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14.06.2019 Críticas  
Jazz en Madrid

La Fundación Orquesta Nacional de Jazz de España (FONJAZZ), mediante la firma de un acuerdo de colaboración con la compañía teatral Yllana, ha establecido su sede en el céntrico teatro Alfil de Madrid.

Son muchas las propuestas que durante estos días se amontonan en la agenda de cualquier persona aficionada a la música y, desde este mes de junio, la FONJAZZ comienza la programación de sus actividades en el madrileño teatro. La idea de poder asistir al concierto inaugural se me antojó apetecible, así que me presenté en una sala llena de un público ansioso por deleitarse con el género musical nacido a finales del siglo XIX en los Estados Unidos y con alguna que otra bebida.

La cita tuvo lugar el pasado martes 11 por la noche con una presentación a cargo del músico y compositor Ramón Farrán –fundador de la FONJAZZ– y también con la presencia del director de la conocida compañía teatral de humor gestual. Este concierto también contó con la colaboración de la escuela de música y danza La Popular de Madrid. A continuación empezó la actuación de un coro formado mayormente por mujeres que interpretaron tres temas que, desgraciadamente, quedaron en un segundo plano debido a las malas condiciones acústicas del teatro; y es que el resultado de la noche dependió en gran medida del equipo de sonido.

En el escenario eran completamente conscientes de las dificultades acústicas para todos los espectadores y espectadoras que estábamos allí, algunos incluso se quejaban con gritos y gestos, así que imagino que hicieron un gran ejercicio de concentración para intentar llevar la actuación a buen puerto.

Lo mismo ocurrió con el trío –teclado, guitarra y batería- que pisó las tablas después. La acústica siguió igual de mal y, para colmo, anunciaron que tocarían tres canciones pero después de la segunda tuvieron que marcharse por falta de tiempo.

El sonido fue peor de lo imaginable: constantemente se escuchaba un molesto rechinar en el acople de los instrumentos, pitidos desagradables que impedían apreciar cualquier nota musical, volumen inadecuado y exagerado de los amplificadores… Una cosa de locos porque en un teatro pequeño como el Alfil no hace falta mucho volumen sobre el escenario y se entiende que el técnico de sala puede ejercer un mayor control sobre lo que ocurre pero no fue así.

El jazz es una música en la que la improvisación tiene una gran importancia pero nada que ver con la improvisación de sonido y montaje que pude observar. Quienes suben a un escenario generalmente llevan meses ensayando y seguramente sea así a título individual pero también es imprescindible prever siempre un ensayo especial con montaje, luces y sonido. Con mucha gente dispersa por eso de la exagerada tardanza en los cambios de un grupo a otro, marcada por el aliciente de la mejora del sonido, el público se fue apagando paulatinamente.

Unos minutos después se subirían al escenario los encargados de animar la velada: Natalia Ferrán –voz solista-, Jorge Vistel –trompeta, – Alejandro Pérez –saxo y clarinete, Adrián Carrio –teclado-, Marcos Collado –guitarra-, David Ruiz –contrabajo-, Yuvisney Aguilar –percusión-, Valentí Iturat –batería-, Roberto Pacheco –trombón-, y Ramón Ferrán.

La bonita voz de Natalia consiguió arrancar varios aplausos después de cantar Nanas de la cebolla de Miguel Hernández y algún otro poema. Una voz que anunciaba la remontada de esta velada pero que también tuvo, para nuestra sorpresa, poco de jazz y mucho de poesía.
Fue más sorprendente aún la poca estabilidad de los atriles que sujetaban las partituras: los soportes se doblaban y el suelo del escenario acabó lleno de hojas mientras los músicos intentaban recuperar sus documentos para ejecutar los sonidos con sus respectivos instrumentos. Surrealista situación que nos privó de los aerófonos en algunos momentos.

Uno de los mejores momentos fue, sin duda, el tema que puso punto y final al concierto. Algunos músicos se dieron cuenta de que no había manera de solucionar el problema del sonido y decidieron, con acierto, dejar el micrófono de lado para que pudiéramos escuchar mejor sus instrumentos. ¡Podría haber sido así desde el principio! Ramón Farrán nos deleitó con su admirable energía incombustible; el tiempo se refleja en él, físicamente, pero su música suena tan fresca que rápidamente nos contagiamos los que estábamos allí presentes.

Gran broche para este concierto en el que la falta de nitidez impidió disfrutar de las canciones al cien por cien, sé que me perdí muchos matices de los que podría hablar en esta crónica pero, al menos, aprendí algo: el mejor aliado de un buen músico a veces es un buen técnico de sonido.

Hay buena voluntad, pero les queda un largo camino de ensayos técnicos sobre las tablas del teatro Alfil que, por cierto, puede llegar a ser el lugar ideal para que la FONJAZZ proponga programación con música en directo: su espacio alberga un bar con mesas y sillas frente al escenario como si de un club jazz se tratara.

Crónica realizada por Patricia Moreno

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