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01.08.2019 Críticas  
De habaneras y Homenots

La receta para hacer una buena habanera es como la receta para hacer un buen «cremat». Y es exactamente por eso que, en el ecléctico teatro La Gleva de Gracia, en Barcelona, se ha estrenado una obra que empieza repasando sus ingredientes y compartiendo un trago con todo el público. No será el último…

Marc Artigau firma el libreto de No cal anar a l’Havana (que iba a llamarse El meu avi no va anar a Cuba hasta que sus creadores descubrieron que ya había una obra con ese título).

No cal anar a l’Havana es un espectáculo musical camaleónico que, en manos de Cristina Arenas (de quien parte la idea original), Miquel Malirach y Josep Sobrevals, va repasando habaneras, ingredientes, historias y emociones.

La sintonía entre el dramaturgo, los tres actores, la dirección escénica de Joan Maria Segura y la dirección musical de Bárbara Granados es perfecta, y necesaria para que cada fase del espectáculo fluya de un hito a otro. El texto no es exactamente único (aunque tiene cierta unidad conceptual), sino que está compuesto de una suerte de pequeños bloques que se van sucediendo, separados por canciones tocadas y cantadas en directo por el trío. Hay una historia académica de la habanera, una historia sentimental, una relectura feminista, una recreación historicista con Josep Pla como maestro de ceremonias. Cada segmento parece enfocar el tema de la habanera desde un prisma distinto, pero es la suma de todos, y de los conceptos que se van proyectando tras los actores, que va creando esa receta perfecta.

Una receta en la que el público juega un papel esencial. Como cuarto actor y como receptor imprescindible; como motor emocional y como compañero de fatigas. Porque la habanera es compartir, es mecerse con las olas, es añorar, es desear, es recordar. Es el contrapunto y son los silencios. Las hay famosas y las hay muy desconocidas, y los tres protagonistas de la función se adueñan de cada una de ellas, las integran en sus historias, en sus pequeños personajes, y las interpretan con una intimidad a ratos solemne, a ratos cómica. Miquel Malirach muestra una cara distinta a su faceta más destroyer en el dúo Mali Vanilli, y su dominio de los pequeños detalles expresivos ayuda a que los textos fluyan, sean creíbles y las canciones parezcan escritas para nosotros. Cristina Arenas exuda ahora cercanía, ahora inocencia, ahora sensualidad, Josep Sobrevals es allí payaso y allá un Josep Pla muy poco imitado y sin embargo muy reconocible.

Las olas, los minutos, los ingredientes, las canciones y los personajes nos van llevando de la mano, junto al «cremat», al final de la receta. Y allí, en el final, La Gleva vuelve a emerger para los espectadores. Porque durante unos minutos, no sabemos exactamente desde cuando, todos nos hemos transportado a una noche de verano en las playas de la Costa Brava, escuchando a las olas y a los marineros cantar. La hermandad de la habanera: el ingrediente final.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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