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21.07.2019 Críticas  
Mirar, escoger, representar

El Teatre Goya se convierte en escenario privilegiado para acoger una propuesta que trasciende el marco de la representación. El cartógrafo, con autoría y dirección de Juan Mayorga, reúne sobre las tablas a unos excelsos Blanca Portillo y José Luís García-Pérez que son capaces de transmitir toda la expresividad de un texto servido con aparente y magnífica austeridad formal.

Nos encontramos ante una pieza que habla de muchos asuntos pero que siempre muestra una lógica interna y un compromiso inquebrantables. Un constante punto de encuentro entre pasado y presente, intercalados o confluyendo en escena. A partir de una leyenda inventada por el propio autor asistiremos a una función en la que la veracidad o no del suceso del pasado (ficticio) de los personajes no será lo más importante sino todo lo que provoca y de algún modo rodea a ese suceso (histórico) y el movimiento o sacudida que provoca en los personajes (especialmente en el de Blanca) y en el espectador. Todos nosotros somos interpelados y el éxito de la propuesta es que tanto mientras discernimos lo que despierta en nuestro intelecto como después de su asimilación hay una necesidad que despierta. La de emprender un viaje similar teniendo en cuenta nuestro entorno e historia más próximos. Un viaje que será a partir del trazado de nuestro propio mapa.

Teatro necesario. Más allá de su (indiscutible) calidad formal y estructural, el Mayorga director ha sabido escucharse y distanciarse lo suficiente de su faceta de autor como para poder detectar las necesidades escénicas del texto e influenciarse recíprocamente a sí mismo, contactando ambos perfiles como si fuera por osmosis. Esto es algo primordial en una función cuyo tema estructural sería el punto de vista. Cómo cada uno miramos, observamos u obviamos una misma situación. ¿Qué nos mueve o conmueve? ¿Qué hay de nosotros mismos y de nuestro bagaje vital en la aprehensión de los sucesos que nos precedieron y en las historias ajenas? ¿Por qué las hacemos nuestras? ¿Qué función realizan en nuestra vida algunas personas, presentes o ausentes? Precisamente, los doce personajes se dividen entre los protagónicos y los esporádicos y, todos juntos, entre esenciales o funcionales. También tendrán un papel importante los ausentes. En ese caso, los judíos polacos encerrados en el gueto de Varsovia en 1940. Ausencia para los personajes silenciados por el carácter selectivo de los historiadores que han dibujado el mapa de nuestro conocimiento. Ausencia y silencio que, en escena, alcanzan un protagonismo trascendental. Junto a las diferentes líneas temporales entrecruzadas, más el tiempo de la representación y el del espectador, se dibuja un nuevo mapa compartido entre todos los que participamos activamente de la función.

La elipsis sería un elemento estructural que se ha trasmitido a las interpretaciones. Decir que Portillo y García-Pérez brillan en escena es algo redundante y un elogio merecido aunque vacuo para describir lo que logran transmitir y, seguramente, experimentar. Hay en la decisión de que ellos dos sean los únicos en representar a todos los personajes un gran acierto. Hablábamos de protagonistas, esporádicos, esenciales, funcionales, presenciales y ausentes. Que ambos vayan entrando y saliendo de unos y otros por elisión, incluso coincidiendo en determinados momentos, los influye y enriquece a todos. La generosidad con la que dibujan y perfilan los elementos dramáticos para desarrollar a cada uno es muy emocionante. Lejos de buscar mostrar el virtuosismo que poseen, la pareja lo utiliza para desaparecer tras cada encarnación con una verosimilitud apabullante. Los dos incluyen en su labor el brillante movimiento ideado por Nelson Dante con total naturalidad. El mayor éxito de su trabajo es que consiguen alcanzar todas las connotaciones ideológicas y filantrópicas de la pieza. Incluso cuando actúan como ellos mismos, «leyendo» lo que no debería ser representado por decoro. Resulta impresionante participar y extraer todo el provecho de su compenetración en escena. A partir del uso, interacción y delimitación del espacio escénico y de los precisos y esenciales objetos de utilería. Incluso llegan a intercambiar un mismo personaje, ejemplo cristalino de que aquí todo se supedita en beneficio de la representación teatral.

Para que esto suceda, se ha optado por un espacio prácticamente vacío. Vacío como sinónimo de la infinidad de posibilidades que cada espectador obtendrá para llenar otro espacio, el alegórico y más importante en esta pieza. ¿Cómo lo haremos? Precisamente, como un ejercicio cartográfico y del mismo modo como los protagonistas de la obra. Mirando, escogiendo y representando. Alejandro Andújar entiende a la perfección esta necesidad y junto al milimétrico diseño de iluminación de Juan Gómez-Cornejo y el omnipresente diseño de sonido (y dirección musical) de Mariano García el montaje se eleva hasta alcanzar altas cotas simbólicas que trascienden la funcionalidad de cada una de las disciplinas convocadas. El primero firma también el vestuario, esencial y de un cromatismo en consonancia con los objetos utilizados. Como los intérpretes, las piezas que visten ambos, desaparecen tras la relevancia del cometido que desempeñan en favor del resultado final y conjunto.

Finalmente, que un texto de Mayorga visite nuestra casa es importante. Que además, lo haga con el montaje original y dirigido por él mismo, todavía más. Un acierto en la programación del Grec Festival de Barcelona. Un regalo en forma de función teatral que en palabras del propio autor (aquí referidas al actual panorama de las artes escénicas) lucha «contra la dictadura del presente». Gracias.

Crítica realizada por Fernando Solla

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