novedades
 SEARCH   
 
 

12.11.2019 Críticas  
Ramon auto-reversed: cara A y cara B

La Sala Atrium nos presenta a Ramon. Un monólogo tragicómico de Mar Monegal que toma prestados voz, cuerpo y corazón de Francesc Ferrer. Un alto en el camino de una persona que debe replantearse su identidad e implicación personal, familiar, profesional y sentimental (¿pueden separarse?). Ternura, emoción y dureza bien integradas en el recorrido dramático.

Lo primero que hay que agradecer a todos los implicados es que tratan a los espectadores como seres pensantes y presentes, siempre personas y nunca figuras inanimadas o fichas que ocupan butacas. Esta es una actitud transversal de todas las disciplinas que intervienen, especialmente de la interpretación de Ferrer y de la dirección y tratamiento del texto de Monegal. Pensantes porque aquí no se busca la intelectualización o distanciamiento de una miscelánea de sensaciones y estados de ánimo, sino precisamente desbloquear el miedo a la confrontación con uno mismo y nuestra aptitud más o menos astuta, sagaz o (in)hábil para gestionar los conflictos emocionales ante sentimientos «difíciles». Y presentes porque aunque nos encontramos ante una pieza donde la implicación personal de los creadores es manifiesta, siempre nos sentiremos incluidos en este viaje, del que participamos de principio a fin. De un modo más ligero y desenvuelto al principio hasta llegar, progresivamente, a un último tramo mucho más sobrecogedor y no idealizado.

Pérdida, recuerdo, memoria y mirada. El trabajo de Monegal en la dirección es bastante consecuente con la intención de su texto. Por un lado, es un espectáculo dedicado a figuras familiares muy concretas de primer y segundo grado. Por otro, la respuesta a unas necesidades (también específicas e individualizadas) de los dos precursores de este proyecto. Una exploración detallada de los primeros cuarenta años de vida y también de unas ilusiones profesionales frustradas, estancadas o en cualquier caso desengañadas. El mayor triunfo de ambos es cómo juegan con los géneros, estilos y las situaciones escenificadas. Una comedia generacional de apariencia (no de contenido) más o menos intrascendente, una retrato familiar que ahonda en la relación materno-filial y a partir de ahí abarca todas las del núcleo consanguíneo, un elocuente reflejo escénico de los distintos recovecos y deslustres de la memoria, un check-list dramático de los múltiples miedos a los que nos enfrentamos (inevitablemente) antes o después…

La puesta en escena resulta muy adecuada y aunque en algún momento pueda parecer que redunda en lo que el texto ya dice, esto no es así. No se trata de repetir sino de enfatizar y sobretodo de profundizar de un modo muy meditado en su concepción y cuyo impacto es progresivo y en apariencia prácticamente imperceptible. Un equivalente escénico a la terapia intravenosa y alimenticia que nos facilita un gotero. Anna Tantull ha ideado un espacio blanco y lleno de cajas, pósters y diversos objetos que rememoran ya no los años 90 sino un micro-universo representativo de la infancia y adolescencia de esa época. Un blanco reforzado por el diseño de luces de Conchita Pons. ¿Blanco concluyente y vacío o blanco como suma del resto de colores y sinónimo de infinitud de posibilidades y espacio cromático donde todo tiene cabida?

Los adiovisuales de Toni Roura (cuya proyección dramatúrgica corre a cargo de Josep Galindo) tan pronto facilitan nuestra subida a la misma montaña rusa emocional que vive el protagonista como ayudan a dibujar el desarrollo o mutación del universo materno (realmente emocionante este retrato no por cotidiano menos conmovedor) o, también, nos muestran esta cara a y cara b en el recorrido vital de Ramon. A nivel de estructura, esto resulta interesante, ya que sería el equivalente a un entreacto elidido que mantiene el ritmo prácticamente inalterable de los 90 minutos que dura la pieza. Por si fuera poco, podemos ver proyectadas palabras y conceptos, algo que también va muy vinculado tanto a Ramon como al personaje materno. Cuando no sabemos hacia dónde tirar, empalabrar ideas, nociones, situaciones o estados de ánimo ayuda a una transformación tangible de todos ellos. Del mismo modo, la repetición, también a través de la lectura y lo visual, va muy asociado a la memoria. Y hasta aquí vamos a leer.

Ojo, que este uso y concepción de la puesta en escena (y algunos detalles de las piezas y accesorios de vestuario) no nos pasen por alto, porque aquí se encuentra uno de los puntales de la función. La elección de algunos temas musicales ya existentes con otros propias (compuestos e interpretados por Ferrer), también resulta muy significativa. Algo en lo que se reitera y que se esfuerza en mostrar cómo el protagonista se expresa y manifiesta artísticamente. La necesidad de transformar en material noble (y accesible) todo lo que le sucede. Nos permitimos la licencia y, aunque preferimos tu versión, te diríamos: «Sufre Ramon, enfréntate a la vida y gracias por crear una pieza tan sentida».

Si el texto está hecho a medida, ¡menuda percha interpretativa! Un «a medida» que lo valoramos como la necesidad del intérprete de mostrarse a través de la historia que nos está explicando y que le permite profundizar en un amplísimo abanico de registros cómicos y dramáticos. Hay ocasiones en las que un buen personaje no va acompañado de una interpretación adecuada (viceversa es más complicado pero también sucede). Olvidemos eso. Lo que encontramos en Ferrer es precisamente la fuga, desvanecimiento y evaporación de cualquier frontera o límite verosímil. Aprovecha el repaso a la profesión que le permite el texto y se enfunda como un guante en esta doble vertiente que supone rememorar un pasado para evadirse del presente. Actitud, gesto, elocución… Progresión. Etérea e impalpable. Pero de golpe y sin que nos demos cuenta, ¡zas! Ahí estamos. La profundidad y el rompimiento que transmite con su mirada nos convierte en compañeros de adversidad y al mismo tiempo, permiten que entronquemos y nos enfrentemos con nuestro propio equipaje al respecto.

Un talante y carácter que convierten al actor en máximo embajador de esta denominación que nos gusta tanto de «tragicomedia generacional». También su movimiento escénico y el aprovechamiento de las características de la sala, que ayudan a potenciar la presencia de los personajes no visibles pero presentes (a excepción de esos amigos cómplices en forma de audio). No sabemos si conseguirá un protagonista en esa «sala gran» o no. De lo que no nos cabe duda es que la magnitud y corpulencia de este trabajo poco tiene que ver con las dimensiones de aforos o plateas y mucho con esa defensa de la sensibilidad como muestra de fortaleza e intuición generosa y no de debilidad.

Finalmente, salimos tocados de Ramon. Por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. De un modo podríamos decir que viviente nos contagiamos del estado anímico del personaje así como de su progresión. Destaca la posibilidad que se nos ofrece de empatizar ante las distintas situaciones reflejadas especialmente a partir del caso mostrado pero sin negar nuestra propia experiencia al respecto. Roles familiares que combinados con su función en el relato trazan un entramado de vínculos (también del espectador con su afinidad hacia la obra) perceptivos e impresionables y, al mismo tiempo, resistentes y sólidos. Inquebrantables.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES