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02.07.2019 Críticas  
Caída y auge del imperio valenciano

El crimen de Alcàsser. La ruta Destroy (alias del Bacalao). El auge del Partido Popular. Tres acontecimientos clave de los años 90 que tienen una provincia en común, y que Jordi Casanovas (Una història catalana, Vilafranca) lleva a los escenarios bajo un título que une inconfundiblemente los hechos al territorio: Valenciana.

El Teatre Goya, en el marco del Festival Grec, ha sido el espacio elegido para presentar esta propuesta teatral de factura inicialmente impresionante: una caja escénica dividida en varios planos concéntricos nos prepara para experimentar tres historias que se solapan, a veces. No solo eso: Casanovas aprovecha esas cajas para establecer diversos momentos temporales, facilitando un juego de flashbacks y flashforwards robado del cine pero que es muy efectivo.

Las historias tienen como protagonistas a tres amigas: Ana, Valeria y Encarna. La primera, interpretada por Rebeca Valls, es un trasunto de Amalia Garrigós, la periodista que presentó en Canal 9 el programa sobre el juicio del Crimen de Alcàsser. La obra no trata el tema del Crimen en sí, sino de la repercusión mediática y en las familias. Es, fácilmente, el mejor tramo de toda Valenciana: la construcción del personaje de Ana, junto a Carles Sanjaime como el padre más mediático de las niñas, sustentan en buena parte toda la obra.

La segunda parte de Valenciana se articula principalmente sobre Encarna (Lorena López) y su ascenso dentro del PP valenciano, a la órdenes del divertido Ricardo de Toni Agustí. Hasta que cada vez se va volviendo menos divertido y mucho más siniestro. Encarna cada vez se va viendo más como una versión teatral de Genoveva Reig quien fuera jefa de prensa de Eduardo Zaplana y posteriormente directora de Canal 9: y es que toda la obra, anclada en la realidad más sólida y en el fondo sórdida, disfraza u oculta nombres, pero diáfanamente.

Nos queda Valeria (Vanessa Cano): la suya es la historia más personal, la de una joven que pierde a su familia y que lucha entre el pasado y el futuro, entre las drogas y la música. Parecería que es la más teatral de las tres tramas, y ciertamente aporta dosis de drama (entendido en todos los sentidos) a una obra que a ratos se acerca demasiado al documental, pero acaba por quedar desdibujada y cede bajo la fuerza del resto de argumentos.

Ahí está uno de los problemas que se le puede poner a Valenciana: tiene una duración que justifican dos de sus tramas, pero no la tercera. La más humana, quizás, pero también la más pequeña. Por otra parte, el recurso del juego temporal que tanto brillo da a la primera parte, se abandona pronto, y desaparece por completo en la segunda mitad. Y a la coreografía final del espectáculo le falta trabajo por parte de algunos de sus intérpretes masculinos (el elenco femenino domina todos los bailes de la obra).

Son peros pequeños para una obra grande, que pone en relevancia varios de los acontecimientos clave para nuestra historia reciente e incluso actual, y que merecerá volver a Barcelona para una temporada mucho más larga que los dos primeros días en los que se ha representado en el Grec. Valenciana es una obra que debe verse.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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