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11.10.2019 Entrevistas  
“Los jóvenes pueden cambiar el mundo…”

A.K.A. (Also known as) es la obra de pequeño formato que se ha convertido en fenómeno desde que se estrenara en la Sala Ramon Montanyà del teatro L’Atlàntida de Vic en febrero del 2018. Desde entonces, ha girado por la geografía de Catalunya, por alguna que otra ciudad del mapa español y en noviembre aterriza en Madrid.

Durante todo este tiempo, ha cosechado premios de público y crítica en diversas categorías que incluyen Mejor texto, Mejor pequeño formato, Mejor dirección, Mejor actor, Mejor actor revelación y Mejor autoría novel otorgados por Teatre Barcelona, los premios de la Crítica, los Premis Butaca y los MAX.

Uno de los secretos de su éxito, desde mi perspectiva, es que A.K.A. cuenta una historia de adolescentes a los adolescentes pero con el rigor y la seriedad que se merecen, y a la vez toca temáticas de las que los adultos tenemos una necesidad de hablar, como puede ser la adopción o la propia identidad, de forma honesta y transparente. Albert Salazar es Carlos, el joven protagonista de esta historia, Montse Rodríguez es quien lo dirige en escena y Daniel J. Meyer el artífice que una noche le insufló vida. A ese creador queremos conocerlo mejor. De origen judío, nacido en Argentina y viviendo en Barcelona hace más de 15 años, Meyer es esa persona de encantador acento que, estoy segura, tiene mucho que contar. ¿Que mejor forma de hacerlo que sentados de frente y mirándonos a los ojos?

Naciste en Buenos Aires, has vivido en California y estás afincado en Barcelona desde hace ya unos años, ¿qué diferencias encuentras en el teatro de cada una de estas ciudades?
En California no fui al teatro; viví tan solo 5 meses y medio, cuando tenía 18 o 19 años, en un pueblo muy pequeñito entre la frontera de California y Nevada porque me fui a hacer un ‘work&travel’. De Buenos Aires te puedo hablar de hace 17 años. Pero una diferencia entre aquel modo de hacer y el de Catalunya es que en Buenos Aires es mucho más común que un artista consagrado pueda trabajar tanto en el off como en lo más grande y comercial. Aquí ahora empieza a pasar que, por ejemplo, un Sergi Belbel te dirija en la Flyhard o que Rigola vaya a la Beckett. Pero antes no pasaba. Antes era un poco impensable. Había esa cosa del progreso, como si fuese una misión personal lo de llegar a un sitio y una vez allí, te quedas. Buenos Aires yo creo que es más flexible. Al menos, lo que yo recuerdo, porque era muy joven. Otra cosa de allí es que hay mucho más concepto de compañía. Aquí, cuando llegué, me impresionó un poco eso porque por una parte es mejor porque está más profesionalizado y cada uno hace su labor, pero allí es un poco de que todo el mundo hace de todo. Lo de “arremangarse” es muy normal en el teatro en Argentina. Que aquí también ocurre en la off, pero creo que más por una cuestión de deficiencias que de filosofía. A nivel de calidad del teatro, yo creo que las dos ciudades son muy potentes. Yo nunca trabajé en Buenos Aires, porque era muy joven. Pero la cultura del actor, como allí, ahora empieza a ser muy potente. La época que yo llegué a Europa, era mucho de la cultura del director. Era lo importante. Ahora vuelve a haber una cosa muy reivindicativa del dramaturgo. Aunque también hay cierta fascinación por los actores. No sé, creo que también va por épocas. A mí me gusta que sea algo equilibrado. Creo que todos los ingredientes son importantes para llegar a hacer una obra.

Escribes, diriges algunas de tus obras, eres ayudante de dirección en grandes producciones… ¿Te quedas con alguno de esos roles por encima del resto y porqué?
No. Es que, sinceramente, me gusta todo lo que hago. A ver, me gusta mucho escribir. Y cada vez que me siento a escribir (porque no es verdad eso de que te viene la musa o una inspiración divina) tienes que ponerte, y sacarlo, y corregir y es una labor de artesanía y de trabajar. Y, además, son reflexiones o inquietudes mías que me gusta expresar a través del teatro. Pero también me gusta mucho dirigir porque me gusta mucho ensayar. Me encanta ensayar con actores. Y ser ayudante de dirección de las grandes producciones, aparte de que me permite ensayar, me permite hacerlo con muchos más recursos, cosa que también me encanta. Y aparte lo hago con dos amigos, Manu y Àngel, con los que me divierto mucho. En definitiva, con todo me lo paso bien y de todo aprendo. En general, es que me gusta llevar a cabo proyectos desde muchos ámbitos. Si ahora, de pronto, alguien me ofreciera un proyecto y me pidiera otra cosa cómo, no sé, cómo comunicar una cosa también me interesaría. Tengo diferentes inquietudes y las intento resolver así.

