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07.06.2019 Críticas  
La guerra y los que mueren en ella

La Compañía Nigredo cierra con Vino Lunar, en el Teatre Tantarantana de Barcelona, la trilogía de Albert Tola que inició con Niño Fósil (2014) y Los niños oscuros de Morelia (2016). En escena, como entonces, temas que conectan juventud, violencia y cómo la procesamos.

La obra tiene dos grandes segmentos, unidos por un puente: comienza Xavi Melero encarnando a Nasir, un soldado en una guerra actual de Oriente Medio que resiste al otro lado de una colina cuando todos sus otros compañeros han muerto, que le habla a la luna, y que se pregunta si podrá volver a una vida normal cuando todo acabe. En la segunda mitad, Marc Pujol encarna a Juan, un joven que nos explica las circunstancias que llevaron a su muerte a causa de la Guerra Civil española, aunque no como soldado. La historia de Nasir se desarrolla casi en total oscuridad, alumbrados a duras penas por la luz del control de sonido de la obra y, ocasionalmente, por una linterna que lleva el soldado. La de Juan ocurre a plena luz, pero el protagonista solo se viste con una sábana que le sirve a ratos de sudario, de mortaja fantasmal, de túnica o de vestido para representar a su madre.

El puente, que queda también en manos de Juan, es algo totalmente distinto pero fundamental para este texto: a modo de nivola de Unamuno o de personaje de Pirandello, el joven planta cara de manera cómica al autor de la obra, Albert Tola, diciendo que le está utilizando para explicar historias propias, y que él no tiene por qué someterse a los designios del dramaturgo. Un segmento divertido, con un Marc Pujol casi josemotesco, que alivia la sensación de gravedad de los otros dos, y que además de dotar de calor humano a unas historias que podrían semejar más grandes que la propia vida, reflexionan sobre la relación entre la guerra y el teatro, sobre la necesidad de que se expliquen las historias de los que se fueron. Fantasmas hablando de los vivos, de cuando estaban vivos, de cuando eran nosotros.

Rodrigo García Olza dirige el montaje y sabe sacar todo lo que quiere de los dos actores: intensidad, candor, poesía, humanidad, terror… Cada uno de los segmentos funciona bien, y tiene puntos de contacto como la pérdida de la cordura, aunque en contraste el texto del primero parece casi genérico, y el puente nivolesco tiende a una repetición excesiva de los mismos conceptos. El canto final, el «Dicen que la patria es» de Chicho Sánchez Ferlosio, es potente ya que conecta la guerra de los soldados y la de los civiles que la sufren, y cómo salen perdiendo los que menos deberían. Como los que matan por seguir matando, es decir, por seguir vivos para poder seguir matando, no apuntan necesariamente a quien deberían para acabar con la guerra.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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