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08.06.2019 Críticas  
América, crisol de culturas y de orquestas

Aunque habitualmente toca en el Auditori Nacional de Catalunya y ya hace algunas semanas que terminó su temporada regular, la Banda Municipal de Barcelona ha ofrecido un concierto extraordinario en el Palau de la Música. Su objetivo: Hacer las Américas.

A finales del siglo XIX, John Philip Sousa fue, discutiblemente, el primer compositor que creó un sonido orquestal puramente estadounidense: pero sus conocidas marchas patrióticas, como «The Stars and Stripes Forever» o «Liberty Bell», compuestas para banda militar, o sus operetas, como la archiconocida «El Capitán», no eran exactamente lo que se considera música de concierto. La verdadera música orquestal norteamericana nació no del patriotismo identitario sino de la aceptación de que esa identidad estaba construida a partir de una gran variedad de acentos e influencias internacionales.

Bajo la dirección de José Rafael Pascual-Vilaplana, el programa elegido por la Banda Municipal para este concierto extraordinario abrió con dos obras de George Gershwin: en primer lugar, su gran poema sinfónico «Un americano en París» (1928), adaptado para banda por Franco Cesarini. Una obra que intenta musicalizar la visita imaginaria de un turista a la Ciudad Luz, con una primera parte en el estilo de Debussy en la que van entrando posteriormente los elementos de jazz y, sobre todo, de blues característicos de Gershwin. Destacó particularmente la trompeta solista de Patricio Soler, y la dirección entregada de Pascual-Vilaplana.

Sin embargo, es una obra compleja para abrir un concierto, algo que se notó sobre todo al principio de la interpretación: quizás hubiera resultado mejor mantener el orden inicialmente previsto, en lugar del cronológico, e inaugurar la velada con la «Obertura Cubana» (1932), del mismo autor. En esta segunda obra del programa, Gershwin utilizó (tras unas vacaciones en Cuba) la típica percusión y ritmos caribeños para construir una pieza que abre y cierra recordando a «El Manisero» (1927) de Moisés Simons, pero que tiene en su parte central curiosas influencias españolas, parientes creíbles de Granados o De Falla, o de lo que escribiría una década después Xavier Montsalvatge en sus «Cinco canciones negras». La elección perfecta para cerrar la primera mitad del concierto defendiendo la herencia internacional de la música orquestal americana.

La segunda parte abrió con una pieza de Aaron Copland, «El Salón México» (1936), con el que el compositor, de formación europea, intentaba absorber el folclore musical. Se trata de un Copland descriptivo, que se aleja de otras composiciones en las que prima el paisaje, pero que sigue manteniendo ese particular sonido suyo (incluso destilado para banda por Mark Hindsley) que evoca la frontera y que tanto influyó en la música de cine en las décadas posteriores. Las sordinas sacaron los mejores momentos de la sección de metales de la BMB, lo que resulta ideal para una composición que reivindicaba en su origen los bailes populares.

Para acabar, Bernstein. Leonard Bernstein. Un nombre que va mucho más allá de West Side Story, e imprescindible para entender la popularización de la música de concierto en Estados Unidos. La Banda ofreció una brillante suite de su ópereta Candide, con cinco secciones dedicadas a los temas «The best of all posible worlds», «Westphalia chorale and battle scene», el «Auto-da-fé» y las famosas «Glitter and be gay» (divertidísima incluso sin letra, y que sirvió como bis del concierto), y ese inspirador «Make our garden grow»… tan inspirador que probablemente inspiró a John Williams su tema de «Luke y Leia».

El final, un divertimento, una humorada muy bien construida que escribió en 1977 el maestro Bernstein para homenajear al maestro Rostropovich (alias Slava), que se estrenaba como director de la National Symphonic Orchestra: «Slava! A Political Overture». A partir de una perfecta instrumentación de Clare Grundman (pero sin los fragmentos de discursos políticos de la presentación original), la Banda desarrolló una pieza que es la fusión definitiva de todo lo que se había presentado: la combinación entre la música de concierto seria, la política norteamericana, las fanfarrias, el jazz, e incluso la comedia de la flauta de émbolo y los bloques de madera.

América. Sin John Philip Sousa, y a la vez, mucho más allá.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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