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22.05.2019 Críticas  
Un «jacuzzi» rosa flúor y muy ácido

La Sala Flyhard se atreve con el género musical. Jacuzzi es una propuesta de pequeño e íntimo formato con la que Marc Rosich se rodea de un destacable equipo profesional. La crítica más ácida está muy presente y nos propone, entre la sorpresa y el desconcierto, una pieza en la que los secretos de los protagonistas se convierten en sutiles alegorías de nuestra realidad inmediata.

Nos quedamos con la farsa exacerbada y con cómo la problemática socio-política actual se convierte en fuente de inspiración. También con los giros cómicos y argumentales más delirantes. El thriller musical es una opción muy válida que convive con comodidad con las características de esta obra, aunque en algunos momentos parecerá que estemos viendo dos propuestas distintas al mismo tiempo. No hay problema. La capacidad de observación y el cuestionamiento de los posicionamientos políticos y la incongruencia de los mismos con la actitud privada de sus máximos defensores nos llega en un momento más que adecuado. Lo insostenible de una campaña electoral y la normalización de las trampas más falaces se combinan con ironía y bastante mala leche. Los instintos más bajos del ser humano explotan en la cara de los protagonistas y, también, del público.

Para llevar a cabo semejante empresa, se requiere de intérpretes que dominen todos los géneros y registros convocados. Y aquí los encontramos. Oriol Guinart se muestra tan desfasado como su desdoblamiento en distintos personajes necesita. Defiende canciones y texto con un desparpajo muy contagioso. Antònia Jaume se muestra más terrícola y naturaliza el canto como una extensión de las líneas de diálogo de un modo prácticamente imperceptible. A su vez, Laia Alsina Riera demuestra una vez más que en el musical se mueve como pez en el agua. Juega muy bien con su apariencia inocente y se crece en este desfase musicado con una interpretación que va a más y que logra esconder cada sorpresa y giro hasta el mismo momento de su aparición. Los tres incluyen el movimiento de Roberto G. Alonso en sus interpretaciones y se desenvuelven mostrando muy buen entendimiento con la dirección y el libreto de Rosich y la composición de Clara Peya.

Mención especial para el diseño de iluminación y el espacio sonoro de Xavi Gardés. Una labor que cuida especialmente la aparición de los números musicales y los incluye en la puesta en escena con una precisión milimétrica. Junto con el vestuario de Joana Martí y la escenografía de Sergi Corbera, se logra que la estética kitsch (verdadera orgía cromática) sea la idónea y apoye tanto al texto como a los artistas que lo defienden, dentro y fuera de escena. La decisión de reproducir las canciones como si de un hilo musical se tratase resulta una opción que casa y se integra notablemente con el tono de la pieza.

Finalmente, Jacuzzi demuestra que en el musical tienen cabida todo tipo de temáticas. Quizá la partitura contrasta mucho con el tono incisivo y mordiente y nos acerca más al terreno introspectivo que le conocemos a la compositora. No es menos cierto que (aunque no se citen explícitamente y el lenguaje es eminentemente dramático) algunos referentes cinematográficos vienen a nuestra mente. Nos gusta comprobar (y aplaudimos) cómo esta elevación estética de lo trash y el «mal gusto» del John Waters de Cry Baby (1990) y Los asesinatos de mamá (Serial Mom, 1994) o del Red Braddock de Tú asesina, que nosotras limpiamos la sangre (Curdled, 1996), se apodera del escenario. Siempre a partir de la visión de Rosich, y con la complicidad de tres intérpretes más que inspirados y adecuados al tono de la propuesta.

Crítica realizada por Fernando Solla

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