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30.09.2019 Críticas  
Revulsiva y arriesgada escenificación de la lucha artística

El Festival TNT ha incluido dentro de su programación Protocolos de acción frente a lo desconocido. Un espectáculo con dirección y dramaturgia de Francesc Cuéllar que refleja especialmente bien la ofuscación, laboriosidad y energía con las que Fundación Agrupación Colectiva se enfrenta al complejo ejercicio de escucharse y manifestarse a través de las artes escénicas.

No es muy habitual encontrar la posibilidad de asistir a un espectáculo en proceso de creación. No hay que confundir esto con un ensayo abierto, ni mucho menos. Uno de las aspectos más interesantes de la pieza que nos ocupa es que puede (y debe) mutar en función del conocimiento del mundo (también artístico) de los implicados. También de sí mismos y de la convergencia o divergencia entre sus inquietudes vitales y las más prosaicas, si es que ambos ámbitos pueden separarse. Pasaba en Livalone y Los bancos regalan sandwicheras y chorizos o My Low Cost Revolution. De algún modo que solo es posible discernir en presencia, forma y contenido se convertían en uno. Si hay algo que caracteriza el trabajo de los aquí reunidos es esta especie de estilo libre sin directrices al uso o especialmente marcadas. Esto forma parte del juego y del riesgo.

Del mismo modo, no hay dos piezas iguales. Se elige un tema y se va a por todas de una manera inmersiva y hasta las últimas consecuencias. Aquí, sin embargo el hecho diferencial es que el asunto es todavía más personal si cabe. La búsqueda de significado dentro (y fuera) del proceso de creación y de la ilusión o desencanto ante la idea de convertirse en uno más del colectivo artístico. Ausencia de referentes o imposibilidad de acercarse a ellos. Revulsivo ideológico ante los constructos sociales y familiares (también del sexo y la religión) que han configurado la personalidad y visión del mundo del individuo que quiere mostrarse como el artista que cree que es… ¿Cómo se escenifica esto? Realmente, ni tiene sentido responder esta pregunta aquí ni describir algo que, de nuevo, debe conocerse y disfrutarse en primera persona. De lo que no cabe duda es de que empatizamos con ese miedo e incertidumbre. Más todavía, tratándose de la propuesta más ambiciosa y valiente de un(os) creador(es), que se desnuda(n) ante nosotros en el más amplio sentido de la palabra, mostrando toda su vulnerabilidad.

Hay alteraciones en el ritmo y el desarrollo de la pieza. Esto es algo imprescindible (e inevitable) y que tiene todo el sentido del mundo, más si contemplamos tan particular lógica interna. Una propuesta que parte de la duda debe deambular por senderos inhóspitos y desapacibles para llegar a sus hitos (o milestones), y aquí hay unos cuantos. Por otro lado, si nos encontráramos en un constante punto álgido, ¿cómo podríamos discernirlo o incluso reconocer que hemos llegado a él? No hay que confundir esta característica con el «todo vale», ya que no todo cabe cabida y, desde luego, nunca caemos en saco roto. Tampoco nos encontramos ante una pieza fragmentada. De eso se encargan en gran medida la concepción del espacio y la iluminación de Sergi Cerdan y la música en directo de Hodei Arrasatoa, perfectamente integrado como un intérprete más de la propuesta. El juego lumínico en combinación con el humo y el audiovisual consigue dotar de una estética tan atractiva cuando corresponde como truculenta o sórdida cuando así se requiere. Sugerente y mudable en función de las necesidades del momento y siempre liberando el espacio para que los intérpretes puedan ocuparlo, anexionarse y englobarse con él.

Pocas veces se consigue una atmósfera tan personal y al mismo tiempo acorde a los requerimientos. En conjunto, todos los implicados consiguen la ruptura de cualquier barrera existente entre autoría, interpretación y puesta en escena. Esto es algo que nos lleva a valorar el espectáculo de un modo tan positivo como rompedora, intrépida y temeraria es su ejecución. Palabras e imágenes. Las primeras expresan hasta conseguir plasmar el desengaño y la desilusión y las segundas reflejan de un modo elocuente y potentísimo lo que no se puede verbalizar. Llega a emocionar la impresionabilidad, delicadeza (y al mismo tiempo contundencia) de Cuéllar para el texto. La entrega e implicación de Gaia Bautista, Agnès Jabbour, Rubén Jiménez, Anna Pérez Moya y Nikole Portell va más allá de lo físico para convertirse en algo transversal y capaz de traducir y personificar esta compleja y multidisciplinar concepción escénica. Texto, movimiento y manipulación. Uso del cuerpo como si de un elemento más se tratara. No desvelaremos aquí todos y cada uno de los momentos, pero si en algo destacan todos (y cada uno a su manera) es en el aprovechamiento de la desnudez para expresar corpóreamente tal trastorno y agitación. Una verdadera sublevación.

Insólitas y ejemplares manipuladoras de objetos y de sus cuerpos (y del de las demás) son estas almas que habitan el espacio mientras dura la representación y que en todo momento consiguen mantener nuestra atención y aumentar nuestra curiosidad. El uso de los micrófonos, la afinadísima expresión corporal (que ya nos gustaría ver en muchos espectáculos de danza), todo eso y mucho más nos lleva a un tramo final que supone un hallazgo visual y alegórico, capaz de recopilar (sin repetir) todo lo dicho hasta el momento. Imágenes culminantes. Esa constante caída sobre suelo resbaladizo de todos los cuerpos ante un fondo convertido en pantalla gigante con imágenes que evidencian el constante e ineludible salto mortal y sin red que podría considerarse el hecho artístico nos contagia del mismo vértigo que viven sus protagonistas. Impactante sin ser gratuito, sino más bien todo lo contrario.

Finalmente, Protocolos de acción frente a lo desconocido fortalece una afirmación a través de la cuestionamiento y la incertidumbre constantes. Quizá esté todo dicho o quizá no pero, sin duda, Cuéllar y todos los implicados en este proyecto atesoran una gran virtud. Da igual si el conflicto artístico ya está formulado. No importa cuántas veces se haya planteado esta confrontación. Abandonando cualquier mirada autocomplaciente o condescendiente, la inquietud por avanzar en un camino sin saber con certeza hacia dónde llevará supone un riesgo que nos gusta compartir. Sin miedo en tomar decisiones que quizá sean erróneas o quizá no (¿qué más da?). El mismo acto de decidir y no optar por la inacción o el estancamiento es la hazaña. La elección siempre conlleva la posibilidad de equivocarse. Elegir es el honroso trofeo. Y aquí, se alcanza no como una culminación sino como un paso más en este tortuoso y extenuante itinerario (intrínseco y manifiesto).

Y sin necesidad de etiquetar ni de oprimir o reducir la sensibilidad, talento y habilidad de este equipo de artistas, vemos en Cuéllar y sus cómplices un valioso equivalente para las artes escénicas de lo que supone el «freestyler» o MC para el rap. La improvisación será aparente, pero si forma y contenido son una única cosa, nosotros aplicamos estos «protocolos» con total sugestión y convencimiento.

Crítica realizada por Fernando Solla

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