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30.09.2019 Críticas  
Poderoso balazo desde y hacia el monstruo interior

La Badabadoc dispara un potente y certero balazo en forma de función teatral. Kinderbuch nos regala una desasosegante aproximación a una mujer alemana a partir de Hedda Gabler de Ibsen que Diego Manso convierte en un unipersonal arrebatador y subversivo. La interpretación de Belén Blanco se eleva triunfante hasta superar cualquier barrera imaginable.

Es curioso que este espectáculo coincida en nuestra cartelera con Casa de nines, 20 anys després. Dos aproximaciones a personajes creados por el noruego muy distintas entre sí y que, especialmente en el caso de Kinderbuch, alcanzan y superan el sentido y significado de los mismos y cómo han podido ¿evolucionar? a día de hoy. Aquí no se trata de actualizar ni de realizar una secuela. Aquí hay riesgo y un talento indiscutible de Manso para contemplar y retratar una ideología opresora deudora de unas voces del pasado que, aunque nos guata considerar superadas, vemos que persisten. Desde lo más intrínseco del individuo hasta el reflejo más o menos manifiesto en las estructuras del poder dominante. Esto sí es teatro político.

Está especialmente bien tramada la escucha entre dramaturgo y director. Tratándose de la misma persona este distanciamiento no siempre resulta fácil y aquí se salda con éxito, también en el trabajo con la intérprete. El tratamiento de la violencia, explícita o no (física y verbal) nos sacude desde el principio. Ya la elección del título resulta muy alegórica de la carga ideológica. La puesta es limpia y se puede adaptar a las características del espacio donde se realiza y en éste la proximidad resulta un gran valor añadido. Iluminación, sonido y vestuario que ceden todo el protagonismo al texto y al personaje y que dotan a cada objeto del peso que les corresponde, tanto en el desarrollo de la pieza como en las posibilidades que otorgan para su evolución. Un tono intenso, siempre a punto de la catarsis y el estallido hacia el que la protagonista se lanza de un modo rotundo.

La interpretación de Blanco resulta una heroicidad. Consigue mostrarnos los matices más dolorosos y las dobleces más incómodas de un modo vigoroso, enérgico y recóndito. Se transforma en una mujer que no quería nada de esto. Ni el matrimonio, ni su situación en este encierro físico e interior, ni probablemente su embarazo. La actriz logra que la sigamos de principio a fin de un modo tan doloroso y apresado como el momento en que la conocemos. Juntos, viajamos por esa pregunta y constante interpelación. ¿Qué es lo que quiere? Víctima y verdugo que posee dos pistolas como ¿único? medio para conseguir la libertad. Pero, ¿qué es la libertad en su aquí y ahora? Feroz y doliente, contemplarla y escucharla a ella resulta situarse al mismo tiempo ante alguien que ataca y que se defiende.

Damnificada, sí. Cruel y castigadora, también. Ya las líneas escritas por Manso sitúan a la mujer en un contexto de detención o reclusión. En este ambiente despierta la faceta destructora. Incluso el aburrimiento y angustia vital parecen heredadas e impuestas. Valores sociales más que discutibles y plasmados a través del odio y el resentimiento. Soledad motivada también por un ideario violento, incluso xenófobo y desde luego clasista. Todo argumentando y presentado de un modo completamente enraizado en la personalidad y psicología de la protagonista. También en sus movimientos y expresión corporal. En manos de Blanco, una aproximación clara y potente que se puede leer como si la intérprete transformara su voz y cuerpo en un sobresaliente comentario de texto de las premisas y desarrollo del texto y que consigue mostrar que, incluso en una sociedad patriarcal, algunas cárceles son autoimpuestas. Brutal, descorazonadora y muy emocionante. Una emoción que nos embarga a través del pavor que provoca enfrentarnos al monstruo que reside en el interior. De ella y de cada uno de nosotros. Realmente brillante. Como decíamos, una heroicidad.

Finalmente, Kinderbuch se convierte en una incendiaria propuesta. Por su concepción, dramaturgia, dirección y (por supuesto) interpretación, nos encontramos ante una propuesta detallista y precisa tanto en el retrato de su personaje como de una situación opresora y distópica, aunque de un modo cercano y reconocible. Mucho más compleja y alegórica que descriptiva, esta visita se convierte en una ocasión increíble que demuestra que el teatro es un arma útil y combativa. Un enfoque genial que alcanza el poder, la emoción y la belleza (sí, en última instancia, sí) del mismo modo como hace su protagonista. Quizá ella no la encuentre hasta el final, pero nosotros lo hacemos durante, tras y mucho después de abandonar la sala.

Crítica realizada por Fernando Solla

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