En el caso del Dani J. Meyer dramaturgo, ¿de qué manera crees que te influencian tus orígenes y/o genealogía a la hora de escribir un proyecto?
Yo creo que en todo. Justo el otro día lo hablaba con una amiga mía. Yo no sé escribir desde otro lado que no sea el de la honestidad. Bueno, sí. Sé hacerlo. Pero no creo que funcione. Por lo tanto, en verdad, cuanto más te conoces más honesto eres. Eso no quiere decir que siempre estés escribiendo sobre ti. Pero siempre vas a estar tú. Yo escribo claramente sobre temas de identidad, de inmigración y sobre todo eso, y todo tiene que ver con que soy judío y con que me haya cambiado de país. Todas esas inquietudes siempre están. Y son temas que resuenan en ti. En verdad, yo creo que es bueno que escriba sobre ello, porque seré honesto con eso. Tampoco quiero que parezca que si no has vivido un tema o no te repercute no puedes escribir sobre él. Simplemente, lo que tienes que hacer es buscar qué resortes tocan esos temas sobre ti. Pero. evidentemente, mi genealogía y mi historia personal repercute en muchos temas a la hora de escribir. Encontraría raro que no lo hiciera.

A.K.A. ha sido un ‘boom’ aquí que lleváis en breve al Abadía de Madrid. ¿Cual es el origen de esta historia? ¿Cómo empezó en tu cabeza?
¿Cómo empezó? Uffff… Siempre digo lo mismo, y siempre me corrige Montse en esto, porque yo no sé, así de primeras, qué es lo que me motivó a escribirla ni que pensé al escribir expresamente esta historia. Yo me senté una noche y la escribí. No tengo ni idea de por qué la escribí. Puedo tener una idea de por qué nacen esas inquietudes pero ni sabían a donde iban. Empecé con el “Hola. Me llamo Carlos…” y fui escribiendo a la “babalá” sin saber muy bien hacia donde y cual era el concepto. Iba saliendo. Pero Montse siempre me corrige porque dice que sí, que la escribí en una noche, pero que la historia la tenía muy gestada. Y sí, todo el tema de la adopción, no porque yo sea adoptado, es un tema que me ha repercutido mucho en lo personal, y que me inquieta, y he reflexionado mucho sobre él. El tema de la inmigración, de la tolerancia, de la integración son temas que me tocan una fibra que hacen que salga en mí un lado muy sensible. Y me lancé a escribirla. Así que, ¿de dónde nace? Pues de todas mis inquietudes y, como antes decíamos, también de mi historia personal, de mis vivencias, que me hacen tener una voz crítica y querer hacer una reflexión al respecto. Por ejemplo, en relación a la identidad siempre pienso que somos muy condescendientes como sociedad. En el buen y en el mal sentido. Siempre queremos definir la identidad del otro: “tú eres tal o tú eres cual”. Bueno, pues yo soy lo que soy y lo que me de la gana. Y nadie es quien para definir mi identidad con respecto a lo que esa persona crea que define la identidad. Te vuelvo a poner un ejemplo: aquí en Barcelona, yo soy el argentino. En Argentina, seré el de Barcelona. Para Madrid, quizá seré el catalán. Y al final, es que yo soy yo. Con mi historia. Y donde otros decidan donde van a poner el foco, no define mi identidad. Mi identidad es poliédrica, y es como yo quiera mostrarla en cada momento. Volviendo al tema de los adoptados, muchas veces tenemos esa cosa de: “a la larga o a la corta va a querer saber sus orígenes” o “si no los está buscando, es porque los está negando” o “los está buscando, porque se siente incompleto”… Pues no. No tiene por qué. Pueden haber tantas otras opciones. Nos hemos vuelto una sociedad tan del blanco y negro… Y esto justamente de la identidad, si algo no tiene es blanco y negro. Yo no te sé decir que soy. ¿Soy gay? Sí. Pero es que yo no me presento como gay. ¿Soy catalán? Sí. Pero también he nacido en Argentina y tengo una parte de argentino. ¿Soy judío? Sí. Pero también soy super-ateo. Creo que es muy atrevido definir la identidad del otro. Y creo que A.K.A., nace de ahí. De una reivindicación mía con respecto a la identidad. Para la época que la escribí, hará 3-4 años, me incomodaba un poco el hecho de que yo ya llevaba muchos años viviendo aquí en Barcelona y, sin embargo, siempre sería el argentino. O alguna vez me preguntaban cosas como “tú, que eres de fuera (o en catalán ‘nouvingut’ que es recién llegado), ¿cómo ves esto?” y es bastante terrible, idiomáticamente hablando. Porque yo no soy de fuera. Yo vivo aquí. Tengo el mismo día a día que tú. ¿Qué quiere decir ‘de fuera’? Sí. Tengo una historia personal y vital que ha transcurrido en más sitios pero no sé si eso me hace de fuera. En todo caso, seguramente eso me hace más rico en cuanto a vivencias. Creo que eso también arrancó mucho de mí para escribir esta obra.

