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20.05.2019 Críticas  
Bizet se adentra en la «jungla» del reality show

El Gran Teatre del Liceu recupera la producción de Les pêcheurs de perles con la que Lotte de Beer sacudió el Theater an der Wien hace casi un lustro. La partitura de George Bizet brilla en esta «jungla» que, muy hábilmente, acerca el libreto de Eugène Cormon y Michel Carré a un reality show contemporáneo.

El debate sobre la validez del material de partida cobra todo su sentido con este envoltorio. Tan o tan poco estimulante como la realidad que refleja. Lo que está claro es que no podemos apartar la mirada de lo que sucede en el escenario (del mismo modo como los espectadores no lo pueden hacer ante la pequeña pantalla cuando se deleitan, votan, juzgan y valoran las miserias de los concursantes que los protagonizan). Eso no quiere decir que el canto quede relegado a un segundo plano. Al contrario, la frontalidad siempre estará presente para que la recepción sea la óptima. Lo llano del formato pantalla será todo lo contrario con la evolución y desarrollo vocal de los intérpretes. La ausencia de giros argumentales del original prácticamente resulta imperceptible gracias al ritmo y doble lectura que nos propone de Beer.

En este contexto, el desempeño de Ekaterina Bakanova supone uno de los hallazgos de esta puesta. Vocalmente impecable, alcanza el éxito rotundo y sobresale en «Comme autre fois». Tan fiel al rango de su rol como a los requerimientos físicos de la propuesta, la mayor ovación de la velada es para ella. John Osborn y Michael Adams se complementan y muestran la tensión de la lucha entre la amistad y el amor en la que se mueven sus personajes, especialmente a través de la presencia escénica y, de nuevo, lo vocal. Tenor y barítono llegan a emocionarnos en sus momentos estelares. El primero nos atrapa con su «Je crois entendre encore» y juntos defienden y sobresalen en «Au fond du Temple Saint». Mención también para Fernando Radó y su sacerdote y esta vez (muy especialmente) para el Cor del Gran Teatre del Liceu y su conductora Conxita Garcia. La dirección musical de Yves Abel consigue que la partitura de Bizet nunca se vea reducida por la opulencia de la puesta en escena y la sitúa en el plano protagónico que merece.

La omnipresencia del coro se ve favorecida por la escenografía de Marouscha Levy. Quizá en el primer acto puede parecer que hay una obsesión por llenar y mover los objetos de utilería de modo frenético y constante. Poco a poco, nos daremos cuenta de que cada momento se ha tratado con equilibrio, especialmente cuando llegan los momentos íntimos y los soliloquios permiten a intérpretes y personajes entroncar con las pasiones y dilemas internos que deben reflejar. Del feísmo voluntario (curioso diseño de Finn Ross, asistido para el lugar y la ocasión por Alex Uragallo) para reflejar lo reprobable de este tipo de concursos hasta los momentos más hermosos (estéticamente el segundo acto es tan sugestivo como voluptuoso y pulido). Distintas etapas de la competición como también lo son de los sentimientos de los protagonistas. Espectacularidad muy bien inferida y que juega con destreza para poder plasmar e introducirnos dentro de lo que se supone podríamos contemplar desde nuestro hogar y a través del televisor. A destacar también la iluminación de Alex Book y el vestuario de Jorine van Beek, que muestra excelentemente esta doble visión.

Finalmente, se puede transgredir porque sí o se puede transgredir con sentido. El trabajo realizado por de Beer demuestra que la segunda opción también tiene cabida en el terreno operístico. Cuando se respeta el material de partida y se posee una capacidad de observación profunda e incisiva y el talento para introducirlas y encuadernarlas con el componente artístico con un sellado tan dinámico como aquí, realmente caemos en la cuenta de que la permanencia del género a día de hoy no es solo un reto y también una muy feliz realidad.

Crítica realizada por Fernando Solla

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