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06.11.2019 Críticas  
¿Sacrificamos a Rita?

Familia, muerte… y humor. Una batidora para que quede todo fino, fino. Y como resultado: Rita de Marta Buchaca en la Sala de Dalt de la Beckett de Barcelona. Una obra que ya estrenó en julio como parte de la inicitativa Terrats en Cultura (teatro en terrados de edificios de Barcelona) y que vuelve a programar la sala del Poblenou.

Que un dramaturgo escriba sobre las cosas que le inquietan o sobre experiencias personales siempre le añade un plus a cualquier obra. Esa parte en la que se personaliza un texto y se vuelca sobre las tablas de un teatro suele convertir una obra en algo más especial. Marta Buchaca reconoce que los temas que tienen que ver con la familia y la muerte la inquietan y que a raíz de acompañar a su hermana, quien tenía que eutanasiar a su perro, nació la idea de Rita y todo lo que la ha rodeado.

La diferente forma de enfrentarnos a la muerte, no tanto la propia en este caso, sino la de un ser querido (animal o humano) es la premisa sobre la que se cimienta esta obra. Dos hermanos, Toni y Julia, son capaces de ver las cosas de manera opuesta y de enfrentarse a cualquier situación en la vida de forma muy diversa a pesar de haber compartido crianza y de tener la misma sangre. La obra nos acerca de lo superficial a lo profundo de una forma muy sencilla, pero poniendo sobre la mesa situaciones laborales complicadas, problemas conyugales y de comunicación en la familia hasta llegar a la muerte, que para eso es el fin de todo. Crea un paralelo entre tener que decidir la muerte de una perra y la de la madre de ambos hermanos, que tiene Alzheimer y está en estado vegetativo. Trata de una forma simpática y divertida la decisión de si acabar o no con el sufrimiento o con el dolor, o con situaciones que son irreversibles, pero sin restarle profundidad. Quizás la presentación inicial de personajes se me antoja un tanto larga, pero se compensa con los puntos de comedia que salpican toda la obra de principio a final.

La escenografía, que está compuesta de objetos reales de la abuela de la autora, es mínima pero efectiva. Unos cuantos objetos antiguos (maletas, lámparas, cuadros, radios…), que siempre dan un precioso encanto, se esparcen ordenadamente al fondo del escenario. Con un par de sillas, que los actores usan en casi todas las escenas y que acercan o alejan, se matizan los cambios frente al público. Y solo una bata de médico, un albornoz y poco más como cambio de vestuario. Todo tiene aroma a sencillo e íntimo. Y la Sala de Dalt de la Beckett es ideal para transmitir esa sensación. Otro trabajo de Sebastià Brosa con el que nos quedamos.

La iluminación, en este caso, también es harto importante. Esa simplicidad e intimidad del espacio escénico no se habría podido conseguir sin la ayuda de las luces de Jordi Berch. Los tonos cálidos que crean ambiente de las lamparas en escena, más la iluminación de los focos, también cálida, acogen una temática seria y dura con total elegancia.

Como transmisores de este texto, unos grandes. David Bagés y Anna Moliner son cómicos y emotivos a la misma vez. La Moliner nos encandila con esa tristeza infinita impregnada en su cara de muñeca. Y el Bagés consigue hilar un personaje cómico sin recurrir al humor básico. Tener a escasos metros esos dos actores, ver a la Moliner llorar a moco tendido interpretando a Julia, reírte por como se les escapa la risa entre ellos en algún que otro momento se convierten en algunos de los regalos que nos hace Rita.

Y luego está el final, que evidentemente no voy a desvelar, que deja la obra en todo lo alto (nunca mejor dicho). Un inesperado desenlace que le pone el lazo a un trabajo, que dentro de su sencillez, se convierte en una agradable opción para los amantes del teatro. Tenéis hasta el 17 de noviembre para comprobarlo por vosotros mismos.

Crítica realizada por Diana Limones

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