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07.11.2019 Críticas  
Botellón playero

Una de las óperas más queridas por el público madrileño regresa al Teatro Real. El exitoso montaje de 2013, regresa para llenar de aire mediterráneo el escenario del Real. En L’Elisir d’amore, Nemorino, Adina, Dulcamara y Belcore campan a sus anchas en esa escenografía chillona. Se lo pasan en grande y consiguen que el público se contagie de la fiesta que es ese elixir del amor.

L’Elisir d’amore es parte exponencial de las óperas buffas, cómicas, ligeras. Compuesta por Gaetano Donizetti y estrenada en 1832, pronto se ganó un lugar privilegiado en el repertorio. Su famosa aria del segundo acto “Una furtiva lágrima” es la pieza más reconocible de la misma. Llama la atención que sea precisamente el momento más dramático de la obra el que más se recuerde, dentro de un conjunto desenfadado y alegre, con un final feliz.

La historia no da para mucho, pero si para entretener y disfrutarse a gusto. El enredo, las ansias de amor, pociones milagrosas para conseguirlo. Personajes ligeros, desbordantes de vida. Imposible no embeberse del ambiente alegre y festivo de la ópera. Para este montaje, el escenógrafo Paolo Fantin nos mete en una playa mediterránea, con su chiringuito, sus chulos de playa, las colchonetas hinchables, tumbonas, crema protectora, carne a la vista, duchas, alcohol y todo lo que nos podemos encontrar en el universo playero más característico. Los primeros minutos son un desparrame de color, luz. Muchas de las señoras y señores asiduos al Real se sienten sacudidos ante tal descoque. Solo faltaba la Rosalía y más de una peluca y cardado habrían saltado por los aires. Se notaba cierta incomodidad en el patio de butacas, pero finalmente los que si entraron en el juego propuesto se lo pasaron en grande. El segundo acto, con la traca final en forma de tarta hinchable y fiesta de la espuma, es de esos momentos ciertamente imborrables. Intuyo a Damiano Michieletto pasándoselo como nadie dirigiendo el montaje.

El reparto (el segundo reparto en la representación a la que asistí) está equilibrado, aunque en algún momento se echó de menos potencia. Rame Lahaj titubeó en algún momento, con alguna anticipación inusual. Suyo es el difícil momento de defender la archiconocida aria, y a pesar de que eso juega a su favor, eché de menos que me conmoviera. Si bien, viniendo de una fiesta de la espuma, es difícil meterse en el momento melodramático. Sabina Puértolas defiende con coraje su Adina. Le imprime gestualidad latina, natural, descaro. Brilló por encima de todos los demás. Borja Quiza como Belcore, totalmente creíble en ese chulo playas. Bien defendido y equilibrado. Adrian Sampetrean divierte y sorprende en ese papel de traficante de felicidad que es Dulcamara.

Todo es divertimento en esta L’Elisir d’Amore. Pero una vez más destaca el papel del Coro Titular del Teatro Real. La profesionalidad del Coro es digna de aplauso. Ver como son capaces de hacer lo que se les pida, y no solo eso, sino de cantar a una y con la delicadeza y potencia requerida en cada momento. Aquí vuelven a hacer gala de que son de los mejores Coros del panorama internacional.

Eché de menos una cerrada ovación al terminar la función. Cierto es que el público del Real es reacio a según que licencias y quizá muchos señores y señoras se retuvieron de aplaudir y despeinarse por miedo al qué dirán. Yo me lo pasé en grande, gocé con la propuesta, entré en el juego y quise beber de ese elixir.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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