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24.10.2019 Críticas  
A house is not a home…

El Mercat de les Flors ha acogido una de esas visitas que, con el paso de los días, se asientan y persisten en la memoria sensitiva del espectador diligente. ¿Qué es una casa? Christian Rizzo nos interpela a través de la creación de una coreografía, escenografía y vestuario que se integran en una arquitectura que relaciona el espacio con sus historias. Esta es la premisa de Une maison.

A house is not a home… cantaba (por primera vez) Dionne Warwick en 1964 muy bien amparada por la música y las letras de Burt Bacharach y Hal David. Ciertamente, la música estará muy presente durante el recorrido de la pieza que nos ocupa pero no escucharemos baladas sino que encontraremos uno de los usos dramáticos y escénicos de la electrónica mejor hallados de los últimos años. La composición de Pénélope Michel y Nicolas Devos ocupa siempre el plano óptimo y la dirección de sonido de Jeronimo Roé se encarga de que así sea. Beats que refuerzan y de algún modo simbolizan y se adecúan al ritmo de cada respiración, pestañeo, vibración, paso, latido, golpe… Tempo y frecuencia cardíaca.

Rizzo entiende la escenografía como un elemento importante dentro de la representación y es un creador que se preocupa por incluirla en el terreno de la danza, asumiendo perfectamente las necesidades y requerimientos de la disciplina. Espacio despejado no convertido en desértico ni, mucho menos, estático. No se trata de proteger ni acotar un ambiente sino de convertirlo en algo tan orgánico como su coreografía. Hay muchos tipos de casas. Algunas las ocupamos durante más o menos tiempo, otras las construimos o las modificamos sobre la marcha, incluso las abandonamos. Lugares más o menos concretos y físicos pero sobretodo espacios mentales. ¿Cómo escenificar esto? El diseño de iluminación de Caty Olive tiene la respuesta.

Incialmente, un ritmo pausado y contemplativo. Un móvil de luces de neón que juega con la intensidad y el brillo de un modo sincrónico o no. Intensidad lumínica que recoge e incentiva los movimientos individuales y colectivos, así como su progresión. Catorce intérpretes que aprenden y se retan a estar juntos. Ese es su verdadero hogar. Una construcción que irá mucho más allá de lo tangible y que los protagonistas modificarán convirtiéndose también en tramoyistas. Youness Aboulakoul, Jamil Attar, Lluis Ayet, Johan Bichot, Léonor Clary, Miguel Garcia Llorens, Pep Garrigues, Julie Guibert, Ariane Guitton, Hanna Hedman, David Le Borgne, Maya Masse, Rodolphe Toupin y Vania Vaneau. Es justo mencionarlos a todos.

Catorce cuerpos que se cuestionan y se responden. Que modifican y coordinan, hacen, deshacen, comparten, asimilan y ramifican sus movimientos y su relación así como los elementos escénicos. Todos hacen brillar el trabajo de Rizzo y convierten su imaginario en algo corpóreo (el uso del vestuario y la potencia del uso de las máscaras es impresionante y relevante). Silencios que se convierten en preguntas y nos subyugan a través de la atracción más intuitiva y persuasiva. Artística y técnicamente impecable, Una maison es un espectáculo en el que aparecen figuras que conforman un mundo fresco y extraño. Fuerte e intenso, así como la labor de todo el equipo. Enérgico y vitalismo.

Finalmente, Une maison nos sumerge en una especie de ritual. La aportación de Rizzo sitúa la danza en un terreno cercano a la negociación. Nada que ver con cualquier connotación mercantilista. Aquí de lo que se trata es de cuerpos que se escuchan y conviven al mismo tiempo que trazan un dibujo coreográfico que se nutre de sus relaciones más íntimas y cotidianas. Una casa alegórica y concreta que acoge y se modifica en función de la interacción y la suma de cada individualidad que, en convivencia, participa de este maravilloso colectivo de catorce intérpretes.

Crítica realizada por Fernando Solla

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