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22.07.2019 Críticas  
Audrey eléctrica y electrizante

¡Vuelve La Tienda de los Horrores! 32 años tras el montaje en catalán de Joan Lluis Bozzo y a 19 del madrileño de Víctor Conde, Àngel Llàcer y Manu Guix guían una nueva producción que llegará en septiembre al Teatro Coliseum, pero que ha tenido su estreno durante el Festival Grec de Barcelona, en el mismísimo Teatre Grec de Montjuic.

Antes de iniciarse la función, Àngel Llàcer compareció ante los espectadores para disculparse por posibles problemas puntuales que pudiera haber con las luces, debido a que la tormenta del día anterior había impedido las pruebas necesarias y una parte de la programación quedaba en manual. Dicho lo cual, si hubo algún problema de iluminación, nadie lo notó.

Entrando ya en materia: partimos de la premisa de que se harán pequeños ajustes entre ahora y septiembre, y que el salto de escenario del Grec al Teatro Coliseum implicará también unos cuantos cambios. Con todo eso en mente, este primer estreno de La tienda de los horrores, el gran musical de Howard Ashman y Alan Menken, deja buenas vibraciones.

Hay un trío protagonista a cargo de Marc Pociello (Seymour), Diana Roig (Audrey) y Manu Guix (Audrey II), alrededor de los cuales gira toda la acción. Son prácticamente impecables tanto en la interpretación de sus personajes como en sus canciones, que entregan con la fuerza y la nitidez necesarias. Roig está mejor cuanto más se aleja de la versión del personaje que gestó Ellen Greene en el montaje original, y nos da una Audrey tierna y dolorosamente adorable. Pociello canaliza un tanto por ciento de Rick Moranis y otro de Dana Carvey, pero con espacio suficiente para que emerja su propia versión de Seymour. Y el planteamiento del escenario, con una banda a la vista, nos permite una de esas raras ocasiones en que podemos ver a la persona que pone voz a la planta carnívora de esta historia, ya que Manu Guix toca a la vez el piano (¡y cómo!): un lujo.

En segundo plano hay una serie de secundarios cuyas vidas se van entrecruzando con los principales: Ferran Rañé encarna al Sr. Mushnick, quejoso dueño de la floristería (casi conceptual, con plantas 2D envasadas al vacío) donde transcurre gran parte de la acción. Su solidez, su trayectoria y su edad lo hacen ideal para el papel, aunque quizás no llegó al Grec aún al 100% de lo que puede hacer con el personaje. José Corbacho es Orin Scrivello, el sádico novio dentista de Audrey, y ofrece quizás la construcción más original de todo el conjunto, alejándose tanto de la versión cinematográfica de Steve Martin como de anteriores montajes teatrales. Los directores, además, han tenido la sabiduría de abrir espacios entre los números para que Corbacho puede «cubanear» a gusto con el público, lo que acaba redundando en pro del espectáculo. Corbacho mejora en las distancias cortas.

Punto aparte merecen las Sey Sisters, encarnando los esenciales papeles de Crystal, Ronette y Chiffon, a ratos chicas del barrio y a ratos coro griego que presenta la trama y la psicología de los personajes. Las tres están estupendas y son la elección ideal para ese rol, aunque choca un poco el acento americano que les han otorgado (¿no son americanos todos los personajes?). Completa el elenco un grupo de cinco actores/cantantes/bailarines que se multiplican en todos los habitantes y visitantes del barrio marginal donde transcurre toda la acción, y entre los que destacaremos a Raquel Jezequel, cuya potente voz abre gloriosamente el tema «Skid Row». Myriam Benedited firma unas coreografías en las que abunda el componente urbano, que en cierto momento llega a secuestrar incluso la partitura.

La escenografía de Enric Planas y Carles Piera, construída a partir de módulos que configuran una pequeña manzana entre lo antiguo y lo futurista (pero precario), recuerda a la de aquel Bagdad Café de 2004 en el BTM. El vestuario, que firma Míriam Compte, es uno de los hallazgos principales de esta producción, con multitud de cambios muy interesantes para el coro y alteraciones casi fregolistas para algunos de los personajes que se desdoblan, particularmente José Corbacho en el tramo final, cuando encarna en rápida sucesión a los tres últimos tentadores de Seymour.

El diseño de Audrey II ha buscado intensamente alejarse de su representación tradicional. Tiene resultados positivos y negativos: el juego de luces añade un componente muy interesante y le da un toque alienígena desde el primer momento. Tanto en el diseño de sonido a cargo de Roc Mateu como en la estética e incluso los bailes se ha optado por introducir una planta que manipula los impulsos eléctricos. Una opción conceptual bien desarrollada, aunque no suple la movilidad que le falta, sobre todo en el clímax, donde Pociello se va quedando sin acciones que emprender durante el número que le enfrenta a la planta.

La traducción de Marc Artigau es por lo general muy correcta, pero llama la atención negativamente que haya dejado varios términos en inglés en más de una canción, sobre todo en lugares de adaptación compleja. También alguna elección determinada: «Somewhere that’s green» funciona como «Lejos de aquí» la primera vez que la canta Roig, pero pierde casi toda la fuerza de su significado en su oscuro reprise final.

Los detalles a mejorar son diversos pero pequeños. La sensación global que deja esta Tienda de los Horrores es que se va a convertir en uno de los grandes musicales de la década en Barcelona.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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