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12.06.2019 Críticas  
Las amistades peligrosas

Tabú, de Patricia Córdoba Rojo, puede verse este mes de junio en la Sala Nave 73 de Madrid. La obra, dirigida por Diego Corral-Espinosa, muestra el encuentro de seis amigos de toda la vida (o más bien de cinco amigos y un extraño) en un sótano tras haber sido citados misteriosamente por un amigo que vive en Londres.

Con la idea de celebrar algún acontecimiento en la vida de este amigo, los invitados, interpretados por Marian Arahuetes, Elena González, Héctor González, Miguel Rascón, Gustavo Rojo y la propia Patricia Córdoba, van llegando poco a poco. La charla de los que ya están en el recinto sobre aquellos que quedan por llegar y la actitud de los invitados a la hora de entrar en el sótano va desvelando matices y formas de ser y actuar de todos y cada uno de los personajes, incluso los problemas de pareja.

Y es que el amor o la pareja es una constante del argumento, empezando por el momento en que una de las amigas llega a la supuesta fiesta con su nuevo ligue, un tal Nicolás, lo que provocará conversaciones separadas entre los tres hombres y las tres mujeres en la sala sobre las mentiras piadosas que nos contamos y contamos a los demás, las ganas de estar y sentirse acompañado y, cómo no, las aplicaciones para buscar pareja.

Precisamente será este Nicolás, interpretado fenomenalmente por Miguel Rascón, quien aportará la mayor dosis de humor durante las escenas más decisivas y crudas de la obra, convirtiéndose en el testigo objetivo de los hechos y la historia de la pandilla de millennials. No obstante, él también tendrá que declarar sus miedos e inseguridad en el juego que se desarrollará una vez queden encerrados en el sótano y sean obligados a jugar a la ruleta rusa.

Lo que en un principio parecía ser una obra o comedia realista, con tintes a lo Friends, se transformará en una retahíla de confesiones. Los discursos a corazón abierto de cada uno de los personajes, verdaderamente conmovedores, se suceden hasta enlazar con el significado de la palabra “amistad”. Los sueños rotos, la soledad, el mal de amores, los problemas con las drogas y la depresión o el cuidado de las apariencias son algunos de los temas que habían sido tratados superficialmente o a modo de risa, ocultando así la verdadera gravedad de los dramas del pasado de los protagonistas y su dolor.

La acertada iluminación de Isabel de Valdenebro, Simón Mercado y Lorena Rubiano configura las aristas el espacio cúbico del sótano y también el espacio íntimo o pensamiento de cada uno de los personajes. De entre los pocos artefactos, destaca el uso de la mesa, que funcionará como barrera entre mujeres y hombres o entre el personaje que habla y el resto.

Tabú derrocha frescura, sinceridad y ganas de vivir, invita a reflexionar sobre la amistad y las maneras de relacionarnos y querer a los demás y a cuestionarnos si las decisiones que tomamos en nuestras vidas contribuyen a nuestra propia felicidad. Aunque el proceso de intervención de los personajes resulta bastante predecible y quizá repetitivo, la obra me sorprendió gratamente, especialmente el trabajo y la energía de los seis jóvenes actores. Una hora y media que se pasó volando.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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