¿Cómo crees que han contribuido cada uno de los que participan en AKA a que sea el éxito en el que se ha convertido?
Yo creo que el éxito es porque hemos trabajado juntos los tres durante un año. Yo creo que ahí radica gran parte del éxito. Cuando todo el mundo está cómodo haciendo algo, ya sea en teatro como en cualquier cosa. Y cuando todo el mundo se siente que es parte de ese algo y no es el ego del escritor, junto al ego de la dirección, junto al ego del actor. En el caso de A.K.A., yo la escribí, luego estuvimos ensayando con Montse y Albert todo ese año. Y Albert me decía: “Es que esta palabra, Meyer, yo no la diría así…” y yo le decía: “¡Vale! Pues la cambiamos”. Montse me decía: “¿Cortamos esto?” y yo decía: “Espera, te lo rehago. Seguid ensayando otra cosa que yo lo escribo de nuevo”. Lo que quiero decir es que cuando dejas el ego aparte y todo el mundo se siente parte de algo, suele ser un éxito. Es lo mismo que cuando vas a un bar y están trabajando codo a codo el dueño, el gerente, el cocinero, el camarero y todo el mundo se siente valorado y respetado y ves que todo el mundo se remanga y está alegre, eso va a funcionar, porque todos se sienten parte de una cosa. Todo esto, al margen de la obra en sí misma y de lo que explicamos, que está explicada mirando a los ojos. Si tú miras a los ojos y explicas una historia personal, vital de un personaje es muy difícil no empatizar. Si ahora viene alguien, aunque no concuerdes, por ejemplo, políticamente y te explica algo que le afecte y te lo explica mirándote a los ojos, es muy difícil no empatizar. Hay que ser muy mal ser humano para no empatizar. El problema de la sociedad es que miramos todo por pantallas. Tenemos que mirarnos más, hablarnos más, tocarnos más. Porque si no, es muy difícil empatizar y volvemos al blanco y negro de antes. Al me gusta, no me gusta. Like, no like. Y eso que yo soy el rey de las redes sociales. Pero hay que tener muy claro que es una ficción. La vida está en mirarse y hablar.

A.K.A. ha llegado al público adulto, pero también habéis trabajado para que llegue al público adolescente con sesiones en horarios de tarde o en fines de semana al mediodía. ¿Cómo crees que afecta su visionado a ambos grupos?
Para mí, uno de los mayores orgullos de A.K.A. es que el grupo adolescente empatiza mucho porque Carlos es un personaje de su edad, que escucha la música que escuchan ellos, que habla como hablan ellos y que explica una historia sobre la identidad con la que todo adolescente se siente interpelado. ¿Por qué? Porque cuando eres adolescente estás construyendo esa identidad. Y, creo que el mayor fenómeno es que muchos adolescentes vuelven a verla con sus padres porque se sienten respetados. Nosotros, como sociedad, hemos decidido que la verdad está en los seres adultos. Que el paradigma de lo que es la verdad y de lo que está bien, lo tienen los adultos. Por lo tanto, los sentimientos de los adolescentes los miramos con condescendencia, los menospreciamos. “¿El primer amor? Ya se le pasará”. “¿Se encierra en su habitación? Tendría que ponerse a estudiar”. Y lo mismo hacemos con los ancianos. “Ahora se te olvida esto…”, “¡Apúrate, que vas muy lento!”. Y son dos momentos de nuestras vidas que, en verdad, yo creo que están mucho más próximos a lo vital del momento que estamos nosotros, que es más racional. Por eso creo que los adolescentes se siente muy respetados, porque está escrito sin menospreciarlos. Hemos trabajado para que venga el adolescente; queríamos que viniera el adolescente. Yo me puse en la piel de Carlos y me daba igual si ese sentimiento de que un joven esté enamorado le parece una tontería a un adulto. Y, ¿cómo repercute en el adulto? Creo que la diferencia es si es o no padre. Si es padre, nos pasa mucho que nos agradecen la obra porque les ha servido de puerta para hablar de qué hacen sus hijos en su habitación y para hablar de ciertos temas con ellos, porque es muy difícil entrar en un niño adolescente. Yo no soy padre pero, insisto, creo que somos muy condescendientes y no deberíamos serlo. Nos llenamos la boca como adultos diciendo que los jóvenes deberían cambiar el mundo, pero también nos la llenamos diciendo que los jóvenes son vagos y otras cosas… Los jóvenes pueden cambiar el mundo, porque tienen un montón de ideas y mucho más frescas. A la vista está con Greta Thunberg. Los adultos somos tontos. Nos hemos instaurado en unas verdades pero creo que deberíamos volver a mirarnos todo lo minoritario que hemos anulado porque realmente hemos anulado lo mejor como sociedad. Y creo que con A.K.A., el adulto se puede examinar. El personaje de Carlos no ha hecho nada, no se siente culpable de nada, no está incómodo con nada. Él está bien. No para de repetirlo. Somos nosotros, los adultos, los que lo fastidiamos. La obra está planteada para mirar a Carlos a los ojos, mientras explica su historia, y tratar de darnos cuenta de que la culpa de todo la tenemos nosotros, como sociedad. Que hemos arruinado a un ser; que lo hemos roto. Y reflexionar sobre qué hacemos y qué somos, porque podemos hundir a una persona.

