audiovisual de Aleix Plana convive en escena de un modo completamente integrado y nos sorprende esta participación digital tan bien tramada con lo manual. Junto a las maquetas tridimensionales y el uso que se hace de ellas, en constante transformación, los materiales y las distintas texturas que se utilizan y su peso en el desarrollo dramático de la historia, podríamos acercarnos sin darnos cuenta al teatro de objetos y al de los elementos naturales exteriormente manifestados.

Finalmente, Bruels merece escucharse y contemplarse con una mirada abierta, introspectiva y participativa. Solo así podremos acompañar a los intérpretes en este viaje algo oscuro y truculento que, sin duda, nos conecta con una realidad más o menos compartida pero que despierta un vínculo especial que somos capaces de discernir a partir de la intuición del recuerdo que llevaba tiempo dormido. No es habitual que escucha y mirada se combinen y vinculen a partir de analogías y semejanzas entre historias y leyendas. Un bramido teatral de emisión en apariencia relajada pero con un impacto potente y certero.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES