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29.10.2019 Críticas  
Resituando la magia como una de las artes escénicas

Un acontecimiento no por esperado menos sorprendente ha llegado a Barcelona. Un renovado y esplendoroso Teatre Victòria ha sido el lugar elegido por Antonio Díaz para dejarnos atónitos con Nada es imposible. La magia elevada a las cotas más altas e iluisonantes de las artes escénicas. Sin duda, El Mago Pop se alza con uno de los triunfos más rotundos de la cartelera.

Increíble pero cierto. En 2019, y viendo el panorama, parecía una locura convertirse en propietario de uno de los recintos teatrales más grandes e icónicos de la ciudad para insuflarle nueva vida. No solo al espacio sino también a una de sus avenidas más evocadas y añoradas. El espectáculo está ensamblado de un modo impecable. Todo funciona a la perfección. Escenografía, iluminación, audivisuales y un diseño gráfico que quitan el hipo y que generan una nueva ilusión: la posibilidad del Broadway barcelonés. Lo que sucede en el escenario se convierte en una verdadera obra de ingeniería. Un artefacto preciso y perfecto tan espectacular como adecuado a los requerimientos del proyecto.

En algún momento u otro, todos hemos imaginado qué es o qué nos gustaría experimentar en un show ilusionista. Lo hemos visto en el cine y esa idea se ha ido magnificando en nuestra cabeza, así como una resignación más o menos arraigada hacia la imposibilidad de vivir una experiencia de estas características en vivo. No desvelaremos aquí ni los trucos ni los diversos números. Solo diremos que Nada es imposible y que la visita no solo merece la pena sino que se convierte en algo indispensable para entender el sentido de la magia a día de hoy. Un espectáculo con un discurso que defiende el crecimiento personal a partir de un guión propio y que presenta y explica algunos detalles de la vida de Antonio Marín y su afán por convertirse en lo que es a día de hoy.

Como showman, El Mago Pop sabe situar la magia siempre en primer lugar. Demuestra seguridad y cercanía al mismo tiempo y mantiene un tono adecuado y correcto, coloquial y bromista. Sabe marcar el tempo de la velada y despliega un sentido del humor entre irónico y socarrón con el que nos gana desde el primer momento y nos lleva por donde quiere. Le seguimos cada broma entre hipnotizados y curiosos. Anticipación y emoción a partes iguales. Después de una sola visualización, no estaremos seguros de poder describir lo que sucede ante nuestros ojos. Sin embargo, y a pesar de la perplejidad, la lucidez vuelve después de cada truco/número y nos vemos conducidos a una sucesión de revelaciones que nos dejarán atónitos. Sí, lo que acabamos de ver ha sucedido y lo asumimos como «real» en todo momento.

Finalmente, nos encontramos ante un espectáculo que merece mucho más que hablar de las cifras que mueve y maneja con aparente facilidad. Nada es imposible reivindica la posición que debe ocupar la magia como una más de las artes escénicas. Una factura impecable y muy estimulante y un ritmo vertiginoso que no nos deja apenas respirar nos introducen de pleno en una dimensión en la que el ilusionismo elevado a un altísimo nivel internacional se convierte en principal protagonista. Hacía mucho tiempo que esperábamos algo así y, por fin, ha sucedido. La magia ha sucedido, sucede y parece que sucederá durante mucho tiempo en la ciudad condal.

Crítica realizada por Fernando Solla

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