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03.11.2019 Críticas  
Prodigiosa corporeización del universo literario de Raymond Carver

La Badabadoc nos invita a formar parte del espacio escénico de Parte de este mundo. A partir del universo literario de Raymond Carver, lo que sucede durante la representación es algo mágico, realmente catártico y sanador, que atesoramos al salir y nos acompañará muy posiblemente mientras sigamos sintiendo y, por tanto, viviendo.

Es realmente impresionante cómo la dramaturgia y dirección de Adrián Canale y el milagroso elenco han captado a Carver. El de Oregon muestra un estilo que parece superar y mejorar cualquiera de los temas elegidos para sus relatos. Sus líneas tienen un don especial para sumergirnos en esa escritura en apariencia minimalista con un tono y habilidad únicos para relatar y reflejar. Hay un realismo sobrio y preciso, sucio, que usa la primera persona o por lo menos su punto de vista para conseguir en nosotros un efecto similar al que esto produce en los personajes. De algún modo, se crea una cierta relación entre el narrador y el lector basada en la confianza, la credibilidad y la verosimilitud.

Todo lo descrito en el párrafo anterior entre autor y lector se traslada de un modo increíblemente preciso y delicado a la relación entre intérprete y espectador. Ambos emisores serán narradores y los receptores partícipes y oyentes privilegiados y activos. La escenografía nos sentará a todos a una mesa dispuesta para celebrar un banquete donde comida y bebida acompañarán la excelsa rendición al material de partida. Durante su estancia en la ciudad condal, distintos intérpretes han ido ocupando las sillas de este convite. Podríamos detenernos en el trabajo de cada uno en particular y llenaríamos líneas intentando describir el matiz de cada mirada, cada pronunciación, cada escucha, cada pasarse el testigo del texto. Algo tan insólito como generoso y juicioso. Podríamos decir que clarividente. Una invitación que también se traslada a la comunidad de intérpretes. Una figura distinta acompañará al elenco en cada función (en nuestro caso, una emotiva y fantástica Lola Lagos que consiguió que nos lanzáramos por el mismo tobogán emocional que ella y la acompañáramos en todo momento).

Todo el elenco interioriza el texto y lo hace suyo de un modo estratosférico. Suyo y, al mismo tiempo, deudor de la pluma de Carver. El dominio que demuestran de las oraciones cortas y entrecortadas provoca en nosotros que les sigamos y nos impliquemos de principio a fin. El autor utilizaba elementos o motivos como factores comunes y determinantes en el distinto abanico de relaciones humanas del que participamos. Los intérpretes los incluyen todos siempre para bien. La naturalización de la embriaguez, la confusión y falta de control en las relaciones. La búsqueda y alcance de luz para marcar un nuevo comienzo al mismo tiempo que vemos los recovecos y miedos más oscuros de sus/nuestras almas. Un estilo interpretativo que no lo recibimos como tal y que se convierte en símil maravilloso de la escritura elegida como patrón. Estilo que refleja directamente la temática tratada. Las situaciones se dicen como las podemos vivir en el mundo real y poder mirar a los ojos y perdernos en los rostros, voces y miradas de Tian Brass, Sergio Di Florio, Mariela Finkelstein, Silvio Palmucci, Ximena Viscarret, María Zambelli y Marina Fantini (artistas citados en el programa de mano), es una privilegio que merece disfrutarse y descubrirse en primera persona.

Por la propia concepción del espectáculo, escenografía e iluminación rompen la noción dramática más o menos establecida de un modo totalmente orgánico. Un entorno que profundiza hasta encontrar y alcanzar todo el sentido de lo que está sucediendo. Las unidades de tiempo y espacio adquieren una nueva relevancia al mismo tiempo que alcanzan su vertiente más intrínseca y mental. No hablaremos de algo físico y tangible sino de lo más profundo que habita en nuestra capacidad emotiva y sensible. Nunca habrá dos funciones iguales y esto es algo que, actualmente, cuesta ver. Salirse del acomodamiento para compartir algo real y relevante, tanto a nivel artístico como humano (si es que ambas nociones pueden separarse).

Finalmente, que un espectáculo como Parte de este mundo nos visite es un regalo tan valioso como irremplazable. Que una pieza nos conecte con lo esencial de nuestra cartografía emocional y cale tan profundo hasta convertirse en un lugar al que volver en momentos de necesidad no pasa todos los días. La oportunidad que supone contemplar esta verdad interpretativa tan de cerca es algo que sucede una vez cada muchos años, algo a lo que cada espectador debería aspirar a poder descubrir por lo menos una vez en la vida. Por supuesto que la asistencia es imprescindible pero, todavía más importante, la calidad de la experiencia es tan gratificante como valiosa. A día de hoy, y tal como está el panorama, que una función teatral nos haga volver a creer en que es posible el intercambio social a través de la escucha y la divulgación artística, es algo que agradecemos profundamente.

Crítica realizada por Fernando Solla

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