La Danza de la Venganza, una producción de La Villarroel, está de gira por todo el territorio nacional después de su exitoso estreno en Barcelona. El sábado 19 de octubre fue el turno del Teatro Leal, que acogió una vez más, esta nueva entrega de la programación del Festival Telón Tenerife.
El Festival Telón apuesta cada vez más fuerte por un extenso abanico de producciones de primer nivel. Y este drama gestado por el dramaturgo y director catalán Jordi Casanovas, sin lugar a dudas está a la altura del listón que se ha querido marcar.
La historia, a simple vista, puede parecer demasiado cotidiana: una pareja que rompe de la forma más civilizada posible, ella se pasa por la antigua casa familiar a buscar algunas pertenencias, el momento incómodo en que se encuentra con su ex cara a cara, un aparente pequeño desacuerdo por la custodia del único hijo e inesperadamente comienza el baile. El título no es accidental, puesto que ambos personajes danzan juntos al son de una tonadilla constante sobre la que se recuestan antiguos rencores, reproches callados y un odio visceral que se ha ido fraguando lentamente durante años.
Este contexto es la base sobre la se cimenta una batalla verbal meticulosamente compuesta para que poco a poco podamos descubrir las miserias de este matrimonio caído en fallida. Pablo Derqui interpreta a Alex, un hombre de éxito y con gran facilidad para la retórica. A primera vista podría pensarse que se trata de alguien corriente, sin grandes pretensiones, solo las que alguien de su edad y estatus social podrían ansiar. Pero cuanto más avanza el relato, vamos descubriendo a un Alex cínico, egoísta y centrado en sí mismo y en su orgullo masculino, que no ha tenido ningún reparo en rebajar de forma solapada y sibilina a lo largo de los años a su mujer y compañera. Derqui es ya un versado en lidiar con personajes tan complejos, pero él los lleva a otro nivel, los forma y les da vida y veracidad. Ya lo comprobamos en la pasada edición del Festival, al encarnar a un soberbio Calígula y esta vez nos vuelve a recordar que Derqui, es mucho Derqui.
María Ribera, le planta cara a Alex en la piel de Claudia. Es una mujer que ha sufrido durante años los azotes hirientes y degradantes de su compañero; de quien, como colofón a ese trato, recibe una humillación final al descubrir un seguido de infidelidades que explican por qué fue él quien quiso dar el paso de poner fin a la relación. Nadie la culpa cuando, en un plan de venganza improvisado y mal planteado, decide ser ella quien esta vez y para variar, manipule la mente de Alex y le lleve al extremo al que no debía haberle llevado nunca; hecho que le traerá fatales consecuencias. Ribera hace una réplica extraordinaria a Derqui, defendiendo a su personaje más que correctamente.
Pere Riera, dirige por primera vez un texto no escrito por él; esta vez no podía negarse a desarrollar una historia de tanto peso y complejidad. Aunque esa no era la única razón; si además añadimos a la ecuación a Pablo Derqui, ¿quién se podía negar? Riera ha tirado de veteranía, pero también ha puesto como ingrediente importante su amor por el teatro. Hecho que se hace evidente por la magnífica coreografía que se desarrolla a través de diferentes puntos de la casa y de la sincronización manifestada por los personajes, no solo en sus diálogos, sino también en sus movimientos, balanceándose de un lado al otro en una lúgubre danza con un macabro final.
Sebastià Brosa, realiza una escenografía donde se recrea una casa moderna y convencional, acorde con el estatus social de Alex y Claudia. Sylvia Kuchinov en la iluminación y Jordi Bonet; a cargo del sonido puntual que acompañaba a los momentos más estremecedores del guión, han sabido crear un entorno y una atmósfera viciados y sofocantes como marco perfecto para esta venganza.
Sobrecogidos por tan inesperado pero a la vez espectacular final, todo el público aplaudió en pie maravillado por haber disfrutado de tanto talento en tan reducido espacio.
Crítica realizada por Celia García
