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02.10.2019 Críticas  
El Hundimiento

Dos únicas fechas se ha podido disfrutar de la espectacular Grand Finale de Hofesh Schechter Company en los Teatros del Canal, y todos los que pudimos acudir debemos sentirnos felices de haber disfrutado de esta edición limitada en forma de danza.

La compañía del israelí, afincada en Reino Unido, Hofesh Schechter, atraca este fatal crucero inaugural del Titanic con un espectáculo en el que un cuarteto de cuerda toca entre las sombras mientras a su alrededor comienza el caos de unos cuerpos que se hunden. Los cuerpos corren, los cuerpos caen, los cuerpos arrastran a otros cuerpos, y finalmente todos los cuerpos se ahogan y boquean bajo el agua en una agobiante coreografía que cierra el primer tramo de la representación para trasladarnos después a un momento de la actualidad, en la que la gente no se ahoga y hunde, literalmente, sino de forma figurada, en la vorágine de unas calles abarrotadas y una juventud que no se puede parar a riesgo de caer en un abismo existencial y líquido.

Si el protagonismo de la primera parte eran esos pasajeros de tercera, del Titanic, son los ciudadanos de segunda los que abarrotan la escena en toda la segunda, haciendo un juego de espejos entre escenas de las dos partes, para percatarnos, una vez más, que la historia siempre se repite y poco se aprende de los errores. El grupo musical que se mueve por la escena permanece siempre impasible durante toda Grand Finale y solo en el segundo tramo, con admirados y escuchados por la juventud como un oasis en la jungla urbana de esas malas calles a las que los incesantes tambores que persiguen hasta fuera de la sala, nos trasladan.

Es indudable el poder de los ritmos del Mediterráneo oriental, con detalles al folclore patrio de Schechter, o hasta una pizca del Egeo. El poder de evocación de esas músicas y los deslumbrantes y jóvenes bailarines de la compañía, me llevaron a un barco que se hunde, a la crisis humanitaria de los refugiados sirios, que se ahogan en nuestras costas, y a esos muros con los que se encuentran, no ya estos difuntos y supervivientes, sino toda una juventud que se da de bruces con fronteras que se cierra por decisiones gubernamentales de las que su opinión, poco se ha tenido en cuenta.

Schechter ejecuta una dirección coreográfica contemporánea cargada de simbolismo pero plenamente accesible, y quizás sea esta la clave de su éxito entre el público joven y el aficionado a la danza en general; las variaciones en parejas, trios, en grupo, que van aumentando y disminuyendo en una progresión orgánica y deliciosamente fluida, es hipnótica, y por momentos la conexión con el público es plena, ya que los movimientos, de gran precisión son de una ejecución que uno podría estar protagonizando frente al espejo de nuestra habitación.

Si el trabajo de la música a cargo del propio Schechter, Yaron Engler y Nell Catchpole y la escenografía de Tom Scutt son impecables, el diseño de iluminación de Tom Visser es excelso, espectacular y memorable. Pocas veces una luz tan tenue dice tanto, o la fuerza de crear una imagen que se quede en la retina, como el flujo de escenas finales en ese pozo en el que se encuentran, y del que que, a pesar del fatalismo de todo lo que se ha narrado, hay un resquicio de esperanza de que de todo lo malo, se sale.

Gracias a Natalia Simó por regalarnos esta delicia que, recién comunicado su cese por los terribles movimientos políticos de la Comunidad, esto si que es un Grand Finale para su trayectoria al frente de los Teatros del Canal de Madrid.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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