Has hablado en tus textos de inmigración, de la adopción, de las relaciones afectivas entre hermanos, de la crisis… ¿de qué más te gustaría escribir?
Me gustaría mucho escribir sobre lo que pasa en EEUU con la inmigración, que creo que no se habla suficiente porque no tenemos lo que hay que tener para hacerlo. Porque si lo que pasa allí sucediese en un país del Sudeste Asiático ya estarían todos los lados más liberales o de izquierdas diciendo que hay que hacer un boicot. Allí han puesto a niños en jaulas y seguimos todos tan tranquilos. De eso me gustaría escribir. También de los procesos de adopción, aunque A.K.A. tiene algo de eso. La gente se piensa una cosa que no es. Son procesos mucho más duros, más complejos y mucho menos naïf de lo creemos. Al final, esto también es una hipocresía. Y a mí me gusta mucho hablar de las hipocresías, de las injusticias. Pero intento siempre que tengan algo de esperanza. A.K.A. creo que no es una obra triste. Abans tampoco era una obra triste. Te entristece, pero no es triste. Son personajes que son muy luchadores, que es lo que al final somos un poco todos en este mundo. Intentamos luchar como buenamente podemos. También me gustaría mucho escribir sobre la crisis del cambio climático, porque también creo que hay mucho que decir sobre ello. Te tengo que decir que yo antes era escritor de comedias. Ahora, no sé que me pasa que me inquietan las cosas tristes, dramáticas, trágicas… ¡A ver si me recupero! (Risas)

Algún actor o actriz del panorama teatral actual con el que te gustaría poder trabajar en un futuro.
Con Quim Àvila ya he trabajado, pero trabajaría toda mi vida. Con Albert Salazar, repetiría 20000 veces más. Ahora, quizá, me gustaría trabajar con gente mayor. Creo que hay darles su valor. Por ejemplo, con alguien mayor que fuese muy osado. Sacarlo de la zona de comfort. Yo creo que hay mucha gente a la que le gustaría salir de esa zona de comfort pero creo que al final, siempre los llaman un poco para lo mismo y creo que les apetecería hacer cosas diferentes. Creo que tienen mucha experiencia y vitalidad. Porque ser actor, al final, es una carrera de fondo. Llega el que aguanta, el que no se cansa en el camino. No tiene que ver solo con el talento. Así que entiendo que estas personas que llevan trabajando de esto toda su vida y que han pasado por un gobierno franquista deben tener una experiencia vital muy atractiva.

¿En qué proyectos te vamos a ver esta temporada?
Pues voy a participar en el Torneig de Dramaturgia del Temporada Alta. El primer día me bato a duelo con Marc de la Varga, el 21 de octubre. Luego, si paso a la semifinal, veremos con quien me enfrento. También, en noviembre, hacen una lectura dramatizada en la SGAE de Madrid de una obra mía sobre el Holocausto, Shoá, que escribí hace 5 años y que aún no había estrenado. Es algo que me hace mucha ilusión. La dirige Helena Pimenta y la interpretarán Jeannine Mestre y María Pastor. También hace un año escribí una obra que ahora estamos mirando como llevarla a cabo. La dirigiría Montse otra vez y es para 4 actores. Estamos en ese momento de buscar producción, teatro, etc… Esperamos que se pueda estrenar la temporada que viene. Y también me gustaría volver a escribir, pero no encuentro el momento. Aunque esto, reconozco, es una excusa mía de procastinación total. Pero estoy en un momento que necesito sacar, así que después del Torneig lo más inminente que haga será, seguramente, sentarme a escribir.

Entrevista realizada por Diana Limones

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