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18.09.2019 Críticas  
Lúbricos pasajes de un desamor

El doblete de Pilar G. Almansa en los Teatros Luchana, que ha empezado con El Buen Hijo, continúa con esta reposición de Cama, otro éxito de crítica y público, que con esta vuelta, espero que los despistados aprovechen para compartir sábanas con María Morales y Carlos Troya.

Una noche de cervezas, un tiempo viéndose, y ha llegado el momento en que se invitan a tener mas que palabras. Él y Ella (Carlos Troya y María Morales) se enzarzan en una batalla de los sexos, sobre la cama, en la que sus disertaciones sobre ideología de género, igualdad, el patriarcado y las nuevas masculinidades, les transportan por un río de fluidos, navegando sobre los metros de piel de sus cuerpos, a través del tiempo y de sus sentimientos. Las dificultades que entrañan las relaciones y la necesidad de una conjunción astral para la puesta en común de los proyectos individuales, es de lo que habla este denso e intenso combate dialéctico de una pareja luchando por su felicidad.

Este es mi segundo acercamiento a Cama, y en él he podido apreciar muchos más matices de los que en un primer momento disfruté, ya que el factor sorpresa de la propuesta ya estaba eliminado, y la carnalidad del montaje quedaba en un segundo plano, para dar paso al maravilloso pasaje en verso del coito, que parece extraído de un calenturiento Lope de Vega; la genialidad del drama jurídico que se perfila entre los abogados, y que recuerda a un Kramer contra Kramer de alto voltaje, y sobretodo, las magníficas interpretaciones de Troya y Morales, cuyas miradas, silencios, y perfecta dicción, son un disfrute.

Pilar G. Almansa firma dramaturgia, dirección y escenografía, y eso se nota en la intención de los actores recitando el texto, y en la excelente química entre ellos. Me resulta impensable una alternativa actoral a Carlos y María, dos todoterreno que tan pronto se están lanzando el texto, como cocktails molotov, como se mueven como si fuesen uno, con la orgánica y sensual coreografía susurrada de Amaya Galeote. A Carlos Troya le descubrí en La Guerra Según Santa Teresa en la sala Pradillo, en esas excelsas dos citas por el Festival de Otoño, y no pude mas que rendirme ante su presencia y su voz. Con María Morales, mi idilio sobre las tablas ya es prolongado, y antes de con esta vuelta, interpretaba la escena más descacharrante y memorable de todo Shock (El Cóndor y el Puma).

Como me pasa con Messiez, los Grumelot, Conejero, Rojano o Velasco (cualquiera de las dos), soy “almanser” y todo lo que la incumba es garantía de puro teatro: ya me lleve hasta Mauthausen, me recluya en una sala como en El Buen Hijo o me meta en la Cama con Carlos Troya, yo, obedezco y me someto al dictado Almansa.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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