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16.08.2019 Críticas  
Donde los sueños nacen y el tiempo se detiene

El Maldà da la bienvenida a la nueva temporada. Para ello, convoca a L’Excèntrica Produccions y su particular mirada hacia el universo de J.M. Barrie y la que probablemente sea su novela más célebre. Peter Pan es un espectáculo poético y simbólico (íntimo y melancólico) que hace justicia al manuscrito original.

En Lovely Precious Dream ya quedó patente la capacidad de Juanjo Marín para la introspección, exposición y demostración dramática. Sin explicar ni verbalizar sus intenciones de un modo redundante, las entendemos a través de la intuición, bien despertada y conducida. En esta ocasión, utiliza su habilidad de un modo sensible y, en algunos momentos, conmovedor. La elección de este material no es casual y es que, en un primer instante, Peter Pan fue una obra de teatro. Obviando referentes cinematográficos más o menos asentados como pueden ser los acercamientos de Steven Spielberg o Walt Disney, aquí se apuesta precisamente por utilizar aquellas herramientas que el oficio dramático puede aportar a lo que escribió el escocés y viceversa. Por este motivo, la aproximación y el tratamiento resultan un hallazgo.

Nada más entrar somos los invitados a una representación dentro de otra. El foco se ha puesto en esta finalidad de un modo totalmente transversal, desde las interpretaciones a la escenografía y demás departamentos. Las dos actrices y el actor protagonistas nos dan la bienvenida y la sensación de encontramos frente a unos niños que van a representar la obra que han elegido explicarnos es más que verosímil. El mayor triunfo de los tres que consiguen que nuestra actitud e implicación superen lo meramente contemplativo para llegar a una conexión impresionable y emocional. En todo momento veremos a niños que juegan e interpretan distintos personajes de todas las edades pero también la visión infantil sobre los mismos. También sobre los distintos temas y situaciones. De este modo la aproximación será más o menos «hábil» en función de la experiencia vital de tan corta edad. Bajo su mirada, sentiremos cómo ven el mundo de los adultos y cómo se aproximan con mayor o menor amargura, soltura o impostación. Un desdoblamiento, trabajo físico e inflexión vocal especialmente bien conseguidos por parte de David Anguera, Clara Moraleda (inspiradísima) y Mireia Piferrer, convertidos también en tramoyistas, manipuladores y diestros embajadores de la visión del director. Emocina esa anticipación y urgencia candorosa que los (y nos) invade.

Hay intermitencias manifiestas en el ritmo de la representación. Esto también parece algo buscado y se explica a través de la necesidad infantil de jugar con todos los elementos de los que disponen. Con una minuciosidad muy trabajada se detendrán en mostrarnos todos los objetos y chismes que han reunido. Desde el telón a los animales de plástico pasando por todos los objetos de utilería, de los que se nos muestra también el interior y siempre integrados según su utilidad para transformarse en lo que la imaginación de nuestros anfitriones decida (perro incluido). Dentro del conjunto, destaca como valor añadido la sutil reivindicación de la fortaleza de los personajes femeninos y una muy original confección del personaje de Campanilla. Juntos consiguen que creamos y participemos del qué, cómo y porqué nos están explicando. Insólita por inesperada la selección musical, algo que también favorece la concepción del particular universo imaginario de los «niños», gracias a un adecuado espacio sonoro.

La escenografía de Jaume Baliarda, Luis Nevada y Enric Romaní y el diseño de iluminación de Sergio Roca consiguen que la atmósfera sea la idónea para que el lenguaje interno de la propuesta llegue a buen puerto. Todos los objetos tienen una función más allá de la estética y sirven para posibilitar que los intérpretes hagan avanzar la narración/representación. Se juega especialmente bien con las dimensiones a un triple nivel. El magnificado en nuestra imaginación, el del espacio real donde nos encontramos (una vez más se aprovechan las características de la sala) y otro en miniatura del que no desvelaremos más detalles porque merece ser descubierto en primera persona. En el terreno lumínico, la intimidad y la utilización de telones y sombras genera la ilusión de encontrarnos frente a una linterna mágica muy especial. Un trabajo conjunto que se convierte en alegórico canto de sirena (también las incluyó Barrie) que nos engatusa y nos mantiene expectantes.

Finalmente, e independientemente de soportes y formatos, resulta muy interesante una lectura de la aproximación de Marín en paralelo a la que Timothy Sheader y Liam Steel realizaron en 2015 y 2018 de esta misma historia en el Regent Park’s Open Air Theatre de Londres. Si allí se volvía a Nunca Jamás para escapar de los horrores de la Primera Guerra Mundial, aquí se intuye una implícita equidistancia hacia la aventura que supone embarcarse en un proyecto escénico y contagiar a los espectadores de esa misma ilusión a través del relato representado. Un anhelo compartido que se convierte en el polvo de hada que nos hace volar junto a este, nuestro, Peter Pan.

Crítica realizada por Fernando Solla

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