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02.12.2019 Críticas  
Nochebuena punki

Dos punkis y un vespino, de Marilia Samper y Llàtzer García es una obra sobre el espíritu navideño entendido de maneras diversas. Cuatro actores de lujo se ponen a las órdenes del director Paco Montes para crear este montaje disparatado, surrealista y muy divertido que puede verse en el Teatro Nueve Norte de Madrid.

Una gasolinera vacía en el medio de la nada. Es Nochebuena. Un empleado gordinflón, pasmado y algo inocente (Javier Arriero) espera que termine su turno. No espera la llegada de dos punkis (Patrick Martino y Hugo Alejo) ni de una mujer despechada, excéntrica y muy cabreada (Judit García Rosado). El encuentro entre los cuatro personajes, bien redondos y trabajados, es, en principio, algo tenso, pero todo se soluciona a medida que la noche avanza ya que deberán celebrar las festividades a su manera, encerrados en una gasolinera.

En el escenario, tan solo un pequeño mostrador que recuerda a las gasolineras de toda la vida. Esas que vendían (y creo que continúan vendiendo) aquellos casetes de Julio Iglesias y Camela; entre otros. El resto es trabajo de los actores. De fondo, suenan los villancicos de siempre y un colosal Javier Arriera en el papel de gasolinero paleto y bonachón nos recibe en escena hablando por teléfono con su madre y haciéndonos partícipes del montaje antes de que se apaguen las luces: “Sí, sí, tengo la gasolinera petada, mama”. Genial idea para ambientar y comenzar la función.

No puedo pasar por alto el gran trabajo de Arriero hacia el final de la función, en que, animado por sus tres nuevos amigos, decide por fin, envalentonarse y decir las cosas claras. Lo mismo sucede con Judit García Rosado, que desarrolla cada matiz de su personaje al máximo sin llegar a la caricatura y deleita al público con un monólogo de lo más sincero y conmovedor, siempre divertido, en que es capaz de mostrar y transmitir mil y una emociones. Y qué decir de Hugo Alejo y Patrick Martino, cuyos personajes son el alma de la fiesta y la guinda del montaje, y también el elemento sorpresa y desconcertante: no es de esperar que un punki se ponga a cantar un villancico, que quiera ser mago o que beba Bitter Kas, por ejemplo.

Los diálogos y situaciones desternillantes, a veces profundos, combinan a la perfección con las coreografías, a veces literales, que llevan a cabo los cuatro personajes. He de mencionar el baile final, estilo cabaré, que se marcan y el contraste con la música punk. Aún surrealista, es curioso que los personajes no pierden credibilidad; más bien todo lo contrario. Es, sin duda alguna, uno de los puntazos del montaje, que tendrán que ver para creer.

Dos punkis y un vespino es un montaje poco predecible y entretenido a rabiar cuya base son unos personajes redondos. En su faceta más seria, se trata de una reflexión sobre las apariencias, los estereotipos y las varias formas de vivir y de pensar, sobre las mentiras, las convenciones, la capacidad para empezar de cero y la influencia de los otros, para bien y para mal. Y es que, al final de este encuentro atípico, todos se llevan un trocito de quien les ha acompañado.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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