El doblete de Pilar G. Almansa en los Teatros Luchana, que ha empezado con El Buen Hijo, continúa con esta reposición de Cama, otro éxito de crítica y público, que con esta vuelta, espero que los despistados aprovechen para compartir sábanas con María Morales y Carlos Troya.
Una noche de cervezas, un tiempo viéndose, y ha llegado el momento en que se invitan a tener mas que palabras. Él y Ella (Carlos Troya y María Morales) se enzarzan en una batalla de los sexos, sobre la cama, en la que sus disertaciones sobre ideología de género, igualdad, el patriarcado y las nuevas masculinidades, les transportan por un río de fluidos, navegando sobre los metros de piel de sus cuerpos, a través del tiempo y de sus sentimientos. Las dificultades que entrañan las relaciones y la necesidad de una conjunción astral para la puesta en común de los proyectos individuales, es de lo que habla este denso e intenso combate dialéctico de una pareja luchando por su felicidad.
Este es mi segundo acercamiento a Cama, y en él he podido apreciar muchos más matices de los que en un primer momento disfruté, ya que el factor sorpresa de la propuesta ya estaba eliminado, y la carnalidad del montaje quedaba en un segundo plano, para dar paso al maravilloso pasaje en verso del coito, que parece extraído de un calenturiento Lope de Vega; la genialidad del drama jurídico que se perfila entre los abogados, y que recuerda a un Kramer contra Kramer de alto voltaje, y sobretodo, las magníficas interpretaciones de Troya y Morales, cuyas miradas, silencios, y perfecta dicción, son un disfrute.
Pilar G. Almansa firma dramaturgia, dirección y escenografía, y eso se nota en la intención de los actores recitando el texto, y en la excelente química entre ellos. Me resulta impensable una alternativa actoral a Carlos y María, dos todoterreno que tan pronto se están lanzando el texto, como cocktails molotov, como se mueven como si fuesen uno, con la orgánica y sensual coreografía susurrada de Amaya Galeote. A Carlos Troya le descubrí en La Guerra Según Santa Teresa en la sala Pradillo, en esas excelsas dos citas por el Festival de Otoño, y no pude mas que rendirme ante su presencia y su voz. Con María Morales, mi idilio sobre las tablas ya es prolongado, y antes de con esta vuelta, interpretaba la escena más descacharrante y memorable de todo Shock (El Cóndor y el Puma).
Como me pasa con Messiez, los Grumelot, Conejero, Rojano o Velasco (cualquiera de las dos), soy “almanser” y todo lo que la incumba es garantía de puro teatro: ya me lleve hasta Mauthausen, me recluya en una sala como en El Buen Hijo o me meta en la Cama con Carlos Troya, yo, obedezco y me someto al dictado Almansa.
Crítica realizada por Ismael Lomana