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11.10.2019 Críticas  
Ensayo sobre la democracia

El Teatre Akadèmia confía en La Danesa y acoge su aproximación a Assaig sobre la lucidesa. Las palabras y sobretodo el objetivo, reflexión y análisis de José Saramago en formato dramático. Un reparto impecable y una adaptación ágil, enérgica y efusiva que, teniendo en cuenta el momento social actual, convierten la visita en algo provechoso y, especialmente, útil.

Hay un trabajo conjunto de Jumon Erra y Roger Julià muy destacable. Ambos firman la dramaturgia (la adaptación el primero y la dirección el segundo) y de su buen entendimiento y capacidad de observación del original se consigue extraer un reflejo fiel y compacto tanto del contenido como de su signifación. En un principio, puede parecer insólito encontrar el nombre de Saramago en formato dramático pero aquí se ha confeccionado un espectáculo con entidad propia que ofrece soluciones imaginativas que evitan que la función se convierta en un relato excesivamente discursivo.

La escenografía de Clàudia Vila y la iluminación de Sylvia Kuchinow juegan un papel importante al respecto. El engranaje creado entre luces y espacio nos lleva de lo austero a lo más expresivo, siempre con progresión. Permite que los intérpretes hagan y deshagan en función de los requerimientos de cada momento y al mismo tiempo que desarrollen un importante trabajo con el movimiento corporal. Antes que adornar o colorear, que también, logran que las palabras del autor y la versión que se ha realizado destaquen hasta formar ideogramas, algunos de ellos, realmente sorprendentes. No se trata de superar, tergiversar o manipular el original sino que, en última instancia, el visionado se equipara a una nueva (o primera) lectura de la novela.

Hay un muy buen trabajo interpretativo de Xavier Torra, Marc Pujol, Elena Fortuny, Júlia Santacana y Xavier Casan. Y merece la pena destacar su compenetración y coordinación en escena. Todos deben convertirse y transformarse de narradores a personajes a una velocidad vertiginosa y sin cambios demasiado explícitos. Cada uno de un modo particular domina y muestra una elocución impecable. Su movimiento escénico se convierte prácticamente en una coreografía. Alegoría, asertividad y juego, cuando toca y corresponde. Manipuladores y reformadores también del espacio. Un trabajo conjunto que muestra tanto los aspectos más luminosos como los más oscuros de la conducta humana. Opresores y oprimidos.

El mayor logro de la propuesta es que consigue contener y plasmar de un modo simbólico tanto la oscuridad como la blancura del original (y la novela predecesora). La ceguera del que no ve con el blanco del papel donde no se elige a ningún candidato en una votación. Esta ambivalencia, bien entendida por todos los implicados, se convierte en una característica muy significada de la pieza.

Finalmente, Assaig sobre la lucidesa capta y transmite toda la carga ideológica del material original y sitúa su mensaje siempre en primer lugar. Esto permite que cada espectador sea al mismo tiempo ciudadano y lo superponga e impute a su propia manera de pensar, sentir y actuar con respecto a los requerimientos sociales a los que se nos convoca en breve. El tratamiento de la insubordinación y la revuelta ciudadana no es tanto una incitación sino una opción más a tener en cuenta. Una pieza que, por encima incluso de su valía escénica, se convierte en un ensayo sobre la libertad de pensamiento y la democracia.

Crítica realizada por Fernando Solla

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